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DIALOGOS DE CARL SCHMITT (1 y 2).

 
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Autor Mensaje
José Mª Rodríguez Vega



Registrado: 11 Oct 2003
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MensajePublicado: Mar Abr 17, 2007 9:11 pm    Título del mensaje: DIALOGOS DE CARL SCHMITT (1 y 2). Responder citando

Carl Schmitt


DIALOGOS


DIALOGO DE LOS NUEVOS ESPACIOS.

DIALOGO SOBRE EL PODER Y EL ACCESO AL PODEROSO.



Título original: GESPRÄCH ÜBER DIE MACHT UND DEN ZUGANG ZUM MACHTHABER,
Günter Neske, Pfullingen, 1954

Traducción de
ANIMA SCHMITT DE OTERO

Edición INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÃTICOS
MADRID, 1962

(Texto (transcribere) íntegro)
...............

PROLOGO

Arquímedes de Siracusa, el célebre maestro de la técnica antigua, se comprometía a mover el universo si se le daba un punto de apoyo. El Arquímedes moderno actúa de manera distinta. Los físicos y técnicos de hoy penetran en el cosmos sin buscar ni pedir punto de apoyo alguno. Están abriendo nuevos espacios inconmensurables, y trascienden todas las medidas y dimensiones de la tierra y del hombre mismo.
A pesar de esto, sin embargo, no carecen de punto de apoyo. Están al servicio de determinadas potencias políticas, especialmente de los Estados Unidos de América y de la Unión Soviética. La carrera de los físicos, técnicos y cosmonautas modernos está determinada por la cuestión de quién dominará los nuevos espacios inconmensurables. Esto es, en síntesis, un puro problema de poder. Hasta la actualidad, los asombrosos descubrimientos e invenciones del Arquímedes moderno sirven principalmente para solucionar problemas de poder político.
Pero con esto volvemos repentinamente de los espacios inconmensurables del cosmos a nuestra pequeña tierra. Aquí abajo se decidirá sobre los nuevos espacios y sobre los nuevos poderosos.
Se trata, pues, de espacio y poder. Estos son también los temas de nuestros diálogos. Ellos remiten nuestra atención desde visiones fantásticas hacia nuestro planeta.
En el primer diálogo habla un tipo de historiador algo anticuado, pero sólido, de unos setenta años, con un quincuagenario cultivador de ciencias naturales, de la escuela clásica. El diálogo comienza de modo pacífico y prolijo, incluso con algo de teología. Los dos interlocutores serán arrollados después por un joven norteamericano, MacFuture, el cual opina que la tierra, ya hace mucho tiempo, resulta demasiado pequeña y que querría proseguir, en dimensiones cósmicas, el descubrimiento de América y la industrialización de su país.
En el segundo diálogo habla un hombre viejo y experimentado con un estudiante inexperto sobre el difícil problema del poder, más difícil y misterioso aún por el aumento enorme de los modernos medios del poder. El estudiante hace preguntas más o menos inteligentes, y el viejo contesta con prudencia y reflexión. No es este un diálogo en el estilo de Platón. El estudiante no es ningún Alcibiades, y el viejo tampoco es un Sócrates. Se guarda bien de hacer construcciones metafísicas, limitándose a un desarrollo descriptivo de la dialéctica inmanente a cada poder.
En definitiva, el lector verá y juzgará. Escribo este prólogo para la edición española en el verano de 1961, en una tranquila ría de la costa occidental de Galicia. Los periódicos, la radio y la televisión, todo, en fin, lo que la sociología moderna llama "medios de masa", están llenos de informes sobre las últimas hazañas milagrosas de los cosmonautas rusos y americanos. El mundo resuena del clamor triunfal del progreso técnico y científico. Pero la gloria que aquellos "medios de masa" pueden otorgar es efímera. La grandeza y dignidad del hombre no se calcula según sus posibilidades de ser premio Nobel. El hombre es y permanece un hijo de esta tierra. Frente a todas las expectaciones utópicas de automación y abundancia, estos diálogos intentan guardar una actitud prudente y sobria, y volver de un engañoso mundo de Potemkin a la realidad del hombre y de su tierra.

C.S.

Barraña, Boiro (La Coruña).
Agosto de 1961.

..................


DIALOGO DE LOS NUEVOS ESPACIOS

Titulo original: GESPRÄCH ÜBER DEN NEUEN RAUM,
en "Estudios de Derecho Internacional", Santiago, 1958.


PROTAGONISTAS DEL DIALOGO:
A.-[i]Altmann
(Viejo historiador).
N.-Neumeyer (Físico-quimico).
F.-MacFuture (Norteamericano).

..................

A.-Quisiera que hablásemos del contraste de tierra y mar y de las diferencias entre existencia terrestre y marítima. ¿Me permite usted, mi querido señor Neumeyer, una pregunta indiscreta en este sentido?

N.-Me parece bien, respetable señor Altmann, siempre y cuando no sea demasiado indiscreta.

A.-Espero que no sea demasiado indiscreta. Quisiera preguntarle, sencillamente, si usted, de vez en cuando, lee la Biblia.

N.-¿Se refiere usted al Antiguo o al Nuevo Testamento?

A.-No pensé en diferencias tan sutiles. Me refería a la Biblia en general, al Libro de los libros, a ambas partes, al Antiguo y al Nuevo Testamento.

N.-Respecto a la Biblia, señor Altmann, debo decirle algo. Estimo la Biblia e, indudablemente, la respeto. Pero soy un hombre que piensa científicamente, y la Biblia -con todo el respeto debido- no es un libro científico. Ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento. Esto no excluye que la lea a veces y encuentre en ella cosas edificantes. Pero ya me dirá usted qué tiene que ver con nuestro tema de tierra y mar.

A.-La Biblia, señor Neumeyer, refleja desde el principio hasta el final el contraste de tierra y mar. Se puede decir que está saturada de este contraste.

N.-¡Qué sorprendente!

A.-Basta leer simplemente el comienzo de la Biblia, cómo Dios creó el mundo. Es el primer capítulo de la historia de la creación, el Génesis, Moisés, lib. 1, cap.1. Allí se cuenta que Dios creó el mundo mediante una serie de separaciones. Primero separó la luz de la oscuridad; después separó el cielo, el firmamento, de las aguas superiores e inferiores del firmamento; luego separó la tierra firme del mar, y señaló al hombre la tierra misma como domicilio.

N.-Muy bien. Pero me parece que no pretendíamos hablar de problemas teológicos.

A.-Queríamos hablar del contraste de tierra y mar y de las diferencias que hay entre la existencia terrestre y la marítima, y resulta que encontramos aquí, en uno de los libros más antiguos y más sagrados de la humanidad, una decidida postura en favor de una existencia meramente terrestre. Según la Biblia, Dios señaló al hombre la tierra firme como domicilio, mientras que hizo retroceder el mar a los limites de este domicilio. Allí está al acecho, como peligro y amenaza continua del hombre. La bondad de Dios detiene el mar para que no nos arrolle como en un diluvio. El mar es ajeno y hostil al hombre. No es un espacio vital del hombre. Según la Biblia, el espacio vital del hombre es exclusivamente la tierra firme.

N.-La palabra "espacio vital", mi querido señor Altmann, me suena un pco sospechosa en esta problemática. Sabe a geopolítica moderna. Apostaría que la palabra "espacio vital" no aparece en la Biblia.

A.-Sería un problema de traducción. Personalmente, tomo la palabra "espacio vital" de un excelente comentario teológico a la historia de la creación, es decir, del tomo III de la dogmática del respetabilísimo teólogo basiliense, que tiene justo renombre mundial, el profesor doctor Karl Barth. Pero no vamos a pelearnos por palabras. La cosa es evidente. Según la historia bíblica de la creación, sólo la tierra firme es el domicilio o, con más precisión, la casa del hombre. Por el contrario, el mar, el océano, es un monstruo inquietante al margen del mundo habitado, una fiera caótica, una gran serpiente, un dragón, un Leviatán.

N.-Muy respetado señor Altmann, fíjese usted, por favor, en las palabras y denominaciones que usted mismo utiliza. Por un lado, usted llama a la tierra la casa del hombre; por otra parte habla del mar como fiera caótica, serpiente, dragón, Leviatán son todas ellas, evidentemente, imágenes míticas; llevan en la frente el sello de falta de cientificidad. Le voy a explicar el problema de la historia bíblica de la creación. Se trata de la visión mítica del mundo, fruto de una cultura terrestre, es decir, una cultura que está esencialmente determinada por la tierra. El Antiguo Testamento tomó de los babilónicos su relato de la creación del mundo, quizá, incluso, de pueblos y culturas más viejas. De todos modos, su visión del mundo era completamente terrestre y no marítima. Así se explica la idea de la tierra firme como casa del hombre y del mar como monstruo hostil. Todo esto, en el fondo es sencillísimo.

A.-Sí, sí, mi querido señor Neumeyer, ciertamente es muy sencillo. Pero por ser fácil no ha de ser equivocado o sin significación.

N.-No, pero carece de método científico y es completamente trasnochado. Es anticuado, un anacronismo, en el mejor de los casos una interesante pieza de museo. Pueblos de existencia meramente terrestres, con pastores y agricultores, piensan de una manera típica condicionados por el suelo, y tienen un temor religioso frente al mar. Casi todas las culturas antiguas que conocemos son terrestres y no marítimas. El horror al mar en el Antiguo Testamento no me sorprende lo más mínimo. Pero me interesaría saber qué pasa, en este sentido, con el Nuevo Testamento. Supongo que el temor al mar no destaca tanto en el Nuevo testamento. A mi entender, el apóstol Pablo hizo largos viajes marítimos por el mediterráneo.

A.-En el Nuevo Testamento, Cristo camina sobre el mar. Ha vencido al Leviatán. Pero de esto, precisamente, resulta que también para el Nuevo Testamento el mar es algo inquietante y malo. Y en su último libro, el Apocalipsis de San Juan, se describe, al final, el aspecto que tendrá la tierra nueva, purificada de pecados y maldades. Dice el capítulo 21 del Apocalipsis: "Vi un cielo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y el mar ya no es". Fíjese usted, ¡el mar ya no es! En la tierra purificada y transfigurada no hay océano. Con el pecado y la maldad desaparece también el mar. Así termina el Nuevo Testamento. Desde el relato de la creación del libro 1.º de Moisés hasta el final del Apocalipsis de San Juan, la Biblia contiene el contraste de tierra y mar.

N.-Para mi, también esta parte del Apocalipsis de San Juan está completamente clara. Se trata del antiguo miedo mítico del hombre de tierra adentro frente al mar. Pastores y agricultores se imaginan la tierra como una tienda o una casa en la que habitan, con pastos o un jardín alrededor. Esto es para ellos el mundo habitable de los hombres. Al margen de este mundo habitable rompe el océano, la terrible serpiente mundial. Al final de los tiempos se matará a la serpiente mundial, y a parecerá una nueva tierra feliz, libre de guerras y crímenes, en la que no hay ningún mar.
Es un viejo sueño; para pastores y agricultores, un sueño hermoso. En un poema famoso del gran poeta romano, en la cuarta égloga de Virgilio, se expresa el mismo sueño. Virgilio opina que en aquel feliz tiempo final de una paz sin perturbación no habrá, sobre todo, ningún comercio marítimo. Podría citarle a usted muchos otros ejemplos. Pero ¿para qué? Todo ésto no son más que engendros ideológicos de una existencia meramente terrestre; imaginación de pastores y campesinos; mito -perdone usted-, fantasía, poesía-Rilke.


