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el CASO Finkielkraut y la Europa decadente

 
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Autor Mensaje
Eliseo Rabadán Fernández



Registrado: 12 Oct 2003
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MensajePublicado: Jue May 31, 2007 11:27 pm    Ttulo del mensaje: el CASO Finkielkraut y la Europa decadente Responder citando

Este es un artículo que me parece muy interesante, pues indica el grave peligro que para la cultura ( o civilización si seguimos las tesis de O Spengler ) europea supone el caos y el escepticismo nihilista "selectivo" en auge en muchos de los círculos políticos de las izquierdas ...
( nihilismo de los valores europeos más dignos de ser mantenidos oy en día frente aotras "culturas" etc ) El artículo señala y coincide a mi juicio con más de una de las tesis sostenidas en El Catoblepas por algunos de los autores más conocidos de dicha revista sobre temas tratados en el artículo de Oscar Elía que sugiero a continuación.

Me permito recomendar la lectura ( o relectura en su caso) del interesante artículo de Victor Frankl ,titulado Kant y la decadencia de Occidente que publica Proyecto de Filosofía en Españo en http://www.filosofia.org/hem/dep/rcf/n07p022.html para ver además, la conexión de la situación ideológica denunciada por Oscar Elía en conexión con la ínfluencia idealista ejercida por Kant en el presente, acaso de un modo ya tan automatizado que nadie o casi nadie, parece advertir de esa influencia tanto kantiana como de todos los sucesores que desembocan en las ciénagas tan peligrosas como fatuas de la alianza de civilzaciones...

Cita:


El affaire Finkielkraut; el patíbulo del pensamiento
Por Oscar Elía Mañú
Análisis nº 93 | 15 de Febrero de 2006
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El affaire Finkielkraut; historia de una emboscada
El 18 de noviembre del pasado 2004, el semanario israelí Haaretz publicaba una entrevista al profesor de la École Polytechnique de Paris, Alain Finkielkraut. El filósofo francés, hijo de inmigrantes polacos deportados en Auschwitz, heredero de Mayo de 1968 y símbolo de una derecha heterodoxa y deslenguada, accedía a hablar para el semanario israelí, marcadamente de izquierdas, antirreligioso y antiliberal. Finkielkraut no imaginaba entonces que se sentaba acusado en el banquillo, un banquillo cultural y mediático del que hoy trata de escapar.

En un siglo heredero de la ideología y la propaganda, la cortesía del periodismo parece brillar por su ausencia; “Una voz que parece emanar de la boca de un miembro del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen”, presentaba el semanario al entrevistado. En el encuentro, Finkielkraut reprocha un artículo de Haaretz sobre los disturbios parisinos, publicado el 7 de noviembre; el filósofo desconoce que éste es obra de su propio entrevistador, que guarda silencio. En la entrevista, publicada en hebreo e inglés, Finkielkraut expone sus principales teorías, que aparecerán intercaladas en comentarios del entrevistador. Convertido el lenguaje en arma ideológica, el periódico presenta al filósofo, o más bien lo hace impresentable: “Voix déviant”. Voix déviant; Discordante, inconformista, pero también desviado y marginal.

Días después, Michel Warschawski y Michéle Sibony, conocidos militantes pro-palestinos y antiliberales, traducen la entrevista al francés; “¡No al antirracismo!” titula Politis, interpretando sesgadamente palabras de Finkielkraut. La lógica de lector hace el resto; si el filósofo combate el antirracismo, sólo cabe una definición para su postura. A esas alturas de noviembre, los comentarios se extienden por foros y blogs de internet; Finkielkraut ya es un racista. El puritanismo ideológico, occidental e islámico, comienza a encender las antorchas y a señalar a quien Haaretz y Politis han subido al patíbulo mediático.

