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Algunos textos de Pí­o Moa sobre materia religiosa

 
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Javier Pérez Jara



Registrado: 16 Oct 2003
Mensajes: 39
Ubicacin: Sevilla

MensajePublicado: Lun Dic 29, 2003 9:03 pm    Ttulo del mensaje: Algunos textos de Pío Moa sobre materia religiosa Responder citando

Estimados contertulios, el otro día leí varios artículos de Pío Moa (en una revista digital católica donde sólo pude encontrar bazofia) en materia religiosa (el objetivo de este mensaje no es hablar sobre su obra en materia histórica) que comprometen seriamente su sindéresis y me hacen sospechar de él y de su «cosmovisión», aunque sus opiniones sobre materia religiosa no pudieran comprometer, en principio, sus estudios históricos, que sí parecen serios y rigurosos. Paso a pegar algunos de estos textos de Moa:

Cita:

EL ATEISMO HOY:

Qué es el hombre? Un saco de deseos». Lo dijo San Agustín, creo, aunque cito de memoria. En todo caso es una buena definición. Desde el principio de la Historia, el sentimiento religioso ha frenado esa tendencia típicamente humana, obligando a restringir y armonizar los deseos: la restricción suele aparecer como un mandato de la divinidad. Se comprende entonces que la negación de Dios se presente como una liberación, y así lo hacen los utopismos ateos. «Si no hay Dios, todo es posible», vino a decir Dostoievski. Eliminado el sentimiento de Dios, desaparece el de culpa, y el deber de autocontención.

Nadie puede comportarse del todo como si no hubiera Dios, pues los deseos de uno chocan con los ajenos, y satisfacerlos exigiría tiranizar al prójimo y exponerse a sus represalias. La sociedad se convertiría en el albergue del crimen generalizado. Los utopismos han comprobado ese hecho, al cual intentan escapar imponiendo unas normas sociales que los individuos deberían interiorizar como una segunda naturaleza (el «hombre nuevo»). Algo alcanzable si se abole la libertad y se hace de la sociedad una cárcel. Así, la máxima liberación del deseo conduce a la máxima esclavitud. Por otro lado, los deseos liberados provocan, con su multiplicidad y contradicción entre ellos, un aumento paralelo de temor y angustia, hasta desgarrar la psique del individuo. Ambos efectos manifiestan el castigo de los dioses. En un plano menos extremo, cabe imaginar un equilibrio basado en la aceptación utilitaria de unas normas o restricciones acordadas por mayoría. Sobre este problema ha girado gran parte del pensamiento occidental. Las normas, quitado su referente religioso, serían meras convenciones sociales.

Pero muchos podrían sentir que el acuerdo ajeno, incluso mayoritario, carece de virtud para obligarles. Tanto más ante la noción de la muerte sin trascendencia, pues esa noción hace de la vida un todo, y vuelve intolerable la perspectiva de constreñirla ­de constreñir los deseos que son su sustancia­ a decisiones de otros, nunca merecedoras de más respeto que las propias. El hombre débil aceptaría las convenciones, por miedo a la sanción social, pero el hombre fuerte y audaz podría rechazarlas. Recurriría a la violencia, pero no necesariamente. Al no tener las normas otra base que la convención, salta a la vista la posibilidad de sustituirlas por otras, arbitrariamente. Decía Aristófanes, que está establecido que los hijos no peguen a los padres, porque a alguien se le ocurrió y los demás lo aceptaron. ¿Por qué no iba a establecerse la ley contraria, si se convenciese a la mayoría?



Cita:

RELIGIÓN E IDEOLOGÍA: PROYECCIÓN DE LA CULPA

La ideología choca con una multitud de hechos y tendencias que impiden a la esencial bondad humana manifestarse con plenitud. En consecuencia racionaliza que, por un mecanismo más o menos claro, aquella bondad no impide el surgimiento de fuerzas sociales opuestas al bien.

Un profesor de filosofía, muy anticlerical, que hace años solía ir por el Ateneo, probaba el absurdo del cristianismo recurriendo a la idea del pecado original: "¿Cómo puede tener pecado un recién nacido que todavía no ha hecho nada, bueno ni malo? ¿Puede imaginarse algo más fuera de razón? Es el típico embaucamiento para justificar el oficio y sobre todo el beneficio de los curas".

Sin embargo se trata probablemente de la intuición más profunda de la condición humana: ésta, separándose de la condición animal, entraña la tendencia al mal (y al bien), y en esa tendencia inevitable se encuentra la raíz del pecado. La religión sitúa el bien y el mal en la persona misma, en el individuo, al margen de las circunstancias exteriores. Asimismo, acepta, como queda claro en el libro de Job, el carácter misterioso de esa condición y de la relación entre el bien y el mal, y entre la recompensa y el castigo que en la tierra puedan tener uno y otro, pues, en definitiva el ser humano sería, como el resto de la creación, obra de Dios, cuyos designios sólo en pequeña medida resultarían penetrables a la razón humana.