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A.-Pero ¿qué significa el contraste de tierra y mar en su opinión puramente científica?

N.-Desde el punto de vista científico, este contraste me parece completamente anticuado. Es un residuo de la antigua teoría de los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego. Una primitiva filosofía de la naturaleza había concebido estos cuatro elementos como una especie de primera materia. Como es sabido, se entiende por elemento todo cuerpo simple que no puede ser dividido o disuelto con nuestros métodos químicos. Hoy día cualquier escolar sabe que ni la tierra, ni el agua, ni el aire ni el fuego son elementos. Ya al principio de nuestro siglo las modernas ciencias naturales habían descubierto más de noventa cuerpos simples que no se podían descomponer con nuestros métodos químicos.

A.-Pues bien, este, entonces, es el aspecto científico del asunto. Y ahora, observe usted la historia universal. La historia universal es una eterna lucha entre potencias terrestres y marítimas. Piense usted en la guerra de los treinta años entre Esparta y Atenas, que termina con la victoria de la potencia terrestre, Esparta; o en la guerra de más de cien años entre Roma y Cartago, que, otra vez, termina con la victoria de la potencia terrestre, Roma; o finalmente, en la lucha, que duró más de trescientos años, entre Inglaterra y los Estados europeos continentales -sucesivamente España, Holanda, Francia y Alemania-, lucha que termina con la victoria de la potencia marítima, Inglaterra: Este es el aspecto de la historia universal. Una gran obra histórica del almirante francés Castex lleva el título significativo de "El mar contra la tierra", La mer contre la terre.

N.-Este es el libro de un almirante. Así se imaginan los almirantes la historia universal. Para los almirantes, la historia universal es una historia de guerras marítimas y batallas navales. El almirante Francés Castex, el almirante americano Maham, el almirante alemán Tirpitz: todos expertos navales, políticamente determinados por su profesión. No es extraño que se imaginen la historia universal desde su oficio.

A.-Esto pasa más o menos a todos los hombres.

N.-Y esto está muy mal, porque no es científico.

A.-Mi querido señor Neumeyer, no quiero preguntarle cómo se imagina usted la historia universal. Al fin y al cabo, química y física también son un oficio. De todos modos, el contraste de tierra y mar también tiene componentes de las ciencias naturales. Tierra, mar y aire son distintos estados de agregación. Son distintos física, meteorológica, geológica y geográficamente, y, por consiguiente, significan un ambiente distinto para los seres que viven en su ámbito. Esto, naturalmente, produce contrastes biológicos que usted no puede negar. El hombre es un mamífero; no es un pez que respira por branquias. Esto debería interesar también a un naturalista.

N.-Naturalmente hay aquí una serie de diferencias muy interesantes, sobre todo biológicas, de existencias terrestres y marítimas -y dejemos aparte las anfibias, como la rana, o las anómalas, como la ballena-. Pero de estas diferencias biológicas no resulta un contraste entre hombres, y sobre todo no se deriva ninguna tensión hostil entre pueblos y potencias, ninguna historia universal con guerras terrestres y marítimas. Entre los animales de la tierra y los del mar no existe una enemistad natural; ni siquiera hay una tensión natural. Normalmente los unos no se ocupan de los otros. El pez se queda en el agua y los animales terrestres en la tierra. Cada uno sabe en dónde tiene su sitio. Incluso, entre los animales terrestres, los grandes cazadores -león, tigre, oso- tienen sus cotos de caza naturales; no cazan en terreno ajeno: La lucha por la alimentación tiene lugar, sobre todo, entre seres vivientes del mismo ámbito, pero no entre los de tierra y mar. Los peces grandes, como es sabido, se comen a los chicos, y los seres vivientes de la tierra o el aire no se comportan mucho mejor. Aquí no hay lugar, de ninguna manera, para una enemistad que esté determinada, en general, por el contraste de tierra y mar. Sé que los políticos e historiadores del siglo XIX han calificado los contrastes entre Rusia e Inglaterra como una lucha del oso contra la ballena. ¡Qué disparate! Ningún oso está tan desprovisto de instinto para meterse en una lucha con una ballena, y tampoco, al revés, una ballena luchará con un oso.

A.-Trasladada al campo de los hombres esta separación neta de tierra y mar debería tener como consecuencia que las guerras navales se dieran solamente entre pueblos marítimos, y las guerras terrestres solamente entre los pueblos continentales. Es raro que ocurra todo lo contrario cuando las tensiones histórico-universales han llegado a cierto grado de intensidad. No son los animales, sino los hombres, y solamente los hombres entre sí, los que hacen guerras terrestres y marítimas. Siempre que la enemistad entre dos grandes potencias ha llegado al punto culminante, la disputa bélica tiene lugar en los dos sectores al mismo tiempo, y la guerra, en ambos bandos, se convierte en guerra terrestre y marítima. Cada potencia está obligada a seguir al adversario al otro elemento. Si se añade el aire como tercera dimensión, la guerra será también, en ambos bandos, una guerra aérea. Por eso no me parece absurdo seguir hablando de los elementos tierra y mar. Cuando un gran contraste histórico-universal se acerca a su punto culminante se activan en ambos bandos todas las fuerzas materiales, psíquicas e intelectuales hasta el último grado. La lucha abarca entonces todas las circunstancias de las potencias participantes. También el contraste elemental de tierra y mar se incluye en la lucha. La guerra aparece entonces como una guerra de la tierra contra el mar y viceversa o, con otras palabras, como una guerra de elementos. Abra usted los ojos y fíjese en nuestra actual situación mundial. Vivimos hoy bajo los efectos de una tensión global, de un contraste de Este y Oeste. Evidentemente, este contraste actual del Este y el Oeste es, al mismo tiempo, un contraste de tierra y mar.

N.-Occidente y Oriente son meros conceptos geográficos, y no son ningún motivo razonable para una enemistad; ni siquiera representan una tensión polar. Es sabido que la tierra tiene un polo Norte y un polo Sur, pero no tiene polo Este y Oeste. En relación a los Estados Unidos, Rusia y China son el Occidente.

A.-Perfectamente. Pero a pesar de esto, la tensión actual entre Este y Oeste no es menos real, ¿verdad? Y sobre todo, ¿no es exacto que en la parte del este se hallan las gigantescas masas terrestres de Rusia y China y en la parte del Oeste las extensiones inmensas de los mares mundiales, de los océanos Atlántico y Pacífico? No he dicho que el contraste de tierra y mar sea la causa de la actual situación global de Occidente y Oriente. Pero quién intente conocer sus causas fundamentales no puede ignorar que desde Yalta, o por lo menos desde el Pacto Atlántico de 1949, existe una tensión global y elemental, que se refleja en el contraste de los elementos tierra y mar y, en gran medida, coincide con él.

N.-¿Y cual es, según su opinión, la causa fundamental o verdadera de esta tensión global entre Este y Oeste que nos afecta a todos?

A.-Primero voy a darle la contestación de un conocido científico inglés sin identificarme con ella. Se trata del gran geógrafo sir halford Mackinder, que expuso su opinión, ya hace más de treinta años, en un brillante trabajo titulado Democratic Ideal and Reality (Ideales democráticos y realidad), de 1919. Para Mackinder, la inmensa masa terrestre de Asia es una isla enorme y el corazón de la tierra. La civilización humana se desarrolla en las costas marítimas. Según Mackinder, las grandes masas de población de ese corazón bárbaro siempre empujan hacia las costas y buscan arrollar la civilización. A juicio de este geógrafo inglés, el contraste de tierra y mar sería, en el fondo, un contraste de civilización y barbarismo, de esclavitud y libertad; caso en que civilización y libertad estarían departe del mar y de las costas.

N.-Esto es muy sugestivo. Pero en este caso yo no hablaría de elementos. Hoy día el mar no es más que un campo de actividades humanas, igual que la tierra o el aire. En los tiempos de veleros era otra cosa. Entonces los barcos estaban meses y años en alta mar, separados de todo contacto con la tierra. Entonces se podía hablar todavía de un elemento. Hoy, en cambio, todo barco está al alcance cada día y cada hora en cualquier lugar del océano. Ya por este hecho, el mundo del mar cambió para el hombre en comparación con los tiempos de navegación a vela; perdió su carácter elemental. Me parece que todos los fenómenos históricos universales y construcciones que usted acumula aquí, incluso la interesante teoría del geógrafo inglés Mackinder, no son más que aspectos de una visión del mundo históricamente determinada.

A.-¡Cuidado mi querido señor Neumeyer! Probablemente su propia visión del mundo está determinada por alguna situación histórica. Ni las ciencias naturales y exactas ni la técnica desenfrenada están fuera de la historia. Usted mismo, mi querido señor Neumeyer, hace unos momentos, ha tildado de anacrónicas las antiguas ideas de tierra y mar, como un sueño y mito de pastores y agricultores. ¿Cree usted, quizá, que físicos, químicos y técnicos no tienen sueños, que no producen mitos, y que están inmunizados contra anacronismos?

N.-Eso es. Ya me doy cuenta a dónde tiende con todo esto, respetado señor Altmann. Ahora usted quiere venirme históricamente. Ahora usted opera con el llamado sentido histórico y con dialéctica histórica. Es el famoso sexto sentido que el genial ave de mal agüero Hegel ha infiltrado a los pobres alemanes.

A.-¿Y usted mismo no ha operado hace poco con este sentido histórico al tachar de anacrónicas las antiguas ideas de tierra y mar? ¿Y anacrónico no quiere decir fuera del tiempo y de la situación? Usted mismo, seguramente, no querrá prescindir de estar a la altura de nuestro tiempo, es decir, conforme a la época y a la situación.


2

F.-Perdonen ustedes que en este momento me mezcle en su conversación. Soy MacFuture. Les he escuchado, y he intentado seguir su disputa sobre tierra y mar. Hasta ahora me callé. Pero ahora tienen que permitir que me engranen. Es que ustedes me parecen -tanto usted, respetado señor Altmann, con su sentido histórico, como también usted, querido señor Neumeyer, con sus ciencias naturales, vamos, bastante clásicas-, pues, me parecen, con permiso, pasados de moda los dos. También la distinción de Naturaleza e Historia es anticuadísima. Vivimos desde hace diez años en la época de la energía atómica. Parece que todavía no han caído en la cuenta de esto. Todas nuestras ideas de espacio y tiempo, de Naturaleza e Historia, están transformadas nuclearmente. Y en cuanto a los llamados elementos -es igual el sentido en que empleen ustedes la palabra-, les advierto que ya somos capaces de producir elementos artificiales. ¡Imagínense, elementos artificiales! Así, pues, todas sus bonitas distinciones entre tierra y mar, terrestre y marítimo, Naturaleza e Historia, se derriten como grasa en la estufa ardiente.

