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un poco de Historia reciente de México

 
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Autor Mensaje
Eliseo Rabadán Fernández



Registrado: 12 Oct 2003
Mensajes: 567
Ubicacin: España

MensajePublicado: Vie Sep 03, 2004 9:11 pm    Ttulo del mensaje: un poco de Historia reciente de México Responder citando

Las causas de los problemas económicos que vivió México en los sexenios donde todavía el PRI mantuvo el Poder, y en especial los años 1982-1983, último de López Portillo y primero de Miguel de La Madrid, en una entrevista con José María Basagoiti, un empresario mexicano con vínculos familiares muy profundos con España, pueden ser muy interesantes tanto para conocer un trozo reciente de la Histporia mexicana, como para ver la influencia de las Ideas filosófico-políticas en la política real y en la marcha de la Economía de un Estado.

Esta entrevista a Basagoiti puede ser interesante , y me permito sugerir su lectura

Cita:


ENFOQUES


editorial c. comunica c. en acción Pto de vista Integración X gajos e. Internacional portada mensaje Visión de Edo. Enfoques Opinion de...




José María Basagoiti (1982-1984)
Los años que vivimos en peligro

http://www.coparmex.org.mx/contenidos/publicaciones/entorno/2004/may04/9.htm


Este año se celebran los 75 de la fundación de la Confederación Patronal de la República Mexicana y ENTORNO se ha propuesto conversar con algunos de los más representativos empresarios que han ocupado su presidencia en los momentos históricos más significativos.


POR CHARLES OPPENHEIM

Cuando José María Basagoiti fue elegido para ocupar la presidencia de la Coparmex, corría el fatídico año de 1982, o como dice el empresario, “el año que vivimos en peligro”.
Basagoiti nació en Vizcaya, España, de padres mexicanos. Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid y se graduó de Alta Dirección de Empresas del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (IPADE). Además de la Coparmex, fue presidente de la Unión Social de Empresarios Mexicanos (USEM), del capítulo mexicano de la Cámara Internacional de Comercio y del Comité Empresarial España-México del CEMAI.
Actualmente, preside el consejo de la Agrícola y Ganadera San Ignacio de Loyola y es presidente honorario vitalicio del consejo de Cigarros La Tabacalera Mexicana (Cigatam).


¿Cuánto tiempo formó parte de Coparmex?
Entré como socio en los años 60 y salí en el 84, justo después de mi presidencia. En esos años (los 60) estuve presidiendo la USEM en la Ciudad de México y luego la Confederación USEM, que es toda una escuela de doctrina y filosofía empresarial en todos los sentidos; particularmente de ética empresarial. Ahí uno aprende sobre la responsabilidad que tiene todo dirigente de participar en las asociaciones, sobre todo en las libres. Así que, al salir de USEM, don Roberto Guajardo me invitó a formar parte de la Coparmex y yo lo hice para cumplir un poco con esa responsabilidad. Durante esos años presidí algunos comités, como el de educación y el agropecuario; luego fui tesorero y vicepresidente, y finalmente me tocó tomar la estafeta durante dos años, de 1982 a 1984, de manera que me tocó el final de José López Portillo y el comienzo de Miguel de la Madrid, un año con cada uno.


Y curiosamente este año que se cumplen 75 de la Coparmex, hace poco falleció López Portillo y De la Madrid acaba de publicar un libro de memorias. Fue una época fascinante y también preocupante. Al día siguiente del último informe de gobierno de López Portillo, me acuerdo de su foto, junto con Manuel Clouthier y Carlos Abedrop, los tres boquiabiertos, en la primera plana del periódico. ¿De veras fue una sorpresa para ustedes la estatización de la banca, o ya sabían?
Manuel y yo llegamos juntos al informe. En realidad no sabíamos nada. Cuando entrábamos al Palacio Legislativo, algunos miembros de la prensa nos preguntaron si sabíamos. La verdad, en la precipitación de la entrada y la confusión que siempre causan los periodistas con sus micrófonos en las narices, nos quedamos preocupados, pero no sabíamos a ciencia cierta qué sucedería.


En el momento de que López Portillo empezó a hacer su comedia —o más bien su tragedia— con sus lágrimas y su farsa de histrión —porque eso fue— Manuel y yo nos salimos. Los demás se quedaron pero Manuel y yo no, y obviamente una parte de la prensa nos siguió y en el vestíbulo nos preguntaron nuestra opinión. En mi caso, me atreví a decir algo que apareció en la prensa española pero jamás salió publicado en México: ante la pregunta “¿Y usted qué opina?”, yo respondí muy espontáneamente: “Creo que el presidente se ha vuelto loco”. Esa fue mi primera reacción. Luego el shock.