El siguiente acto de la tragedia se desarrolla ya ante los ojos del gran público. Sylvain Cypel, redactor-jefe de Le Monde, publica el 24 de noviembre el artículo “La voix «déviant» d’Alain Finkielkraut” (Le Monde, 24-11-05); de nuevo el Finkielkraut marginal. Es la chispa de la hoguera en que se quemará al filósofo. La selección arbitraria e ideológica de las frases más controvertidas es el combustible del que se nutre el incendio. En la pira ideológica, Finkielkraut arde atado al colonialismo, a la shoah, al fascismo y al racismo. Tras Orianna Fallaci, los verdugos del pensamiento tienen un nuevo monstruo al que perseguir. Toda la Francia bienpensante, desde el progresismo hasta el islamismo radical se lanza al cuello del intelectual pidiendo justicia. Cualquier debate intelectual carece ya de sentido: ¿Qué dijo Finkielkraut?; ¿a quién le importa?.

Finkielkraut aún hace un intento por defenderse (Le Monde, 27-11-05); “el personaje que muestra este artículo me inspira desprecio (...) Yo no soy este frentista excitado, nostálgico de la epopeya colonial”. Más tarde, en un programa de radio repite; “yo no soy una víctima. Yo estoy en la posición del acusado, pero no se me da el derecho de defenderme”. Demasiado tarde. El MRAP (Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos), autoproclamado guardián de la tolerancia interracial, se pone a la cabeza del linchamiento; amenaza con la denuncia por incitar al odio racial, exige la suspensión del programa “Repliques”, emisión radiofónica que el filósofo presenta en Radio France Culture desde hace veinte años. Su secretario general, Mouloud Anouit denuncia a Finkielkraut como militante de la extrema derecha francesa. Tariq Ramadan (“Des vérites qui peu à peu se révelent”, en su web), colaborador del MRAP, denuncia abiertamente un nuevo peligro racista en el que ya sitúa a los neocons americanos. A sus ojos, el delito de Finkielkraut es científico, y no político: “No culturalizar ni confesionalizar la crisis de los suburbios” es el primer mandamiento exigido por Ramadan.

Laurent Joffrin, en Le Nouvel Observateur (1-12-05) aclara el vocabulario para los nuevos censores, y establece el término que ya entusiasma al progresismo militante en España; no es nuevo, será Daniel Lindemberg quien en Llamada de atención, investigación sobre los nuevos reaccionarios (2003) señale a los culpables. En los quioscos parisinos, la portada de Le Nouvel muestra un primer plano de Finkielkraut sobre las letras acusadoras; “Les Néoréacs”. Al tiempo, el clamor bienpensante exige amordazar a Finkielkraut; expulsarle de la universidad, cerrarle el micrófono, encerrarlo en prisión.

Pero el pluralismo mediático y cultural francés sorprendería a un público español que parece ya anestesiado por la ortodoxia ideológica. Hay voces discordantes. Paul Thibaud, antiguo director de Esprit será rotundo en la denuncia; “Finkienkraut ha caído en una emboscada”. Al linchamiento político de Sarkozy sigue el cultural de Finkielkraut; si del primero reclamaban su dimisión y su defunción política, al filósofo le reservan parecido futuro, denuncia Pascal Bruckner (Le Nouvel, 1-12-05). Luc Ferry, Rony Brauman o Philippe Raynaud (“Lo que resulta increíble es que no sea Le Monde quien se excuse tras haber cometido una agresión deliberada”) salen en defensa del filósofo, ya abiertamente perseguido, convertido en fascista, racista, xenófobo; acusaciones graves para el inmigrante polaco, hijo de deportados en Auschwitz.