A.-Bienvenido, querido MacFuture. Se inmiscuye en el momento justo. Estupendo que usted nos advierta que la situación de la humanidad cambió por completo, y que traslade nuestra discusión a otro plano. Así, nuestras cuestiones, aunque no se resuelvan, por lo menos se relevan. Ahora no nos queda más que comprender que se deben plantear preguntas completamente nuevas; y deberíamos tener cuidado de identificar bien las preguntas nuevas. Con otras palabras, debemos preguntar cual es la pregunta nueva; estamos -si me permiten una formulación aforística- ante la pregunta por una pregunta.

F.-Esto me resulta demasiado complicado. Soy partidario de la simplificación y disociación. Pregunta va, pregunta viene. Se trata de simples hechos. Quien no haya comprendido a dónde va el viaje perderá el enlace y no alcanzará el tren. Pero claro, hay hombres que no comprenderán la época de la energía atómica si antes no les cae una bomba H encima.

N.-¡Por Dios, MacFuture! Espero que usted no quiera abrirnos los ojos arrojándonos bombas atómicas. Como se habrá podido observar, soy un hombre que piensa científicamente y celebra cualquier progreso. Pero no puedo entusiasmarme con esta clase de argumentaciones. Siempre tiene que quedar algo que sea humano. Hay limites morales insuperables para cualquier actividad humana, incluso -y me es grato añadirlo expresamente- para la ciencia.

F.-Naturalmente, seguimos estrictamente las normas de la moral. ¿Pero quiere usted por esto imponer limites a la libre investigación científica? ¡Esto sería el fin de nuestra civilización! Entonces hubiéramos podido quedarnos en la más oscura Edad Media. No, señores míos, la libertad de la investigación es sagrada e ilimitada.

N.-¡Cielo santo! Yo mismo soy científico y, realmente, el último que quisiera violar la libertad incondicionada de la investigación. Esto sería lo mismo que aserrar la rama en la cual estoy sentado. La investigación no se debe coartar de ninguna manera. Yo pensaba solamente en ciertas consecuencias; en la realización de ciertos inventos y en la garantía contra abusos.

F.-Esto es clarísimo, señor Neumeyer. El abuso se impide sin miramientos. Sería realmente un escándalo que cualquier fulano pudiese manejar materias explosivas. Esto es evidente; corre de mi cuenta. Son problemas de seguridad que es preferible dejemos al margen. Ahora no quisiera más que poner al día su discusión sobre tierra y mar. ¿No se dan cuenta ustedes que hombres y tierra, tierra y mar, aire y fuego han cambiado fundamentalmente? Cualquier niño de escuela sabe que nuestro planeta se volvió ridículamente pequeño y que las fuerzas del hombre crecen hacia lo infinito. Gracias a nuestras máquinas conseguimos rendimientos y velocidades que sobrepasan cualquier velocidad sensorial humana y cualquier fuerza muscular. Y gracias a nuestros aparatos calculamos números y series de números que sobrepasan la capacidad de cualquier cerebro humano. Es decir, que nos encontramos, hace mucho, en un mundo nuevo, en un más allá, si ustedes quieren. Lo que ocurre es que ustedes no se han dado cuenta todavía.

N.-Yo, como hombre científico, tengo que darle toda la razón, MacFuture.

A.-Y yo, como hombre con sentido histórico, tengo que hacer aún una pregunta.

F.-¡Por Dios, no será la dichosa pregunta por la pregunta!

A.-Lo siento, precisamente la pregunta por la gran pregunta.

F.-Aquí falla mi cerebro.

A.-Pues hágase construir un aparato cibernético que comprenda y conteste la pregunta por usted.

N.-¿No nos puede ahorrar esta pregunta, estimado señor Altmann? ¿No sería mejor ocuparse ahora en la solución de problemas prácticos? ¿No se abren realmente inmensos espacios nuevos en el cosmos? En realidad ya tocamos la estratósfera. Hoy día ya conocemos tan exactamente la luna que podemos distinguir en ella elevaciones de treinta metros. Si hubiera allí, por ejemplo, pirámides o rascacielos o la catedral de Colonia, podríamos verlos claramente. Otros descubrimientos inimaginables están próximos. ¿Quiere usted negarse a semejante llamada de un mundo nuevo? Todo mi respeto para su sentido histórico, estimado señor Altmann, pero el saber histórico no debe cegar a uno cuando se abre un mundo nuevo.

3

A.-¿Pero qué hay aquí de nuevo? ¿Y quién está ciego? Habría que examinarlo un momento. ¿Puedo, pues, permitirme otra pregunta?

F.-Si no se trata otra vez de su pregunta por la pregunta.

A.-Aún no hemos llegado a eso. Quisiera insistir en la situación mundial de hoy, en el contraste de Este y Oeste, que, aparentemente, es al mismo tiempo un contraste de tierra y mar. ¿Qué hay, según su opinión, MacFuture, detrás de este contraste mundial de hoy? ¿Cuál es el núcleo del dualismo global que nos afecta a todos?

F.-Se lo voy a decir. En cuanto al presente contraste entre Este y Oeste, no se trata de otra cosa que escalones y grados distintos de la industrialización técnica. El Oeste, con sus pueblos marítimos, es técnica e industrialmente superior. Esto es todo. Se trata de la revolución industrial y el progreso de la técnica. En el Oeste marítimo la revolución industrial está más avanzada que en el Este terrestre.

A.-También me lo parece a mi. Así tenemos una buena base común para nuestra discusión. Lo mejor será quedarse con el tema "revolución industrial y progreso técnico". Pero tenemos que tener cuidado de no caer en la polémica actual, tan feroz como inútil, sobre el valor o falta del valor de la técnica. Algunos condenan la técnica y la declaran desgracia y obra del diablo; otros la exaltan y ven en ella un camino del paraíso. Será mejor que prescindamos de esta discusión caótica. En vez de esto, nos preguntaremos sencilla y objetivamente: ¿de dónde procede esta revolución industrial que es nuestro destino? ¿Cuál es su origen y su patria? ¿Cuál su punto de partida y su impulso íntimo?

N.-Todos sabemos de dónde procede la revolución industrial. Procede de la Inglaterra del siglo XVIII. Los datos se encuentran en cualquier manual escolar: primer horno de coque, 1735; acero fundido, 1740; máquina de vapor, 1768; primera fábrica moderna en Nottingham, 1769; hiladora, 1770; telar mecánico, 1786, etc., hasta el locomóvil, 1825.

A.-No cabe duda, la revolución industrial procede de Inglaterra. Pero me parece muy importante que proceda de la isla Inglaterra.

N.-¿Quiere empezar otra vez con su geopolítica? ¿Qué tiene que ver con una isla? Puede ser pura casualidad que la revolución industrial haya nacido en una isla.

A.-No me refiero a cualquier isla. Hay miles de islas en las cuales no surgió ninguna revolución industrial. Sicilia, por ejemplo, también es una isla, incluso con antiguas minas de azufre. La isla Inglaterra tiene que tener sus particulares circunstancias históricas si la revolución industrial nace precisamente allí y precisamente en el siglo XVIII. Voy a explicarles enseguida cuál era la peculiaridad histórica de esta isla Inglaterra en el siglo XVIII, que determinó su singularidad e incomparabilidad. La isla Inglaterra, donde nació la revolución industrial, realmente, no era cualquier isla. Había realizado una determinada evolución histórica, dando un paso asombroso hacia adelante. En los dos siglos inmediatamente precedentes, había pasado de una existencia terrestre a una existencia marítima.

N.-Bueno, supongo que los ingleses habían navegado también en la Edad Media.

A.-Naturalmente, aunque mucho menos que algunos otros pueblos; menos que los portugueses, los vascos, los venecianos o los de la Hansa. Hasta el siglo XVI la isla Inglaterra no era más que un trozo desprendido del continente europeo con la cara hacia la tierra firme. Aun en el siglo XV los caballeros ingleses hicieron buen botín en Francia, como los caballeros de otros países. ¡Piense usted en la época de Juana de Arco! Hasta el siglo XVI, los ingleses fueron un pueblo de criadores de ovejas que vendían su lana a Flandes, donde se transformaba en telas. Y este pueblo de criadores de ovejas se convirtió en los siglos XVI y XVII en un pueblo de espumadores del mar. Entonces, la isla apartó la vista del continente y miró hacia los grandes océanos. Levanta anclas y llega a detentar el poder de un imperio oceánico.

N.-Esta evolución de Inglaterra hasta convertirse en la mayor potencia marítima del mundo tardó más de dos siglos. Dudo que la mayoría de los ingleses haya actuado con arreglo a un plan en este asunto.

A.- Puede ser. Como es sabido, el gran historiador inglés Seeley dijo incluso: en un arrebato de ausencia de ánimo hemos conquistado el mundo. ¡Pero hay que hacerlo! Estamos tratando del arranque decisivo de una época histórica que tiene por contenido una revolución industrial. Los ingleses se han intercalado con éxito relativamente tarde, desde 1570, en la época de los grandes descubrimientos. También participaron tarde en las grandes tomas de tierra en América y Asia. Pero, a pesar de esto, superaron a todos los rivales europeos, a los portugueses, a los españoles, a los holandeses y a los franceses. Y, sobre todo, solamente los ingleses han llevado a cabo la gran toma del mar; sólo ellos alcanzaron el dominio de los océanos.

N.-Y eso, ¿fue casualidad, merecimiento o qué?

A.-A pesar de la mencionada "ausencia de ánimo", no fue casualidad; tampoco fue inmerecido. Pero no fue merecimiento en el sentido de que los ingleses de los siglos XVI y XVII hubieran sido hombres moralmente mejores o intelectualmente superiores que sus rivales los portugueses, españoles, holandeses y franceses de esta época. Solamente que lograron algo que ninguno de sus rivales europeos logró: percibieron la llamada histórica de la época y la siguieron.

N.-Y ¿cual fue la llamada histórica de la época?

A.-Fue la llamada de los océanos que se abrieron. Esto es lo que distingue a los ingleses del siglo XVII de todos los pueblos marítimos que permanecieron en el ámbito de un mar interior y no se atrevieron a salir al océano; por ejemplo, los venecianos o los antiguos griegos que -como Platón dice algo maliciosamente- yacen en la costa cual ranas. Estos quedaron talásicos. Los ingleses se hicieron oceánicos. Entonces, en la época de los grandes descubrimientos europeos, muchos pueblos aptos y valientes, e incluso magníficos, o no percibieron la llamada de los océanos que se abrieron, o no la siguieron, o la siguieron y, por fin, se quedaron a medio camino. Los españoles conquistaron todo un continente ultramarino, pero se agotaron en esta gran toma de tierra; no llegaron a ser un pueblo oceánico; quedaron en el ámbito de su existencia terrestre tradicional. Otros, como los portugueses y holandeses, siguieron la llamada de los océanos que se abrieron, pero su base era demasiado estrecha y no lograron la separación definitiva del continente. Sobremanera trágica resulta la historia de Francia. Nadie percibió más claramente la llamada de los nuevos océanos que los navegantes franceses; nadie la siguió más atrevidamente. Pero Francia optó en el siglo XVII por el catolicismo romano, y esto significaba entonces: por la tierra. Todos los descubridores europeos tomaron solamente la tierra. Inglaterra tomó el mar. Sólo Inglaterra osó dar el gran salto, y llevó a cabo la transición de tierra a mar, de una existencia terrestre a una existencia marítima.