Yo había tratado a López Portillo desde que era secretario de Hacienda, y luego como candidato. Es más, logré verlo exactamente en vísperas de su toma de posesión, y allí fue todo lo claro que un presidente podía ser, al decirnos que no nos preocupáramos, que las cosas se arreglarían, refiriéndose al tormentosísimo periodo aquél entre la devaluación del último día de agosto de Echeverría y cuando él iba a tomar posesión, en el que estábamos asustadísimos.


López Portillo en aquel entonces quiso congraciarse con la iniciativa privada, dándonos toda clase de esperanzas a los que le fuimos a ver, y como era hombre de verbo fácil, de simpatía personal, pues nuestra primera impresión fue que con ese hombre sí podríamos tratar. Nos parecía que no tenía el fanatismo de su antecesor y por lo tanto no íbamos a seguir con el populismo, el despilfarro y las deudas que nos endilgó Echeverría.


Cuando entró, yo tenía grandes esperanzas, pero luego me fueron desilusionando sus declaraciones. Para mí, lo que decía López Portillo iba perdiendo valor a medida que iba avanzando su gobierno; sus actos lo traicionaban. Una cosa era lo que decía y otra muy diferente lo que hacía.


López Portillo era así. Se llevaba bien con algunos, pero yo siempre fui con él un poco más solemne, con todo y que él buscaba acercarse y ser nuestro amigo. A mí solía decirme: “Señor Basagoiti, a usted le envidio porque habla con ortografía”. Esa era su manera de decir que yo hablaba como español. Podía ser muy amable, porque tenía esa habilidad de trato: era muy seductor. A Manuel Clouthier lo trataba casi de picada de panza. Su ligereza y frivolidad, sin embargo, se extendía a sus actos como jefe de estado, y tomaba unas decisiones con base en impulsos muy extraños.


No recuerdo la fecha —porque mi memoria ya no está tan precisa—, pero si no mal recuerdo en una asamblea de la Concanaco, en Cancún, el señor Presidente pronunció un discurso bárbaro, en el que la iniciativa privada salió de allí otra vez seducida… ¡hasta el propio Manuel (Clouthier)! Y yo me acuerdo que le dije a Manuel que no le creía al presidente una sola palabra. “¡Hombre! —me respondió— es el presidente y lo ha dicho públicamente, en la televisión!” El sector privado creyó que López Portillo nos había extendido una especie de cheque en blanco. Al poco tiempo vino la devaluación en febrero de 1982 y los aumentos salariales del 30, 20 y 10 por ciento.


Manuel y yo fuimos a verlo inmediatamente para que diera marcha atrás. Creíamos que, si bien la devaluación había sido una medicina amarga, había que tomarla. Pero le advertimos que los aumentos destruirían el efecto positivo de la devaluación. No nos escuchó. Nos dijo que queríamos prender un cerillo en las calles de México, que estaban rociadas de gasolina (esas metáforas le apasionaban). Salimos de su oficina muy enojados.


De todo esto, ¿qué lecciones cree que aprendió el sector empresarial en su relación con el gobierno, para enriquecer la experiencia de los que han venido después de ustedes?
Bueno, habría que hablar de qué aprendieron algunos y qué no aprendieron otros, porque como en todos los grupos humanos, en la Coparmex había quienes se enfrentaban a las realidades con crudeza, y había quienes siempre querían estar adaptándose a lo que venía, conformándose con lo que les daban.


Coparmex quizá menos que otras organizaciones empresariales, pero también había grupos que no querían el enfrentamiento, y querían seguir adaptándose a los engaños del gobierno. Yo debo reconocer que durante mi presidencia fui partidario de que la Confederación rompiera con el Consejo Coordinador Empresarial. El solo hecho de que ahí estaba Manuel —con él que más o menos me podía entender—, lo impidió. Aunque yo sabía que, en el momento en que se fuera Manuel, íbamos a volver a las mismas. Yo creo que el CCE era un órgano manipulado. Inclusive dentro del Consejo había personajes que yo intuía estaban en interlocución directa y personal con el gobierno.


Para mí, la Coparmex era la única asociación libre y genérica que representaba al verdadero sector privado, mientras que el Consejo Coordinador Empresarial era un instrumento corporativo del Estado, que permitía a algunos personajes importantes del empresariado tener interlocución directa con el Presidente.
Recuerdo que las discusiones que teníamos eran muy fuertes. Éramos muchos los enemigos de la idea de tener una cúpula de cúpulas, y nos opusimos a tener un equivalente al Congreso del Trabajo en el empreariado.


La idea de unir a los empresarios es legítima. Yo he pensado siempre que cuando nos unimos alrededor de un compromiso, la unión es buena. Pero cuando nos unimos simplemente para quitarle a otras instituciones la libertad de hablar por separado y a expresar su opinión disidente, esa unión ya no es tan buena.