La onda expansiva llega a España, donde el diálogo intercultural parece más importante que esclarecer los hechos del 11M. El 18 de diciembre, El País entrevista al acosado pensador. Para suspicaces, la entrevista confirma todas las sospechas. Las preguntas pertenecen a un fiscal heredero de la pira intelectual propagada por Le Monde; “Para Haaretz su discurso es idéntico al de la extrema derecha”, apostilla el periodista (...); “Es un comentario próximo a los de Le Pen”, puntualiza el entrevistador (El País 18-12-05). Subido en la ola, Carlos Elordi (El Periódico 4-12-05) retrata a los nuevos reaccionarios de la mano de Joffrin. La hoguera antirracista francesa alcanza incluso a La Razón, que informa cómo Finkielkraut ha “manifestado siempre una fobia endémica a la globalización y a sus mecanismos de interacción” (6-12-05). Por el contrario, José María Marco y Vázquez-Rial (Libertad Digital, 20 y 22-12-05) interpretan la finkelfobia en clave española; ¿cómo no observar la furia desatada por los maestros de la virtud contra Jiménez Losantos, César Vidal o la Cadena COPE? Por encima de discrepancias, parece el derecho a pensar y opinar libremente lo que empieza a ponerse en juego. Ironías de la historia, un auditorio expectante esperaba el 12 de diciembre al filósofo francés en Madrid para escucharle hablar de Tocqueville y la libertad. Acosado en su domicilio, amenazado de muerte, suspendió su conferencia.

El juicio del pensamiento; inmigración, seguridad, violencia

¿Qué ha ocurrido en Francia en el último mes? Finkielkraut, conocido polemista, analiza los acontecimientos en los banlieues, y lo hace escandalosamente. Más allá del eternamente panorama convulso de la cultura francesa, una verdad parece evidente: “Finkielkraut ya no es sólo un autor. Se ha convertido en un affaire” (Elizabeth Lévy, Le Point, 22-12-05), en un síntoma (Gabriel Albiac, La Razón 4-1-06). El caso Finkielkraut pone a los europeos ante la visión de su propio futuro y de sus propias contradicciones. La primera lección del affaire Finkielkraut nos lleva más allá de los coches y las iglesias quemadas; nos lleva a la batalla por el futuro ideológico de Europa.

Los disturbios parisinos abrieron la veda de una cacería ya preparada; las palabras del filósofo que tanto escandalizan fueron el detonante; “En Francia se pretende reducir las violencias a su nivel social, verlas como una revuelta de jóvenes de los suburbios contra su situación (...) El problema es que la mayor parte de estos jóvenes son negros o árabes, con una identidad musulmana” (Haaretz, 18-11-05)

Afirmación arriesgada, que abriría un debate sociológico tan necesario como interesante; ¿tiene razón el profesor francés? Parece la primera cuestión pertinente. Pero la pregunta ¿Está en lo cierto Finkielkraut? es una pregunta de repente carente de interés; En la Europa que mira para otro lado, plantear determinadas preguntas está prohibido. El mismo continente que caricaturiza grotescamente el Choque de Civilizaciones de Huntington sin haberlo leído devora a sus propios hijos; ¿cómo osa Finkielkraut establecer una relación entre Islam y violencia?, se escandalizan en Le Monde y Liberation; ¿cómo se atreve a plantear la cuestión de la identidad musulmana y los incidentes?, claman L’Humanité, las organizaciones antirracistas y Tariq Ramadán. ¿Acaso no es un discurso próximo al de Le Pen?, concluye ufano el entrevistador de El País.

¿Son en su mayoría musulmanes los violentos de los suburbios? La falsedad de la proposición nunca ha sido mostrada, porque ha sido su propia formulación la que ha sido negada. Finkielkraut no acierta o se equivoca en su planteamiento; es culpable por el hecho de plantearlo. No es el contenido de sus declaraciones lo que indigna a los maestros de la virtud y a los nuevos ingenieros de almas. En Haaretz, como otras veces antes, Finkielkraut recuerda lo fundamental de su denuncia, que va más allá de los disturbios, y que señala directamente al presente y al futuro de Europa:

“Poco a poco, la idea generosa de la guerra contra el racismo se ha ido transformando monstruosamente en una ideología mentirosa. El antirracismo será en el siglo XXI lo que el comunismo ha sido en el XX”

¿Acaso la verdad no es la primera víctima del enfrentamiento ideológico? Para despistados, conviene recordar que Finkielkraut ya estaba sentenciado desde mucho tiempo atrás; osó denunciar el racismo antiblanco que se extiende por Europa, y que otorga una única y unívoca explicación a los males de este mundo; se atrevió, pecado capital en la Europa del pacifismo, a defender la guerra de Irak. Desde el momento en que, con En el nombre del Otro (Seix Barral, 2000) denunció una nueva ideología, se puso precio a su cabeza; la caza del filósofo había comenzado, y sólo era necesario el momento y el lugar adecuado para cazarlo.