4

N.-Me impresiona mucho el cuadro que usted nos trazó de la llamada de los océanos que se abrieron y del comienzo de nuestra época. A pesar de esto, la cuestión auténtica, el problema de la revolución industrial sigue sin solucionarse. No se olvide, señor Altmann, que entonces, en la época de los descubrimientos, también había una llamada de la tierra. En los siglos XVI y XVII no solamente se abrieron los océanos, sino también los países y continentes.

A.-Está bien que usted lo recuerde, señor Neumeyer. En esta doble llamada de mar y tierra ya se manifiesta el primer germen del presente dualismo mundial de tierra y mar. Los ingleses tomaron el océano; los rusos, desde Moscú, tomaron Siberia y realizaron una expansión puramente terrestre. Pero cosa sorprendente, sobre la base de esta gigantesca toma de tierra de los rusos no surgió una revolución industrial. La revolución industrial nace en la isla Inglaterra, una isla cuya situación histórica se había hecho incomparable porque había efectuado el paso a la existencia marítima.

N.-Lo encuentro pura fantasía. ¿Y por qué no hubiera podido nacer también en el continente la revolución industrial?

A.-Este su "hubiera" y este su "también" me parecen mucho más fantasía. Pero en realidad hay hombres, e incluso historiadores célebres, que pretenden decirnos con exactitud lo que habría pasado si esto o aquello hubiera sucedido de otra manera, si, por ejemplo, Federico el Grande se hubiera casado con la emperatriz María Teresa, o si Napoleón hubiera ganado la batalla de Waterloo, o si el invierno de 1941 no hubiera sido tan terriblemente frío, etc. Semejantes frases irreales me parecen fantasía. Los grandes acontecimientos históricos son únicos, irrevocables e irrepetibles. Una verdad histórica es verdad solamente una vez.

N.-Pero ¿por qué no podría nacer una revolución industrial en cualquier sitio?

A.-Estamos hablando concretamente de la revolución industrial que es nuestro actual destino. No podía surgir en ningún otro sitio que en la Inglaterra del siglo XVIII. Una revolución industrial significa el desencadenamiento del progreso técnico, y el desencadenamiento técnico se explica solamente desde una existencia marítima; en ella incluso parece lógico, en cierto modo. Invenciones técnicas se hicieron en todas partes y en todos los tiempos. El talento técnico de los ingleses no era mayor que el de otros pueblos. Se trata solamente siempre de lo que se hace de una invención técnica, y esto depende del ambiente, es decir, del orden concreto en que cae la invención técnica. En una existencia marítima las invenciones técnicas se desarrollan más libremente y sin estorbos que en los órdenes concretos de una existencia terrestre, que las capta y encuadra. Los chinos inventaron la pólvora. No eran, de ninguna manera, más tontos que los europeos, que también la inventaron. Pero dentro del orden meramente terrestre de la China de entonces, la invención de la pólvora no llegó a más que a una utilización como juego y fuego artificial. En Europa llegó hasta las invenciones de Alfredo Nobel y sus sucesores. Los ingleses que en el siglo XVIII hicieron todas aquellas invenciones que condujeron a la revolución industrial -horno de cok, acero fundido, máquina de vapor, hiladora, etc.-, no eran de ninguna manera más geniales que los hombres de otros tiempos y de otros países que habían permanecido terrestres y que también habían hecho ya algunas de estas invenciones del siglo XVIII. Invenciones técnicas no son revelaciones de un espíritu superior misterioso. Se producen a su tiempo. Perecen o se desarrollan según la totalidad concreta de la existencia humana en la que caen. Quiero decir que las invenciones con las cuales comienza la revolución industrial solamente podían llegar a ser arranque de una revolución industrial en donde ya se hubiera dado el paso a la existencia marítima.

N.-En el caso de Inglaterra, me convence. Pero aún no veo la necesidad ineludible de esta relación entre técnica desencadenada y existencia marítima.

A.-Con esto toca usted un tema inmenso. Hoy tengo que limitarme a decirle lo siguiente: centro y núcleo de una existencia terrestre -con todos sus órdenes concretos- es la casa. Casa y propiedad, matrimonio, familia y derecho hereditario, todo esto se forma sobre la base de una existencia terrestre, especialmente sobre la existencia agrícola. También el Bauer (campesino), como lo llamamos, no deduce su nombre de la labor de bauen (construir) o de Acker-Bebauen (labrar el campo). El Bauer se llama así por el Bau (choza), es decir, el edificio que pertenece a él y al cual él pertenece. En el núcleo de la existencia terrestre está, pues, la casa. Por otra parte, en el núcleo de la existencia marítima navega el barco, que ya es en sí mismo un medio técnico en mayor grado y más intensamente que la casa. La casa es quietud, el barco es movimiento. También el espacio en el cual se mueve el barco es distinto del paisaje en que está la casa. El barco, por consiguiente, tiene otro ambiente y otro horizonte; los hombres en un barco tienen otra clase de relaciones sociales tanto entre ellos como con su mundo exterior. También tienen una relación esencialmente distinta con la naturaleza y, sobre todo, con los animales. El hombre terrestre amansa y domestica animales: elefante, camello, caballo, perro, gato, buey y burro y todo lo que es suyo. Los peces, por lo contrario, no se doman, sino solamente se comen.

N.-Estimado señor Altmann, usted abre bruscamente un abismo.

A.-Perdone usted. Me dejé llevar por el impulso de enumerar algunos ejemplos de la multitud abismal de diferencias entre la existencia terrestre y marítima. Pretendía poner de relieve, solamente, el por qué la revolución industrial, con su técnica desencadenada, está coordinada a una existencia marítima. El orden terrestre en cuyo centro se encuentra la casa tiene, por necesidad, una relación con la técnica fundamentalmente distinta de la de una existencia en cuyo centro navega un barco. La absolutización de la técnica y del progreso técnico, la equiparación entre progreso técnico y progreso en general, en suma, todo lo que se puede recoger bajo el slogan "técnica desencadenada" se desarrolla solamente bajo el supuesto y solamente sobre el terreno y con el clima de una existencia marítima. Al seguir la llamada de los océanos que se abrieron, y realizando el paso a una existencia marítima, la isla Inglaterra dio una magnífica respuesta histórica a la llamada histórica del siglo de los descubrimientos. Al mismo tiempo, creó la base de la revolución industrial y el comienzo de la época cuya problemática estamos viviendo hoy.

N.-Me parece comprender lo que usted quiere decir, y lo que significa el carácter específico de una existencia marítima para su idea de la revolución industrial. ¿Le he comprendido bien al relacionar su construcción de una llamada histórica con el método del challenge de Arnold Toymbee? Toynbee describe más de veinte civilizaciones y culturas distintas, de manera que pregunta por la incitación -challenge, como lo llama- que se da en cierta situación histórica y a la cual las distintas culturas han dado determinadas contestaciones.

A.-Exactamente, señor Neumeyer. En el fondo nadie hace otra cosa que tomarle la palabra a Toymbee o, mejor dicho, le he tomado su método. Pero yo suelo pensar concretamente, y no pregunto por cualquier cultura y época. Mi pregunta se refiere exclusivamente a la pregunta concreta, cuya contestación explica históricamente nuestra actual época de la revolución industrial. Y es la pregunta por la llamada o, si usted quiere, por el challenge de la revolución industrial. Esta pregunta me parece más importante y más apasionante que todas las preguntas por llamadas anteriores de épocas anteriores, por ejemplo, la pregunta de cuál fue el challenge al que contestó la cultura egipcia con sus pirámides, o cualquier otra de las veinte y tantas culturas que describe Toymbee. También le doy una contestación clara y concreta a esta nuestra gran pregunta por la pregunta. La revolución industrial es el segundo estadio consecuente del tránsito a una existencia marítima, y este tránsito a la existencia marítima fue la gran contestación histórica de la isla Inglaterra a la pregunta o provocación o el challenge -como usted prefiera- de los océanos que se abrieron.

N.-Y ¿cómo interpreta el mismo Toymbee la revolución industrial y la técnica desencadenada? El, como inglés e historiador, debería saberlo mejor que nadie. Este problema debería interesarle más que la pregunta por el challenge de la civilización de los egipcios, hititas o aztecas.

A.-Escuche usted lo que dice Toymbee literalmente: "La técnica moderna -dice Toymbee- es una astilla desprendida de nuestra cultura al final del siglo XVII." ¿Lo oye usted? ¡Una astilla desprendida! En realidad la técnica no se desprendió, y mucho menos como una astilla. En realidad, toda una isla se desprendió del continente y dio el paso a la existencia marítima; la consecuencia fue la revolución industrial y el desencadenamiento del progreso técnico. Con esto le he dado la contestación a la pregunta por la gran pregunta, y le he dicho a qué contesta la revolución industrial: contesta a la gran pregunta, la llamada o el challenge que había surgido en el siglo XVII; es una parte de la contestación que Inglaterra dio a la llamada de los océanos cuando se abrieron a los hombres en la época de los descubrimientos.

5

F.-¡Es magnifico lo que usted está diciendo, señor Altmann! Es exactamente lo que yo digo. Somos de la misma opinión. Mire usted, entonces, en la época de los grandes descubrimientos, los hombres atrevidos partieron y encontraron un mundo nuevo. Hoy estamos en una época de descubrimientos aún mucho más impresionantes que la de hace cuatro siglos. Por consiguiente, también partimos, pero para espacios proporcionalmente mayores y con medios proporcionalmente superiores. Entonces se abrió el océano de nuestra tierra; eran espacios grandes, pero de todos modos, espacios terrestres ligados a nuestro pequeño planeta. Hoy se nos abren los espacios inmensos del entero cosmos.

A.-¿Se podría decir, pues, que asistimos a una llamada del cosmos?

F.-Claro que sí. No cabe duda. Estoy viendo que, en total, la verdadera época de los descubrimientos está empezando ahora. ¡Cuanto más impresionante que entonces es hoy la llamada o el challenge o como usted lo denomina! ¡Qué pequeños eran los espacios en la época de los llamados descubrimientos! ¡Y por el contrario, qué inmensos son los espacios que se nos abren hoy, ya sea en la estratosfera, en el universo!

A.-Mi querido MacFuture, usted habla de una llamada o un challenge de espacios cósmicos. ¿Pero, de dónde saca que hoy se nos abren espacios cósmicos fuera de la tierra, de una manera análoga a como se abrieron los océanos a los hombres hace cuatro siglos? ¿Dónde está la llamada o el challenge del cosmos? Yo oigo y veo solamente que ustedes, con los medios y método de una técnica desencadenada, llaman desesperadamente a las puestas del cosmos y pretenden penetrar en sus espacios a todo trance. Pero ni oigo ni veo nada de una llamada o una provocación, a no ser, todo lo más, los platillos volantes.