La inclinación al mal lleva consigo la culpa, sentimiento insoportable que tratamos de proyectar fuera de nosotros por medio de incesantes racionalizaciones. Como explica Paul Diel, buena parte de la actividad psíquica consiste en una rumia de agravios, justificaciones sobrecargadas de emotividad y ofrecidas a uno mismo, etc., cuyo objetivo es en buena medida proyectar la culpa sobre el prójimo, o sobre las circunstancias: rechazarla de una u otra manera. Esto se percibe fácilmente en las conversaciones, cuyo tema frecuente es el ataque emocional, injurioso o burlón, al prójimo, se trate de conocidos o incluso de amigos, o de entes más lejanos, como personajes públicos, o abstractos como diversas instituciones o "la sociedad". De ahí lo fácil que suele ser la solidaridad en el ataque a un tercero, y lo peligroso de aludir a actos o actitudes que pongan en evidencia al interlocutor: "Di las verdades y perderás las amistades", asegura el refrán. Esta proyección de la culpa tiene un carácter casi incontrolable, apenas consciente y apenas racional.

Puede decirse que una diferencia básica entre la religión y la ideología consiste en la actitud ante el mal. La religión sostiene que el mal, y por consiguiente la culpa, es intrínseco al individuo, y que atenuarlo o, en casos ya muy difíciles, superarlo por completo, exige un combate interno y permanente. La ideología niega tal cosa, y considera el mal un hecho accidental, nacido de la ignorancia, la miseria u otras limitaciones. Superando esas limitaciones mediante mecanismos sociales (desde la revolución comunista a la "ingeniería social", pasando por el adoctrinamiento desde la infancia), el mal desaparecerá. La lucha interna del individuo queda descartada así como un absurdo, generador de obsesiones e histerias (y como a veces así ocurre, buena parte de la crítica de las ideologías a la religión se basa en la absolutización de esos casos). El hombre es naturalmente bueno, y en ese sentido la ideología ofrece una liberación radical de la culpa. De ahí su atractivo sobre mucha gente.

Pero en la práctica, la ideología choca con una multitud de hechos y tendencias que impiden a la esencial bondad humana manifestarse con plenitud. En consecuencia racionaliza que, por un mecanismo más o menos claro, aquella bondad no impide el surgimiento de fuerzas sociales opuestas al bien. Ese mal, por fortuna, no es esencial, sino externo, histórico y superable, puede y debe ser combatido. La tarea de los justos aunque no se llamen así consiste precisamente en aniquilar esas exteriores fuerzas del mal, y de ahí la engañosa similitud de las conductas ideológicas con las religiosas, especialmente las de tinte mesiánico. Pero, al revés que la religión, la ideología puede definirse como una formidable máquina de proyección y socialización de la culpa, de efectos bien palpables en las matanzas del siglo XX: en los enemigos de la causa se concentra toda la culpa, y por tanto no debe tenerse consideración alguna con ellos.

Desde el enfoque ideológico, el mal puede ser concretado precisamente en la religión, madre de las obsesiones, de la oscuridad y del fanatismo, pero vencible por la marcha de la historia y del progreso. El aniquilamiento de la religión puede intentarse físicamente como en la Revolución francesa y en la guerra civil española o a través de la ingeniería social y manipulación de los medios de masas, como en la actualidad. Hoy asistimos a una campaña sin tregua para desprestigiar a la religión, explotando, por ejemplo, el comportamiento dudoso o delictivo de diversos miembros de la jerarquía eclesiástica. Para la gente sometida a la previa ideologización, el argumento tiene mucho peso: si la Iglesia defiende el bien y dice tener la receta para alcanzarlo, ¿cómo hay tantos malos en ella? Sin embargo el argumento valdría mejor para los ideólogos, que son quienes afirman tener esa segura solución para erradicar el mal.

Franz Borkenau cuenta en El reñidero español cómo escuchaba a unos anarquistas mofarse del clero "con esa especie de risa en la que se mezclan el odio y el desprecio". Argüían que la Iglesia, cuyo reino "no es de este mundo, ha mostrado ser muy lista al asegurar para sí lo mejor de los placeres de este mundo". Sobre todo atacaban sus pretensiones de castidad, cuando la conducta real de los clérigos, aseguraban, era la opuesta. "El anarquismo español ha reivindicado y adaptado a sus propios fines todos los argumentos utilizados contra la Iglesia católica por los autores protestantes de libelos durante el siglo XVI", observa Borkenau, que no ve en esos ataques el motivo profundo de la persecución religiosa. No podían serlo, pues con tales argumentos los revolucionarios bien podrían tomar al clero por avanzadilla si acaso algo exclusivista de la sociedad de placeres mundanos y "amor libre" soñada por ellos. La razón profunda del odio era la insoportable pretensión religiosa de que la culpa reside en cada cual. No: reside precisamente en la Iglesia, y eliminar ésta traerá la liberación general. Por eso, para aplastarla ("aplastar a la infame", decía Voltaire), cualquier acusación vale, aunque sea contradictoria.