Europa, su conciencia y el mal en el mundo

Incansable, Finkielkraut denuncia durante años la paradoja europea actual; el racismo hitleriano provocó una reacción antirracista que hoy se dirige, otra vez, contra los judíos. Hace cincuenta años, con los hornos de Auschtwiz aún humeantes, Europa entonó el Nunca más (broma macabra, su versión gallega banalizó después el holocausto en camisetas y pegatinas tabernarias), como si queriendo evitar el infierno éste desapareciera con sólo desearlo. Evitar el holocausto pasó de ser una obsesión a ser la única obsesión. La defensa del otro se hizo un imperativo en la Europa del bienestar; ¿cómo evitar si no, repetir el camino de la barbarie?¿cómo conjurar el Mal en forma de cruz gamada e himnos victoriosos?.

Pero el Mal no es patrimonio exclusivo europeo, ni occidental; ni fascista ni comunista, dirá el observador sereno. Sin embargo, el síndrome de Auschwitz fue desde entonces su única expresión, lo que equivale a decir que el resto dejaba de serlo. Poco importó que en la mitad de Europa los campos de exterminio fueran sustituidos por los campos de reeducación, ni que a miles de kilómetros, Mao instaurara el mayor régimen carcelario nunca conocido por el hombre. Auschwitz se convirtió en el símbolo del Mal, y acabó constituyendo su única expresión. Y entonces comprobamos que el mal que aqueja a Europa no viene de fuera, sino que nace de su propia identidad, de un rechazo a su presente y a su pasado sólo comparable a su aceptación de otras identidades.
En un continente que se desmorona cultural y moralmente, Auschwitz es el espejo del Mal en el que se reflejan los males de este mundo: Pero sólo algunos males occidentales lo hacen; en Palestina e Irak los pecados son de un sólo sentido. Una memoria selectiva, en una Europa que se acuesta cada noche con mala conciencia, señala otro gran pecado; la colonización es el otro gran crimen de la civilización occidental. Fenómenos distintos, dirá el historiador; indudablemente, afirmarán el economista, el sociólogo, el antropólogo. Da igual; hoy, en la Europa de lo políticamente correcto, presta a renegar de si misma, el colonialismo equivale al genocidio, y es un nuevo pecado que aún hoy debemos purgar.

El pecado de Filkienkraut es rechazar el relato oficial de nuestro tiempo. En la entrevista a Haaretz, el autor denuncia la falsificación de la historia, resaltando su complejidad. Denuncia la disolución de la verdad histórica en el magma ideológico; “cambiamos la enseñanza de la historia colonial y la esclavitud. Enseñamos que fueron únicamente negativos, y no el proyecto colonial que esperaba llevar cultura a los salvajes”. La historia muestra la conciencia benefactora de Occidente tanto como su ansia depredadora. El colonialismo tuvo efectos tanto beneficiosos como perniciosos en los países colonizados. Pero son tiempos de laxitud intelectual y vigor ideológico; los redentores de la humanidad eliminan la primera parte de los libros de texto, y la aventura colonial se reduce al genocidio, al exterminio, a la barbarie. Equiparado el colonialismo al genocidio hitleriano, la denuncia del Mal no se agota en lo chillidos histéricos del Führer; sino que se extiende de España a Inglaterra, de Estados Unidos a Francia o Italia. Coloniales, son los nuevos culpables del Mal en el mundo.