F.-Bueno, bueno, señor Altmann. Si usted personalmente oye la llamada o no, no será lo decisivo. Tampoco entonces, hace cuatrocientos años, la mayoría de las gentes se dio mucha cuenta. Y, sobre todo, tampoco entonces se pidió permiso antes a los descubiertos. Ni Colón, ni Cortés, ni Pizarro, ni cualquier otro conquistador pidió a los aztecas en Méjico, o a los Incas en el Perú, o a cualesquiera otros su consentimiento. Ni Colón ni los otros descubridores viajaron con un visado indio al nuevo mundo. Los descubrimientos se hacen siempre sin el visado de los descubiertos. Y también podría usted pararse a pensar en otra posibilidad, querido señor Altmann. Colón creyó que iba a las Indias, y descubrió América, un continente nuevo, de cuya existencia ni Colón mismo ni nadie había sospechado lo más mínimo con anterioridad. De esta manera, quizá descubriremos en el camino a la luna o a Marte algún otro astro nuevo, del cual aún nadie sospecha nada. Hay más cosas entre cielo y tierra que pueden soñar todos los historiadores e incluso todos los premios Nobel juntos.

A.-Se lo creo con mucho gusto. Pero cada vez veo más claro, querido MacFuture, que usted se imagina la partida para el cosmos como una segunda edición corregida y aumentada del descubrimiento de América.

F.-¿Y quiere decir que no es exacto? ¿No es precisamente una rueba de que tengo razón? Usted, estimado señor Altmann, con su sentido histórico, debería comprenderlo mejor que nadie.

A.- Mi sentido histórico me impide caer en la trampa de las repeticiones. Mire usted, MacFuture, cuando nosotros los alemanes partimos en 1914 a la primera guerra mundial, pensamos que debería pasar lo mismo que en los años 1870/71, nuestra última victoria. Cuando los franceses, sitiados en el invierno de 1870/71, hicieron una salida de París, pensaron que debería pasar lo mismo que en la gran revolución de 1792. Cuando el secretario de Estado americano, Stimson, pronunció en el año 1932 la famosa doctrina Stimsom, pensó que debería pasar lo mismo que en 1861, al comienzo de la guerra de secesión. El hombre tiene un deseo casi irresistible de eternizar su última gran experiencia histórica. Precisamente mi sentido histórico me protege contra semejantes repeticiones. Mi sentido histórico se prueba, sobre todo, recordándome continuamente la unicidad irrepetible de todo gran acontecer histórico. Una verdad histórica es verdad solamente una vez. También la llamada histórica, el challenge que introduce una época nueva es verdad solamente una vez. Por consiguiente, también la contestación histórica que se da a la llamada única es verdad solamente una vez, y una sola vez es exacta. No es siempre fácil, MacFuture, tenerlo en cuenta. La acuñación de la época que parte de la llamada histórica y su contestación exacta es demasiado fuerte. Y sobre todo, el vencedor difícilmente comprenderá que también su victoria es verdad solamente una vez.

F.-¿Quiere usted decir con esto, quizá, que doy una contestación vieja a una llamada histórica nueva?

A.-Esto es exactamente lo que quiero decir, querido MacFuture. Con su salida para el cosmos, usted da una contestación vieja. La llamada actual no es idéntica a la de la época de los océanos que se abrieron. Por eso, la contestación que se dio entonces no sirve para la situación actual. El proseguir y ampliar aquella contestación pasada es equivocado y no sirve para nada. Usted puede empujar la técnica desencadenada hacia el cosmos tan desesperadamente como quiere; usted puede intentar hacer de nuestra tierra, del astro en que habitamos, una aeronave interplanetaria con la cual viaje por el cosmos. Todo esto no le sirve para nada frente a la realidad de una nueva llamada histórica.

F.-Entonces, señor Altmann, díganos, cual es la llamada nueva y qué tenemos que hacer.

N.-Querido MacFuture, al preguntar cual es la llamada, usted mismo hace la pregunta por la gran pregunta. Pero usted no debe preguntar semejantes cosas a nuestro querido señor Altmann. El señor Altmann es historiador, y siendo historiador no se le puede exigir que sepa algo del futuro. Su mirada está vuelta hacia atrás. En el mejor de los casos sabe cuando una época está terminando, como la famosa lechuza de Minerva.

A.-No se preocupen por mi, señores. Me parece que ya es un éxito si no contestamos con respuestas viejas a preguntas nuevas. Ya hemos conseguido mucho si no construimos el nuevo mundo actual según el esquema del nuevo mundo de ayer. Yo, personalmente, supongo que la nueva llamada no viene de más allá de la estratosfera. Veo que la técnica desencadenada más bien encierra al hombre y no le abre espacios nuevos. La técnica moderna es útil y necesaria. Pero hoy está muy lejos de ser aún la contestación a una llamada. Satisface siemp`re necesidades nuevas, en parte provocadas por ella misma. Por lo demás ella misma es un problema y ya por esto no puede ser contestación. Usted dijo antes, MacFuture, que la técnica moderna ha hecho ridículamente pequeña nuestra tierra. Por eso los nuevos espacios tienen que encontrarse en nuestra tierra y no fuera, en el cosmos. Aquél que consiga captar la técnica desencadenada, domarla e insertarla en un orden concreto, está más cerca de una contestación a la llamada actual que otro que busque aterrizar en la luna o en Marte con los medios de una técnica desencadenada. La doma de la técnica desencadenada: he aquí la hazaña de un nuevo Hércules. Me parece que viene de esta dirección la nueva llamada, el challenge del presente.

N.-Me parece así mismo, querido MacFuture, que no nos hace falta volar a la luna o Marte. Gracias a la técnica moderna se abren hoy en nuestro planeta mismo bastantes espacios nuevos, sin que haga falta marcharse inmediatamente para el cosmos. Sobre todo, se nos abren las profundidades inconmensurables del mar. El mar cubre más de las tres cuartas partes del globo. Hasta ahora se ha pensado exclusivamente en la superficie del mar. Pero en las dos últimas décadas se nos hizo accesible inesperadamente un nuevo mundo submarino, las profundidades del mar, con seres vivientes insospechados y riquezas inagotables. Yo oigo la llamada nueva de la profundidad del mar.

F.-Perdonen ustedes, los encuentro a los dos, tanto a nuestro estimado señor Altmann con su orden nuevo, como también a usted, querido señor Neumeyer, con su llamada submarina, pues, los encuentro poco impresionantes y demasiado modestos. En el fondo, la llamada ya no me importa. Tenemos impulso suficiente, esto es más importante, incluso superávit de impulso. Yo prefiero ir a la luna o a Marte que quedarme en este planeta miserable.

N.-Bueno, querido MacFuture, entonces no podemos hacer más que desearle un feliz viaje.

F.-Y yo le deseo, querido señor Neumeyer, feliz y provechoso buceo en las profundidades marinas. Pero ¿qué podríamos desear a nuestro estimado señor Altmann?

A.-Muchas gracias, señores. No hace falta desearme algo nuevo. Se habrán dado cuenta que yo me quedo con y en la tierra. Para mi el hombre es un hijo de la tierra, y lo será mientras permanezca hombre. Quisiera esperar que también ustedes continúen siendo hombres, usted, MacFuture, en la luna o en Marte, y usted, querido señor Neumeyer, en el fondo del mar. Pero quizá me permiten, antes de despedirnos, decirles lo que me parece nuestra situación común en nuestra tierra actual, amenazada por la técnica desencadenada. Seguramente saben cómo empieza la segunda parte del Fausto, de Goethe. Fausto despierta, después de una noche de sueños terribles, y siente la felicidad de una nueva mañana terrestre que le da consuelo y fuerza nueva. Así saluda al mundo nuevo que se le abre ahora, con el verso magnífico:

Du, Erde, warst auch diese Nacht beständing. (También esta noche, ¡oh tierra! permaneciste firme.)

A.-Así creo yo que, después de una noche pesada de amenazas por bombas atómicas y horrores semejantes, el hombre despierta una mañana y se reconoce, con gratitud, como hijo de la tierra firme.

FIN


Ultima edición por José Mª Rodríguez Vega el Mie Abr 18, 2007 4:40 am; editado 2 veces
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José Mª Rodríguez Vega



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MensajePublicado: Mar Abr 17, 2007 9:41 pm    Título del mensaje: 2. DIALOGO SOBRE EL PODER Y EL ACCESO AL PODEROSO Responder citando

DIALOGO SOBRE EL PODER Y EL ACCESO AL PODEROSO

Titulo original: GESPRÄCH ÜBER DIE MACHT UND DEN ZUGANG ZUN MACHTHABER.
Günther Neske, Pfullingen, 1954.

*****************

¿Sois felices?
¡Somos poderosos!

LORD BYRON

..................



PROTAGONISTAS DEL DIALOGO:
E.-(Estudiante que pregunta.)
C. S.-(Contesta)
El Intermezzo puede ser leído por una tercera persona.

..................

E.-Antes de que hable usted del poder, tengo que preguntarle una cosa.

C. S.-Dígame, por favor, señor E.

E.-¿Usted mismo tiene poder o no lo tiene?

C. S.-Esta pregunta está muy justificada. Quien habla del poder debería decir previamente en que situación de poder se encuentra él mismo.

E.-Pues bien, ¿tiene usted poder o no lo tiene?

C. S.-Yo no tengo poder. Soy de los que carecen de poder.

E.-Esto es sospechoso.

C. S.-¿Por qué?

E.-Porque entonces, probablemente, estará usted predispuesto contra el poder. Disgusto, amargura y resentimiento son peligrosas fuentes de errores.

C. S.-¿Y si yo perteneciera a los que tienen poder?

E.-Entonces, probablemente, estaría usted predispuesto a favor del poder. También el interés por el propio poder y por su mantenimiento es, naturalmente, una fuente de errores.

C. S.-¿Quién, entonces, tiene derecho a hablar sobre el poder?

E.-Esto debería decírmelo usted.

C. S.-Yo diría que quizá existe aún otra posición: la de la observación y descripción desinteresadas.

E.-¿Esto sería entonces el papel del tercer hombre o de la inteligencia flotando libremente?

C. S.-¡Y dale con la inteligencia! No empecemos de buenas a primeras con tales presunciones. Intentemos primeramente enfocar con precisión un fenómeno histórico, que todos estamos viviendo y padeciendo. Ya veremos el resultado.


1.

E.-Así, pues, hablamos del poder que ejercen los hombres sobre los otros hombres. ¿De dónde procede realmente el inmenso poder que, pongamos por caso, Stalin o Roosevelt, o quien usted quiera, han ejercido sobre millones de hombres?

C. S.-En tiempos pasados se hubiese respondido a esto: el poder procede de la naturaleza o de Dios.

E.-Me temo que hoy día el poder ya no nos parecerá natural.