Estos textos (hay muchos otros, pero creo que con éstos es suficiente) se me antojan ridículos a la luz de la criba materialista, y parecen indicar que Moa, como persona, no es sino un santurrón que se separó del mal camino, no gracias al criticismo materialista, sino a la Fe. Parece que Moa está en Gracia; está en posesión de unos determinados conocimientos soteriológicos desde los que analiza los asuntos más complejos (¿tiene Moa ideas claras y distintas de la religión, la ideología, de Dios, el arrepentimiento, la persona, etc.?) basándose en el prestigio que tiene como historiador. Esto me recuerda a las secreciones psuedo-filosóficas que hacen muchos científicos analfabetos en filosofía en sus ratos libres, basándose únicamente en su prestigio, y que en la mayoría de casos no pasan de ser malas bromas, o, como mucho, tesis metafísicas confusas, oscuras, ideológicas, etc. Y que habría que decirles (y a Moa entre ellos cuando saca los pies del plato de sus estudios sobre historia), según creo, el famoso aforismo de Goethe: «Escultor, esculpe y calla».
Atentamente,
Javier Pérez Jara
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Javier Pérez Jara



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Ubicacin: Sevilla

MensajePublicado: Lun Dic 29, 2003 11:16 pm    Ttulo del mensaje: Responder citando

Paso a poner otro texto de Moa, que también "tiene miga". Parece que la filosofía no es uno de los dones que Dios ha dado a Moa.

Cita:

Divagación sobre la no existencia de Dios

La interminable polémica sobre la existencia de Dios parece tener mucho de bizantina. Decimos que algo existe cuando podemos situarlo en el tiempo y el espacio. Por lo tanto, la no existencia de Dios está clara, tanto para creyentes como para no creyentes. Pero lo está de distinta manera. Para el creyente, Dios trasciende el tiempo y el espacio, y por tanto no existe al modo como existen las demás cosas, aunque se manifieste en ellas. El descreído, en cambio, excluye de sus consideraciones lo no existente, opina que nada puede trascender el tiempo y el espacio. Por lo tanto, atribuye a la idea de Dios el mismo valor que a la de los fantasmas, y explica la persistencia de la religión como un producto del desvalimiento causado por la ignorancia que padece el ser humano. Pero la ciencia, al superar esa ignorancia, terminará por superar también los fantasmas religiosos.

No obstante, sería extraño que la religión encontrara su causa en la ignorancia, y el ateísmo en la ciencia, porque tanto la creencia como su contrario han existido siempre, en mayor o menor grado. Si no, la Biblia no condenaría al segundo. La eclosión de la ciencia solo ha dado una nueva dimensión al viejo problema. El ateo corriente parte de una fe: la de que lo existente se explica por sí mismo, cosa que la ciencia no ha justificado nunca. Cualquier encadenamiento de razones aboca siempre a principios indemostrables, y las mismas matemáticas, el reflejo más abstracto del funcionamiento del mundo, remiten a proposiciones cuya verdad es indemostrable. Probablemente, la religiosidad nace de esta sensación, no eliminada por el método científico: la de que el mundo y su razón de ser tienen un fundamento distinto de su propia existencia, y una profundidad inasequible a nuestra mente. Es la emoción abrumadora ante el misterio, aludida por Paul Diel, y que puedo más o menos percibirla, aunque no transmitirla, debido a mi incapacidad, hija de mi espíritu algo trivial, para sentirla adecuadamente.

Una emoción no justifica una creencia, y menos una teoría, desde luego, pero algo me hace desconfiar del ateísmo, aparte de su fe contradictoria en el método científico: el comunismo, el nazismo y otras aberraciones de nuestro tiempo se han alzado precisamente sobre esa fe en la ciencia. Según Chesterton, cuando un hombre deja de creer en Dios, pasa a creer en cualquier cosa. Vista la experiencia, algo de verdad debe de haber en el aserto.



Este texto me confirma que Moa no tiene ni idea de lo que habla cuando saca los pies fuera del plato de sus estudios históricos, cuando se pone a "filosofar" (aunque él, emic, se crea que esté haciendo otra cosa). Se delata como un analfabeto absoluto en ontología, epistemología, filosofía de la religión, antropología (científica y filosófica), etc. ¿Se creerá que su prestigio como historiador lo va a eximir de hacer el ridículo cuando hable de ideas como existencia, Dios, ciencia, etc., ideas de las que Moa, por lo que demuestra en sus escritos, no tiene más conocimientos que un albañil -con todos los respetos-?
Atentamente,
Javier Pérez Jara
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