Entonces se denuncia a los europeos como culpables de la shoah colonial, y Dieudonné M’Bala M’Bala y el MRAP exigen que la esclavitud sea considerada un “crimen contra la humanidad”. Saquemos las consecuencias; escapar del pecado, del Mal, es imposible. La criminalización de la guerra propia del siglo de la Sociedad de Naciones y la ONU, ha desarrollado su lógica, y hoy la criminalización se extiende a cualquier uso de la violencia, a cualquier discriminación, a cualquier desigualdad. Entonces el crimen se extiende, más allá de la guerra, a la política. Si la justicia es “dar a cada uno lo suyo” (Platón), la justicia es injusta, porque toda discriminación lo es. La negación, sea absoluta o relativa, política, cultural o moral es hoy un crimen; es el racismo, el fascismo, el genocidio, que hunde sus raíces en una shoah colonial de la que todos somos herederos. ¿Cómo no convenir, con Florentino Portero (GEES, Análisis n° 87) que la evidencia “el mal estaba en nosotros mismos” es el primer mandamiento de la política exterior europea?

Lenin, de nuevo

En este catecismo profano, cuando la guerra es un crimen, quien la practica es un criminal. Pero si la lucha es un choque de dos voluntades, ¿en qué campo queda el criminal? Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña son ya culpables; su pasado o su presente colonial los condenan de por vida. También España, culpable de ser una vez la más fuerte. Y entonces, el fantasma de Lenin irrumpe en el discurso, aunque ya lo ha hecho antes; ¿que es la colonización sino el germen de la violencia de hoy? Fruto del Imperialismo, fase superior del capitalismo, Occidente goza de un bienestar arrebatado a los demás. ¿No fue el 11S la respuesta a la soberbia americana? ¿el 11M al seguidismo español? ¿el 7J a la tenacidad británica? De nada vale recordar que miles de musulmanes han muerto en decenas de 11S en nombre del islamismo redentor; cuando la ejercen quienes se presentan como los condenados de la tierra, la violencia se convierte en la respuesta lógica a los pecados occidentales; el Mal es ajeno a ellos. Nada nuevo bajo el sol; Ben Laden es la encarnación tecnificada de la orgía sangrienta que Jean Paul Sartre y Frantz Fanon festejaban en Los condenados de la tierra (1961). La violencia vivificadora y redentora del colonizado es una necesidad histórica y moral. Entonces constatamos que el círculo se cierra: El Estado democrático y occidental siempre comete crímenes, no puede no cometerlos; quien no sea democrático ni occidental, nunca los comete, no puede hacerlo. El blanco es culpable; el no-blanco es no-culpable.

Saltándose todos los tabúes culturales al uso, Finkielkraut denuncia la agresividad del racismo de hoy; “tiene un lenguaje antirracista. No se trata de presentar a los judíos como una raza, sino de presentarlos como racistas” (La Nación, 4-01-04). ¿Acaso puede dudarse que Europa no soporta tener como vecino a un país que usa la violencia en la misma medida en que ella ha renunciado a hacerlo? País existencialmente en armas, que debe su nacimiento y su supervivencia a los aviones y los cañones, Israel no tiene lugar en la Europa del No a la Guerra. La nueva violencia contra los habitantes del país mediterráneo no es racial; es ideológica.

Negando que Europa sea eternamente mala, negando que el Mal sea patrimonio exclusivo de los occidentales; afirmando el carácter complejo y paradójico de la historia, no sujeta al juicio final sobre la tierra, Finkielkraut rasgaba el velo de lo establecido. Los ingenieros de almas occidentales, los autonombrados representantes de los parias, no podían no situarlo en su punto de mira. Con el filósofo, contra quienes se ocupan de redimirla reduciendo a cenizas su legado histórico y cultural, la historia muestra que el Mal no es patrimonio exclusivo de Europa; Tiananmen, Ruanda, Chechenia, Somalia son los últimos agujeros negros de la Humanidad tanto como los hornos crematorios o el tráfico de esclavos. Lista infinita para un observador inquieto; ¿acaso los esclavistas árabes fueron menos crueles que los europeos?, afirma Finkielkraut.