C. S.-Eso me lo temo yo también. Frente a la naturaleza nos sentimos hoy muy superiores. Ya no la tememos. Cuando nos resulta molesta, como enfermedad o como catástrofe natural, tenemos la esperanza de vencerla pronto. El hombre -por naturaleza un ser viviente débil- se ha elevado poderosamente sobre cuanto le rodea con ayuda de la técnica. Se ha hecho el señor de la naturaleza y de todos los seres vivientes de este mundo. La barrera que sensiblemente le oponía, en otros tiempos, la naturaleza -con fríos y calores, con hambres y carestías, con animales salvajes y peligros de toda índole- empieza a ceder visiblemente.

E.-Es cierto. Ya no hay que temer a ningún animal salvaje.

C.s.-Las hazañas de Hércules nos parecen hoy bastante modestas; y si hoy un león o un lobo aparece en una gran ciudad moderna, constituiría, todo lo más, un entorpecimiento de la circulación, y apenas se asustarían los niños. Frente a la naturaleza, el hombre se siente hoy tan superior, que se permite el lujo de instalar parques protegidos.

E.-¿Y qué sucede con Dios?

C. S.-Por lo que se refiere a Dios, el hombre moderno -aludo al típico habitante de gran ciudad- tiene también el sentimiento de que Dios retrocede o que se ha retirado de nosotros. Cuando surge hoy el nombre de Dios, el hombre de cultura normal de nuestros días cita automáticamente la frase de Nietzsche: Dios está muerto. Otros, aún mejor informados, citan una frase del socialista francés Proudhon, que precede en cuarenta años a la frase de Nietzsche y que afirma: Quién dice Dios quiere engañar.

E.-Si el poder no procede ni de la naturaleza ni de Dios, ¿de dónde proviene entonces?

C. S.-Entonces solo nos queda una posibilidad: el poder que un hombre ejerce sobre otros hombres procede del hombre mismo.

E.-Así ya me parece mejor. Hombres lo somos todos. También Stalin fue un hombre; también Roosevelt o quienquiera se nos ocurra citar aquí.

C. S.-Esto parece realmente tranquilizador. Si el poder que un hombre ejerce sobre otros procede de la naturaleza, entonces es, o bien el poder del progenitor sobre su prole, o la supremacía de los colmillos, cuernos, garras, pezuñas, vejigas ponzoñosas y otras armas naturales. Podemos prescindir aquí del poder del progenitor sobre su prole. Nos queda, pues, el poder del lobo sobre el cordero. Un hombre que tiene poder sería un lobo frente al hombre que no tiene poder. Quien no tiene poder se siente como cordero hasta que, por su parte, alcanza la situación de poderoso y desempeña el papel del lobo. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini lupus. En castellano: el hombre es un lobo para el hombre.

E.-¡Qué asco! ¿Y si el poder procede de Dios?

C. S.-Entonces, el que lo ejerce, es portador de una cualidad divina; con su poder adquiere algo divino y se debería venerar, si no a él mismo, sí al poder de Dios que lo es inherente. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini Deus. En castellano: el hombre es un Dios para el hombre.

E.-¡Esto es demasiado!

C. S.-Mas si el poder no procede ni de la naturaleza ni de Dios, todo lo que se refiere al poder y a su ejercicio acontece exclusivamente entre hombres. Entonces estamos los hombres entre nosotros mismos. Los poderosos están frente a los sin poder, los potentes frente a los impotentes, sencillamente, hombres frente a hombres.

E.-Eso es. El hombre es un hombre para el hombre.

C. S.-Lo confirma el adagio latino Homo homini homo.


2.

E.-Está claro. El hombre es un hombre para el hombre. Sólo porque hay hombres que obedecen a otros hombres les proporcionan a éstos el poder. Cuando dejen de obedecerles, el poder se acabará.

C. S.-Muy exacto. Pero ¿por qué obedecen? La obediencia no será arbitraria, sino que será motivada por algo. ¿Por qué, pues, dan los hombres su consenso al poder? En algunos casos lo hacen por confianza, en otros por miedo, a veces por esperanza, a veces por desesperación. Pero lo que necesitan siempre es protección, y esta protección la buscan en el poder. Desde el punto de vista del hombre, la única explicación del poder es la relación entre protección y obediencia. Quien no tiene el poder de proteger a alguien no tiene tampoco derecho a exijirle obediencia. Y a la inversa, quien busca y acepta protección no tiene derecho a negar la obediencia.

E.-Pero ¿y si el poderoso ordena una cosa injusta? ¿No habría que negar entonces la obediencia?

C. S.-Naturalmente. Pero no hablo de órdenes injustas y aisladas, sino de una situación de conjunto en la que el poderoso y los sometidos a él están ligados en una unidad política. Aquí se alude a que el poderoso puede crear continuamente motivos eficaces, y no siempre inmorales, para la obediencia, mediante el otorgamiento de protección y de una existencia segura, mediante educación e intereses solidarios frente a otros. En resumen: el consenso determina el poder, es cierto, pero el poder determina también el consenso, y no siempre se trata, en todos los casos, de un consenso irracional o inmoral.

E.-¿Qué quiere usted decir con esto?

C. S.-Quiero decir que el poder, incluso allí donde es ejercido con plena conformidad de todos los sometidos al poder, tiene también cierto significado propio y, por así decirlo, una plusvalía. Es más que la suma de todos los consensos que recibe, y aún más que su producto. Fíjese usted lo estrechamente uncido que está el hombre a la estructura social en esta sociedad de división del trabajo. Vimos antes que la barrera de la naturaleza retrocede, pero en compensación avanza y se aproxima la barrera social. Por eso se hace también cada vez más fuerte la motivación para el consenso del poder. Un hombre moderno con poder tiene infinitamente más medios para promover el consenso a su poder que Carlomagno o Barbaroja.


3.

E.-¿Quiere usted decir con esto que el poderoso de hoy en día puede hacer lo que se le antoje?

C. S.-Al contrario. Quiero decir solamente que el poder es una magnitud propia y autónoma, incluso frente al consenso que él mismo ha creado, y ahora quisiera mostrarle que lo es también frente al propio poderoso. El poder es una magnitud objetiva, con leyes propias, frente a cualquier individuo humano que pueda detentarlo.

E.-¿Qué quiere decir aquí magnitud objetiva con leyes propias?

C. S.-Significa algo muy concreto. Dése usted cuenta que también el poderoso más terrible está sujeto a los límites de la naturaleza humana, a la deficiencia de la inteligencia humana y a la flaqueza del alma humana. También el hombre más poderoso tiene que comer y beber como todos nosotros. También él enferma y envejece.

E.-Pero la ciencia moderna nos ofrece medios sorprendentes para superar las barreras de la naturaleza humana.

C. S.-Por supuesto. El poderoso puede hacerse asistir por los médicos más famosos y por los galardonados con el Premio Nobel. Puede ponerse más inyecciones que ningún otro. A pesar de todo, después de algunas horas de trabajo o de vicio acaba por cansarse, y se duerme. Así incluso el terrible Caracala y el omnipotente Genghis Khan dormirían como niños pequeños y, tal vez, además roncarían.

E.-Esto es un panorama que todo poderoso debería tener siempre presente.

C. S.-Muy cierto, y filósofos y moralistas, pedagogos y retóricos se deleitaron en imaginárselo así. Pero no nos detengamos en este tema. Sólo quisiera añadir que el todavía hoy más moderno filósofo del poder puramente humano, el inglés Tomás Hobbes parte de esta debilidad general de todo individuo humano para su construcción del Estado. Hobbes hace la construcción siguiente: de la debilidad resulta una situación de peligro, del peligro el miedo, del miedo el ansia de seguridad, y de todo esto la necesidad de un aparato de protección con una organización más o menos complicada. Pero a pesar de todas las medidas de protección, dice Hobbes, cada uno puede matar a cualquiera en el momento apropiado. Un hombre débil puede, en una situación determinada, liquidar al hombre más fuerte y poderoso. En este sentido, todos los hombres son realmente iguales, es decir, todos están amenazados y expuestos al peligro.

E.-Flaco consuelo.

C. S.-Realmente no quería ni consolar ni asustar, sino solamente dar una imagen objetiva del poder humano. El peligro físico es aquí lo menos problemático y ni siquiera el problema más frecuente. Otra consecuencia de los limites estrechos de cada individuo humano podrá mostrar aún mejor lo que aquí nos interesa, es decir, la normatividad propia y objetiva del poder, incluso frente al poderoso mismo, y la insoslayable dialéctica inmanente de poder y sin poder en la que se ve apresado todo el que tiene poder.

E.-De nada me sirve aquí la dialéctica.

C. S.-Veamos. El individuo humano en cuya mano están por un momento las grandes decisiones políticas tiene que formar su voluntad bajo los supuestos de hecho y con los medios dados. Aun el príncipe más absoluto no puede prescindir de noticias e informaciones, y depende de sus consejeros. Multitud de hechos e informes, propuestas y suposiciones le invaden cada día y a cada hora. De este infinito mar fluctuante de verdad y mentira, realidades y posibilidades, el hombre más inteligente y poderoso no puede sacar más que unas gotas.

E.-En esto ve bien el esplendor y miseria de los príncipes absolutos.

C. S.-Se ve, sobre todo, la dialéctica inmanente del poder humano. Quién despacha con el poderoso o le informa ya participa del poder; y no importa que sea un ministro que refrenda con toda responsabilidad, o alguien que sepa llegar indirectamente al oído del poderoso. Basta que proporcione impresiones al individuo en cuya mano está la decisión por un momento. Así, todo poder directo está inmediatamente sometido a influencias indirectas. Ha habido poderosos que percibieron esta dependencia, lo cual les enfurecía e irritaba. Entonces intentaron escapar a su consejero oficial e informarse por otro conducto.

E.-En vista de la corrupción de las cortes, seguramente llevaban razón.

C. S.-Es cierto. Pero, desgraciadamente, cayeron así en nuevas y, muchas veces, grotescas dependencias. El Califa Harun al Raschid terminó por disfrazarse de ciudadano y recorrió de noche las tabernas de Bagdad para conocer de una vez la pura verdad. No sé qué conoció y bebió en esta dudosa fuente. Federico el Grande, al envejecer, se hizo tan desconfiado que sólo habló abiertamente con su ayuda de cámara Fredersdorff. El ayuda de cámara se convirtió así en un hombre de mucha influencia, si bien continuó siendo igualmente fiel y honrado.

E.-Otros poderosos acaban por confiarse a su chofer o a su amante.

C. S.-Con otras palabras: ante cada ámbito de poder directo se forma una antesala de influencias y fuerzas indirectas, un acceso al oído, un pasillo hacia el alma del poderoso. No hay poder humano sin esta antesala y sin este pasillo.

E.-Pero se pueden evitar muchos abusos con instituciones razonables y disposiciones constitucionales.

C. S.-Se puede ya también se debe. Pero ni la institución más sabia ni la organización más alambicada pueden extirpar totalmente la antesala misma; ningún ataque de ira contra la camarilla o la antecámera puede suprimir la antesala. La antesala misma no se puede evitar.

E.- Más bien parece una escalera de servicio.