Y voy a decir una cosa con la que mucha gente de la Coparmex va a estar de acuerdo: que el CCE le quitó voz a Coparmex, le quitó espontaneidad y liderazgo. La idea de poner a Manuel Clouthier como presidente del Consejo Coordinador fue para demostrar lo contrario, pero la desilusión con la que Manuel salió de ahí la conocemos todos sus amigos. Yo fui íntimo de Manuel y fue una verdadera desgracia verle tan desilusionado, abandonado, porque lo importante para los de la CCE era estar de acuerdo con el gobierno.
Es más, las cartas que Manuel le escribió a Lety Carrillo, su viuda, explicándole por qué se iba a meter a la política, están basadas en la desilusión que a Manuel le produjo la época en la que fue presidente del Consejo Coordinador Empresarial. Él era un hombre valiente, dispuesto a arriesgarlo todo. Pero el dinero es cobarde y los intereses económicos a veces hacen que uno se olvide de los intereses de la nación, y esto es una verdad como un templo.


¿Y el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios?
Es otro círculo que nació para estar cerca del poder: hombres de intereses que se doblegan a la conveniencia del momento para lograr acuerdos con el poder político. Los dos tratan de convencer e imponer a los demás los criterios de arriba.


Pero usted también participó en el CCE...
Hasta que empezaron con el cuento de los pactos económicos, en el primer año de Miguel de la Madrid. Yo le dije al Presidente que no quería hacer ningún pacto, porque eso era una manera de presentar ante el público una unidad de pensamiento y de criterio que no existía en la realidad, y que los pactos políticamente podían convenirle al gobierno, pero que en última instancia implicaba obedecer al gobierno. Eso no les gustó nada.


Cuando llegó el momento de aprobar los pactos en el CCE, yo interpuse mi postura, pero me tuve que ir a España porque mi mamá estaba muy enferma. Estando yo allá, me llamaron por teléfono para decirme que me habían destituido. No me importaba que me traicionaran como persona, sino que habían traicionado un pensamiento.


Aquellos pactos fueron, en efecto, una farsa. Yo nunca comulgué con esa política de simulaciones, y siempre defendí nuestra libertad de expresión como empresarios.


Con De la Madrid también le tocó una época difícil…
Con López Portillo por unas razones, y con De la Madrid por otras. Al menos De la Madrid no nos engañó: desde que fue candidato nos reunía en su casa de campaña en Coyoacán. Un día nos dijo que quería tener diálogo permanente con el sector privado, pero quiso hacer un trato: que le dijéramos lo que quisiéramos en privado, bajo techo, pero que en público nos calláramos la boca. Yo me atreví a decirle al Presidente que nos estaba negando la posibilidad de cumplir con nuestra misión de voceros de un sector, y que no podíamos justificar ante nuestros socios la defensa del sector en lo oscurito.


Ése fue mi primer problema con De la Madrid, desde que era candidato.


En sus memorias que acaba de publicar, se queja de que el sector empresarial nunca reconoció lo que él llama “el principio fundamental de la rectoría económica del Estado”...
De la Madrid tenía una devoción a Thomas Hobbes, el tratadista de derecho del Estado. Él le llamaba “rectoría” a lo que es “actoría” del Estado, y eso se lo dijimos en todos los tonos: la rectoría del Estado la debe aceptar todo el mundo y, es más, nos atrevimos a reconocer al Estado administrado por el gobierno, porque el Estado como ente no se puede administrar solo.


...Y también menciona la oposición del sector privado a la conveniencia de lo que él veía como las bondades de la economía mixta; es decir, empresas privadas y públicas.
Porque nos pareció —y así se lo dijimos— que sus reformas constitucionales a los artículos 25, 26, 27 y 28 eran de inspiración marxista.


El hecho es que el gobierno de De la Madrid prosiguió de una manera muy gris. Yo creo que, en el fondo, él no tenía más que una serie de ideas académicas acerca del Estado; Hobbes era su ídolo y, sin embargo, durante todo su mandato, no supo crear la apertura que —con todo y lo que desapruebo de Carlos Salinas— hizo este último.


Pero De la Madrid sentó las bases de la apertura económica, ¿no?
A mí me parece que De la Madrid no veía claro qué es lo que tenía que hacer y, en ese sentido, por lo que hizo después, se ve que Salinas sí lo tenía claro desde que era secretario de Programación y Presupuesto. Si Salinas no le recomendó a De la Madrid lo que debía hacer, tal vez fue porque se estaba reservando para hacer los cambios él mismo. Esa es mi opinión. Otros podrán pensar distinto, pero me parece que el sexenio de Miguel de la Madrid fueron seis años en que no caminamos: no se pudieron rectificar las rutas.


Si pudiera resumir en poquísimas palabras su aprendizaje al frente de la Coparmex en aquellos años de 1982 y 1983, ¿cuáles serían?
Que el papel de la Coparmex no es entenderse con el poder, sino defenderse del poder.E

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