Pero por encima de todo ello, una verdad se nos muestra evidente, incuestionable, para unos y para otros; sólo en el solar euroatlántico tales cuestiones pueden ponerse en duda y discutirse. Libertad de discusión y libertad de opinión que constituyen aquello que diferencia a las sociedades constitucional-pluralistas de las sociedades del miedo.

Y precisamente por ello el affaire Finkielkraut muestra un futuro inquietante; en Europa hoy, abrir la discusión sobre los nuevos dogmas históricos incita al odio; da igual una cadena de radio en España que un autor de prestigio en Francia. En los nuevos dogmas de lo social, el Mal es unidireccional y unilateral; blanco, cristiano, occidental, liberal o americano. El genocidio acabó con millones de europeos; hoy su sombra amenaza con paralizar al resto, dejarlos en manos de quienes, una vez más, buscan el fin de la Historia, en clave progresista o islamista. Europa despliega su bondad ideológica hacia dentro y hacia fuera, “pero le queda la duda de que sean sus ciudadanos los auténticos protagonistas de la historia” (F. Portero, Op. cit.).

Neoconservadores, neoreaccionarios; nuevos pecados sociales

El discurso antirracista es hoy una nueva ideología, una concepción global del hombre y de su historia que vuelve la acción política europea contra sí misma; “Si voltaire viviera en nuestros días, sería llevado ante los tribunales por nuestros racistas intransigentes” (Pascal Bruckner, Le Point). Con Finkielkraut es toda la historia de la filosofía europea la que se ve quemada en la pira patibularia; Aristóteles, Santo Tomás, Kant, Hegel, Tocqueville o Popper serían reos de la nueva censura que amenaza a nuestras sociedades. En la izquierda francesa, sólo Elisabeth Badinter osa salirse del guión establecido, y advierte para despistados; “El primero que dice la verdad es ejecutado”.

A día de hoy, parece claro que Alain Finkielkraut fue víctima de una trampa, de una emboscada mediática; Haaretz manipuló la entrevista, y construyó una grotesca caricatura del filósofo francés. La revista Politis y el diario Le Monde apuntalaron la falacia; ante los franceses y los europeos, las palabras de Finkielkraut mostraban a un monstruo ultraderechista, racista, nostálgico colonial. Durante unas semanas, Finkielkraut clamó en el desierto; de nada le valió denunciar la manipulación. Ya nadie le escucha; “J’assume”, titulaba Le Monde (27-11-05). La nueva religión secular ya europea ya tiene sus profetas, y sus demonios; Les Néoréacs. Sorpresa ideológica, tal novedad terminológica no es novedad. La vieja religión secular sobrevive después de muerta.

Recuperando la vieja terminología marxista-leninista, abominando de los Estados Unidos y obsesionados con la República Imperial, los nuevos censores establecen un nuevo término; Neo-reaccionarios. Al hacerlo, buscan heredar lo más ofensivo que encuentran en ambos mundos; al reaccionarismo europeo buscan unir la tradición neoconservadora norteamericana. A la supuesta secta manipuladora de gobernantes, oscura conspiración de intelectuales del siglo XXI en la Casa Blanca, unen la tradición antidemocrática y conservadora del Antiguo Régimen. Los nuevos profetas, que celebran alborozados que el futuro se encuentra en Caracas, en Rabat o en Teherán, buscan hacer justicia intelectual, en Europa y en el mundo entero. Haciendo justicia, no tienen tiempo para leer a De Maistre y Bonald. Mucho menos para Leo Strauss o Irving Kristol. Ocupados en hacer justicia, la pira en la que queman a Finkielkraut consume más papel del que ellos podrían leer jamás. Pero los vientos de crisis, interna y externa, azotan Europa. Por eso la pregunta es ¿hasta donde se extenderán las llamas?



Óscar Elía es Analista Adjunto del GEES en el Área de Pensamiento Político.


http://www.gees.org/articulo/2155/
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