C. S.-Antecámera, escalera de servicio, trastero, sótano o lo que sea; la cosa en sí misma está clara y es igual para la dialéctica del poder humano. Durante el curso de la Historia Universal, de todos modos, se reunió en esta antesala del poder una tertulia bastante mixta y variopinta. Allí se reúnen los indirectos. Allí está el viejo Fredersforff, el ayuda de cámara de Federico el Grande, junto a la ilustre emperatriz Augusta, Rasputín junto al cardenal Richelieu, una eminencia gris al lado de una Mesalina. A veces encontramos hombres inteligentes y sabios en esta antesala, a veces empresarios magníficos y mayordomos leales, a veces estafadores y arrivistas estúpidos. A veces la antesala es realmente el salón oficial del Estado, donde se reúnen señores serios y con méritos, mientras esperan ser recibidos para presentar sus informes. Pero muchas veces la antesala no es más que un gabinete privado.

E.-O incluso un cuarto de enfermo, donde unos amigos están sentados al lado de la cama de un paralítico y gobiernan el mundo.

C. S.-Cuanto más se concentra el poder en un lugar determinado, en una determinada persona o en un grupo de personas, como en una cúspide, tanto más se agudiza el problema del pasillo y la cuestión del acceso a la cúspide. Y tanto más intensa, encarnizada y sorda se hace entonces también la lucha entre los que tienen ocupada la antesala y controlan el pasillo. Esta lucha en el ambiente nebuloso de las influencias indirectas es tan inevitable como esencial a todo poder humano. En esta lucha se realiza la dialéctica inmanente del poder humano.

E.-¿Pero todo esto no son meramente aberraciones de un régimen personal?

C. S.- No. El fenómeno de la formación del pasillo, del que hablamos aquí, se da diariamente en gérmenes mínimos, infinitesimales, en lo grande y en lo pequeño, en todas partes donde hay hombres que ejercen poder sobre otros hombres. En la misma medida en que se concentra un ámbito del poder, se organiza también inmediatamente, una antesala de este poder. Cada aumento del poder directo espesa y densifica la atmósfera de las influencias indirectas.

E.-Esto incluso puede ser bueno cuando el poderoso no es de ley. Pero aún no veo claro si es mejor el poder directo o lo indirecto.

C. S.-Yo considero ahora lo indirecto solamente como una fase del inevitable desarrollo dialéctico del poder humano. El que tiene poder está tanto más aislado cuanto más se concentra el poder directo en su persona. El pasillo le separa del suelo y le eleva a una especie de estratósfera en donde sólo se puede comunicar con los que le dominan indirectamente, al mismo tiempo que ya no llega a todos los demás hombres que están bajo su poder, y ellos tampoco pueden llegar a él. Esto se hace grotescamente palpable en casos extremos. Pero no es más que la última consecuencia del aislamiento del poderoso en el inevitable aparato del poder. La misma lógica inmanente se opera en innumerables situaciones rudimentarias de la vida diaria, en el transbordo continuo de poder directo e influencia indirecta. Ningún poder humano puede escapar a esta dialéctica de autosostenimiento y autoenajenamiento.

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INTERMEZZO:

BISMARCK Y EL MARQUÉS DE POSA.

La lucha por el pasillo, por el acceso a la cúspide del poder, es una pugna por el poder sumamente intensa, por la cual se realiza la dialéctica inmanente de poder y sin poder humanos. Debemos tener presente este hecho en su cruda realidad, sin retórica ni sentimentalismo, pero también sin cinismo o nihilismo. Por esto quisiera ilustrar el problema con dos ejemplos.
El primer ejemplo es un documento histórico-constitucional. Se trata de la dimisión de Bismarck en marzo de 1890. Se incluye y se comenta detalladamente en el tercer tomo de Pensamientos y recuerdos{/i] de Bismarck. El texto es totalmente, en su estructura, en la expresión del pensamiento y en su tono, en lo que expresa y en lo que silencia, la obra bien pensada de un gran maestro del arte político. Fue el último acto oficial de Bismarck, y lo redactó y perfiló conscientemente como un documento para la posteridad. El viejo y experto canciller, el creador del Reich, se explica con el inexperto y joven rey, el Káiser Guillermo II. Había entre ellos muchos contrastes objetivos y diferencias de opinión en cuestiones de política interior y exterior. Pero el núcleo de la dimisión, el meollo del problema, es algo puramente formal: la pugna por la cuestión de cómo el canciller se puede informar y de cómo él rey y Káiser se debe informar. Bismarck exige plena libertad para entrevistarse con quién quiera o para recibirlo como huésped en su casa. En cambio, al rey y Káiser le niega el derecho de escuchar el informe de un ministro, si Bismarck, el presidente del Consejo, no está presente. El problema del informe inmediato al rey se convierte en el punto crucial de la dimisión de Bismarck. Así comienza la tragedia del segundo Reich. El problema del informe al rey es un problema esencial de toda monarquía, porque constituye el problema de acceso a la cúspide. También el barón von Stein se agotó en la lucha contra los consejeros secretos del gabinete. E incluso Bismarck debía fracasar ante el viejo y eterno problema del acceso a la cúspide.
El segundo ejemplo lo tomamos de la obra dramática de Schiller, [i]Don Carlos
. En ella, el gran dramaturgo demuestra su agudeza para captar la esencia del poder. El argumento del drama gira en torno a la cuestión de quién tiene acceso directo al rey, Al monarca absoluto Felipe II. Quien tenga este acceso inmediato al rey participa de su poder. Hasta un determinado momento, el confesor y el general, el duque de Alba, tenían ocupada la antesala del poder y bloqueado el acceso al rey. Repentinamente, aparece un tercero, el marqués de Posa, y los otros dos, inmediatamente, se dan cuenta del peligro. Al final del tercer acto, el drama llega al máximo de la tensión, cuando el rey ordena: El caballero -es decir, el marqués de Posa- será recibido en adelante sin ser anunciado. Esto es de un gran efecto dramático, no solamente para el público, sino también para todas las personas que intervienen en el drama. "Es realmente demasiado", dice don Carlos cuando se entera; "mucho, verdaderamente demasiado". Y el confesor Domingo dice temblando al duque de Alba: "nuestros tiempos han pasado". Después de este momento culminante llega el giro repentino a lo trágico, la peripecia del magnífico drama. Pero como contrapartida de haber conseguido el acceso inmediato al poderoso, el tiro mortal alcanza al desdichado marqués de posa. Lo que él habría hecho con el confesor y con el general, si hubiera podido mantener su posición cerca del rey, no lo sabemos.

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4.

C. S.-Por muy impresionantes que sean estos ejemplos, no se olvide, mi querido señor E, de la relación dentro de la cual nos preocupa todo esto; nos interesa como un momento de la dialéctica inmanente del poder humano. Hay aún algunas cuestiones que podríamos tratar aquí de la misma manera, por ejemplo, el problema abismal de la sucesión en el poder, bien sea un poder dinàstico, democrático o carismático. Pero creo que ahora ya está bien claro lo que significa esta dialéctica.

E.- Yo veo siempre únicamente esplendor y miseria del hombre; y usted habla siempre de dialéctica inmanente. Por esto quisiera hacerle ahora una pregunta muy sencilla. Si el poder que ejercen los hombres no procede de Dios ni de la naturaleza, sino que es un asunto interno de los hombres, entonces ¿es una cosa buena, mala o qué es?

C. S.-Esta pregunta es más peligrosa de lo que usted quizá se supone. Porque la mayoría de los hombres contestará con la mayor naturalidad: el poder es bueno si yo lo tengo y es malo cuando lo tiene mi enemigo.

E.-Mejor sería decir: el poder en sí no es ni bueno ni malo; es sencillamente, neutral; es lo que el hombre haga de él; en manos de un hombre bueno, el poder será bueno; en manos de un hombre malo, será malo.

C. S.-¿Y quién decide, en el caso concreto, si un hombre es bueno o malo? ¿El poderoso mismo u otra persona? El hecho de que alguien tenga poder significa, sobre todo, que él mismo lo decide. Esto forma parte de su poder. Si otra persona lo decide, este otro tiene el poder o, por lo menos, lo reclama.

E.-Entonces parece exacto que el poder en sí es neutral.

C. S.-Quien cree en un Dios bueno y todopoderoso no puede afirmar que el poder sea malo ni neutral. Como es sabido, el apóstol del cristianismo, San Pablo, dice en la Epístola a los romanos: No hay poder sino de Dios. El Papa San Gregorio Magno, el arquetipo del pastor papal de los pueblos, explica esto con la mayor claridad y decisión. Escuche usted lo que dice:
Dios es el sumo poder y el sumo ser. Todo poder procede de él y es y permanece en su esencia divino y bueno. Si el diablo tuviera poder, incluso este poder, en cuanto poder, sería divino y bueno. Solamente la voluntad del diablo es mala. Pero a pesar de esta voluntad diabólica siempre mala, el poder en sí permanece divino y bueno.
Así habla el gran San Gregorio. Dice: sólo la voluntad de poder es mala, pero el poder mismo es siempre bueno.

E.-ES realmente increíble. Me parece más convincente la opinión de Jacob Burckhardt, que, como es sabido, dijo: el poder en sí es malo.

C. S.-Examinemos un poco de cerca esta frase famosa de Burckhardt. El párrafo decisivo de sus Consideraciones de la Historia universal dice lo siguiente:
Y ahora se demuestra -piénsese a este respecto en Luis XVI, en Napoleón y en los gobiernos populares revolucionarios- que el poder en sí es malo (Schlosser), y que sin consideración religiosa alguna, se le concede al Estado el derecho del egoísmo que se le niega al individuo.
El nombre de Schlosser fue añadido en paréntesis por el editor de las Consideraciones sobre la Historia universal, Jacob Oeri, un sobrino de Burckhardt, bien como cita, bien como autoridad.

E.-Schlosser, ¿no era un cuñado de Goethe?

C. S.-El cuñado de Goethe se llamó Johann Georg Schlosser. Aquí se trata de Friedrich Christoph Schlosser, autor de una Historia universal humanitaria al cual Jacob Burckhardt citaba con frecuencia en sus clases. Pero los dos, o si usted quiere los tres, Jacob Burckhardt y los dos Schlosser juntos, no llegan a la suela del zapato a Gregorio Magno.

E.-¡Más, a fin de cuentas, ya no vivimos en la temprana Edad Media! Estoy seguro que a la mayoría de la gente le convence hoy día más Burckhardt que San Gregorio Magno.

C. S.-Parece que algo cambió fundamentalmente desde los tiempos de Gregorio Magno con relación al poder. Porque también en la época de San Gregorio Magno había guerras y terrores de toda índole. Por otra parte, los poderosos en los que, según Burckhardt, se muestran especialmente lo malo del poder -Luis XVI, Napoleón y los gobiernos de la revolución francesa- son poderosos bastante modernos.

E.-Estos ni siquiera estaban motorizados. Y no sospecharon nada de bombas atómicas o bombas H.

C. S.-No podemos considerar a Schlosser y a Burckhardt como santos, pero sí como a hombres piadosos, que no han hecho a la ligera semejante afirmación.

E.-¿Y cómo es posible que un hombre piadoso del siglo VII considera al poder bueno, mientras que hombres piadosos de los siglos XIX y XX lo consideran malo? Tiene que haber cambiado algo esencial.

C. S.-Creo que en el último siglo se nos reveló, de manera especial, la esencia del poder humano. Es raro que la teoría del poder malo se haya divulgado precisamente desde el siglo XIX. Y habíamos pensado antes que el problema del poder estaría solucionado o, por lo menos, desagudizado si el poder no procede de Dios ni de la naturaleza, sino que es algo que los hombres arreglan entre sí. ¿Qué puede aún temer el hombre si Dios está muerto y el lobo ni siquiera asusta a los niños? Pero precisamente desde la época en que parece conseguirse la humanización del poder -desde la revolución francesa- se extiende irresistiblemente la convicción de que el poder en sí es malo. Las afirmaciones Dios está muerto y El poder es en sí malo proceden de la misma época y de la misma situación. En el fondo, ambas dicen lo mismo.


5.

E.-Creo que esto requiere alguna explicación.

C. S.-Para comprender bien la esencia del poder humano, tal como se manifiesta en nuestra situación actual, lo mejor será que utilicemos una relación descubierta por el ya mencionado Tomás Hobbes, que sigue siendo todavía el filósofo más moderno del poder puramente humano. Ex presó y definió esta relación con toda exactitud, y, por esto, le llamaremos "relación hobbesiana de peligrosidad". Hobbes dice: "El hombre es tanto más peligroso que un animal para otros hombres, de los cuales se cree amenazado, cuanto las armas del hombre son más peligrosas que las del animal." Esta es una relación clara y decidida.

E.-Ya Oswald Spengler ha dicho que el hombre es una fiera.

C.S.-Perdone usted. La relación de peligrosidad, expuesta por Tomás Hobbes, no tiene que ver lo más mínimo con la tesis de Oswald Spengler. Hobbes, por el contrario, supone que el hombre no es un animal, sino algo muy distinto, por una parte menos, por otra parte mucho más. El hombre es capaz de compensar su debilidad y sus deficiencias biológicas de una manera impresionante por medio de invenciones técnicas, e incluso de supercompensarlas. Preste usted atención. Ya por el año 1650, cuando Hobbes expuso esta relación, las armas del hombre -flecha y arco, hacha y espada, fusil y cañón- eran muy superiores y bastante más peligrosas que las garras de un león o los dientes de un lobo. Pero hoy la peligrosidad de los medios técnicos ha crecido hasta el infinito. En consecuencia, también aumentó la peligrosidad del hombre frente a otros hombres. Por esto, la diferencia entre poder y falta de poder crece de una manera tan desmesurada que incluso la noción del hombre mismo está puesta nuevamente en trance existencial.

E.-Esto no lo puedo comprender.

C. S.-Pues escuche usted. ¿Quién es aquí, realmente, el hombre? ¿El que produce y aplica estos medios modernos de destrucción, o aquél contra quién se aplican? No avanzamos ni un paso cuando decimos: El poder, al igual que la técnica, no es en sí ni bueno ni malo, sino neutral; es, por consiguiente, lo que el hombre hace de él. No haríamos más que eludir la verdadera dificultad, es decir, la cuestión de quién decide sobre bueno y malo. El poder de los modernos medios de destrucción sobrepasa tanto la fuerza de los individuos humanos que los inventan y aplican, cuanto las posibilidades de máquinas y procedimientos modernos sobrepasan la fuerza de músculos y cerebros humanos. En esta estratósfera, en este espacio supersónico, la buena o mala voluntad humana ya no cuenta nada. El brazo humano que sostiene la bomba atómica, el cerebro que enerva los músculos de este brazo humano, no son, en el momento decisivo, los miembros de un individuo particular, sino más bien una prótesis, una parte de la estructura técnica y social que produce y aplica la bomba atómica. El poder del poderoso concreto no es más que el exudado de una situación resultante de un sistema de división del trabajo incalculablemente excesivo.

E,-¿No es acaso grandioso que nosotros hoy penetremos en la estratósfera, o en las barreras supersónicas, o en los espacios siderales, y que tengamos máquinas que calculan mejor y más rápidamente que cualquier cerebro humano?

C. S.-En este "nosotros" está el problema. Porque ya no es el hombre como hombre quien realiza todo esto, sino una reacción en cadena provocada por él. Al traspasar los limites de la naturaleza humana, trascienden también todas las medidas interhumanas de cualquier posible poder de hombres sobre nosotros. Arrolla también la relación de protección y obediencia. Aún más que la técnica, el poder ha escapado de las manos del hombre, y los hombres que ejercen el poder sobre otros con la ayuda de semejantes medios técnicos ya no son iguales a aquellos que están expuestos a su poder.

E.-Pero aquellos que inventan y producen los modernos medios de destrucción también son solamente hombres.

C. S.-También frente a ellos el poder -aunque producido por ellos mismos- es una magnitud objetiva de leyes propias que excede infinitamente la capacidad física, intelectual y psíquica de cualquier inventor humano. Al inventar estos medios de destrucción, los inventores colaboran inconscientemente en la creación de un nuevo Leviatán. Ya el bien organizado Estado moderno europeo de los siglos XVI y XVII fue un producto técnico artificial, un superhombre creado por hombres y compuesto de hombres. Con superpoder, bajo la imagen de Leviatán, como el gran hombre, el makros antropos, se enfrentaba al pequeño hombre, al mikros antropos, a los individuos que lo producían. En este sentido, el Estado europeo de la Edad Moderna, de perfecto funcionamiento, fue la primera máquina moderna y al mismo tiempo el presupuesto concreto de todas las demás máquinas técnicas. Era la máquina de las máquinas, la machina machinarum, un superhombre compuesto de hombres, que se logra gracias al consenso humano. Precisamente porque se trata de un poder organizado por hombres, Burckhardt lo considera malo en sí. Por esto no se refiere a Nerón o Genghis Khan en su famosa frase, sino a poderosos europeos típicamente modernos: Luis XIV, Napoleón y los gobiernos populares revolucionarios.

E.-Quizá todo esto cambiará y se arreglará con otras invenciones científicas.

C. S.-Sería muy bueno. Pero ¿cómo quiere usted modificar el hecho de que actualmente poder y sin poder no se encuentren frente a frente ni se miren de hombre a hombre? Las masas de hombres que, impotentes, se sienten expuestos a los efectos de los modernos medios de destrucción saben, sobre todo, que son impotentes. La realidad del poder arrolla a la realidad del hombre.
No digo que el poder de hombres sobre hombres sea bueno. Tampoco digo que sea malo. Y mucho menos digo que sea natural. Y, como hombre que piensa, me avergonzaría decir que el poder es bueno si yo lo tengo y malo si lo tiene mi enemigo. Digo exclusivamente que es una realidad autónoma frente a cualquiera, incluso frente al poderoso, y que lo implica en su dialéctica. El poder es más fuerte que cualquier voluntad de poder, más fuerte que cualquier bondad humana y, afortunadamente, también más fuerte que cualquier maldad humana.



E.-Por una parte, es tranquilizador que el poder, como magnitud objetiva, sea más fuerte que toda maldad de los hombres que lo ejercen; pero, por otro lado, no es muy satisfactorio que sea también más fuerte que la bondad de los hombres. Y esto lo encuentro poco positivo. Espero que usted no sea maquiavelista.

C. S.-Seguro que no lo soy. Además, el mismo Maquiavelo tampoco era maquiavelista.

E.-Esto me parece demasiado paradógico.

C. S.-Yo lo encuentro muy sencillo. Si Maquiavelo hubiera sido maquiavelista, seguramente no habría escrito libros que le dieran mala fama. Habría publicado libros piadosos y edificantes y, mejor aún, un anti-Maquiavelo.

E.-Entonces, naturalmente, sí que habría sido listo. Pero, en medio de todo, debe haber algunas aplicaciones prácticas de la opinión de usted. En definitiva, ¿qué debemos hacer?

C. S.-¿Qué debemos hacer? ¿Recuerda usted el principio de nuestro diálogo? Usted me preguntó si yo mismo tengo poder o no. Pues ahora, volviendo la oración por pasiva, yo le pregunto: ¿usted mismo tiene poder o no lo tiene?

E.-Parece que usted quiere evitar mi pregunta sobre la aplicación práctica.

C. S.-Todo lo contrario. Quería procurarme la posibilidad de dar una contestación sensata a su pregunta. Si alguien se quiere informar sobre aplicaciones prácticas y útiles respecto al poder, es que será distinto si él mismo tiene o no tiene poder.

E.-Es cierto. Pero usted está repitiendo continuamente que el poder es algo objetivo y más fuerte que cualquier hombre que lo maneje. Por consiguiente, tiene que haber algunos ejemplos de aplicación práctica.

C. S.-Hay innumerables ejemplos, tanto para el que tiene poder como para el que no lo tiene. En realidad, ya sería un gran éxito conseguir que el poder concreto apareciera pública y visiblemente en el escenario político. Al poderoso, le recomendaría, por ejemplo, que no apareciera nunca en público sin atuendo ministerial u otro correspondiente. A un sin poder le diría: no creas que ya eres bueno porque no tienes poder. Y si sufre porque no tiene poder, le recordaría que el ansia de poder es tan autodestructora como el ansia de placer o de otras cosas que saben a poco. A los miembros de una asamblea constituyente o consultiva, les recomendaría encarecidamente el problema del acceso a la cúspide, para que no crean que el gobierno de su país se puede organizar según un esquema cualquiera, como un oficio sobradamente conocido. En resumen; ya ve usted que hay muchísimas aplicaciones prácticas.

E.-Pero ¿y el hombre? ¿Dónde queda el hombre?

C. S.-Todo lo que un hombre -tenga o no tenga poder- piensa o hace pasa por el pasillo de la consciencia humana y de otras potencias humanas individuales.

E.-Entonces, ¡El hombre es un hombre para el hombre!

C. S.-Sí, lo es. Pero siempre en un sentido muy concreto. Esto significa, por ejemplo: el hombre Stalin es un Stalin para el hombre Trostki; y el hombre Trostki es un Trostki para el hombre Stalin.

E.-¿Es esta su última palabra?

C. S.-No. Quisiera explicarle, solamente, que esta fórmula tan bonita, el hombre es un hombre para el hombre -homo homini homo- no es una solución, sino el principio de nuestra problemática. Lo afirmo con un sentido estricto, pero positivo, tal como lo expresa el magnífico verso

Ser hombre sigue siendo,
sin embargo, una decisión
.

Esta será mi última palabra.

..................


RESUMEN RETROSPECTIVO DEL CURSO DEL DIÃLOGO.

Preámbulo.

1.-Star: el hombre no es ni lobo/ni Dios/ sino hombre.

2.-Escala: el consenso provoca el poder/el poder provoca el consenso.

3.-Estación: la antesala del poder y el problema del acceso a la cúspide.

Intermezzo: Bismarck y el marqués de Posa.

4.-Pregunta sencilla: el poder en sí, ¿es bueno?/¿es malo?/¿es neutral?

5.-Resultado claro: el poder es más fuerte que bondad/o maldad/o neutralidad del hombre.

FIN.
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