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El Reino de los Cielos
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Autor Mensaje
Lino Camprubí Bueno



Registrado: 13 Oct 2003
Mensajes: 85
Ubicación: Sevilla

MensajePublicado: Sab May 14, 2005 1:08 pm    Título del mensaje: otra de Scott Responder citando

En línea con los interesantes temas que salen al candelero a propósito de la película El Reino de los Cielos, quería poner en conocimiento de los interesados que este jueves emitió Canal Sur muy oportunamente otra de Scott: Black Haw Derribado, de 2001. En la que colaboró el Pentágono pero de la que dice Scott que no es pro-americana, como de hecho no lo es aunque los 19 muertos estadounidenses (algunos idealistas, otros psicópatas) sean homenajeados por una misión fútil que causó 1000 bajas somalíes. Esto tras el 11-S y la guerra de Afganistán es sin duda importantísimo. Muchas de las imágenes recuerdan el polvorín que la t.v. nos muestra en los barrios de Bagdag.

Thelma y Louise, Blade Runner y otras muchas películas clásicas han salido de las manos de éste director que se empeña en repetir que tiene influencias sobre las películas que dirige, sus temas y sus perspectivas (tal vez sea un caso de protección gremial de los directores, algún día comprenderemos que las películas no son sólo suyas), de hecho, ideológicamente Scott puede estar de acuerdo incluso con las dos que, bajo otra perspectiva, podemos ver como antagónicas: Gladiador y El Reino de los Cielos.

Respecto esta película, dice el director:

«Intento dar un toque comercial a todo lo hago»
:: 24/01/2002
«El éxito en Estados Unidos (29 millones de dólares en sus primeros tres días de exhibición) nos sorprendió, pero tengo que decir que lo buscábamos porque es un filme caro (90 millones de dólares) -aseguró Ridley Scott-. Estoy encantado con la etiqueta de director comercial porque estoy en un negocio en el que hay que ganar dinero, por lo que siempre procuro dar un toque comercial a lo que cuento en pantalla».

El director reconoce que los atentados del 11 de septiembre han beneficiado a su último trabajo. «El 11 de septiembre cambió el mundo, hizo que éste fuera más pequeño y que EE UU dejara de estar ciego», señala.

«No entiendo el patriotismo como algo que apoya una imposición. No he hecho una reconstrucción de la invasión de Mogadiscio desde las perspectiva de los soldados norteamericanos -explica el cineasta-. El filme no da soluciones ni respuestas, al contrario plantea muchos interrogantes sobre esa intervención».

En otra entrevista sobre el Reino de los Cielos, dice que aboga por el entendimiento ecuménico, pero también se alegra de que, a la muerte del Papa, muchos jóvenes acudieran en brazos de la religión, extendiendo sus miras más allá del «rap y el fútbol» (¡¡!!). Confía además, en que, aunque el arte no haya llevado a la paz en ninguna época, el cine sí ha permitido «comprender mejor el mundo».

En fin, que el tipo, como también las diferentes productoras a las que va sirviendo, parece comulgar con ruedas de molino.

Nada más,
Lino
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J.M. Rodríguez Pardo



Registrado: 10 Oct 2003
Mensajes: 1423
Ubicación: Gijón (España)

MensajePublicado: Mie May 25, 2005 2:37 pm    Título del mensaje: Un comentario sobre la película Responder citando

Estimados amigos:

Copio aquí el comentario de Serafín Fanjul sobre El Reino de los Cielos, aparecido en Libertad Digital el 25 de mayo. Aunque considere la película un bodrio, no duda en señalar el mensaje ideológico que aparece de forma explícita en ella.

Un cordial saludo,
José Manuel Rodríguez Pardo.

Cita:
El reino de los bodrios
Serafín Fanjul

lo habitual en estos despliegues de moralina es inocular al pasado, para que broten por todos los rincones, los mitos de nuestro tiempo y reforzar de tal guisa la ideología nada inocente que productor-director-guionista buscan endosarnos de matute Es un bodrio. A partir de tan elemental principio y punto de partida, ya podemos entendernos y ocuparnos de asuntos de mayor enjundia, incluso relacionados con esa película de Ridley Scott que acaba de estrenarse (El reino de los cielos). Créanme que no concedemos mucha importancia al cúmulo de anacronismos, personajes cuya biografía se fuerza y retuerce para acomodarla al guión, o detalles de ambientación fuera de lugar: la exquisita perversidad de Guy de Lusignan, que no fue para tanto; la ubicación en la Palestina del siglo XII del Alcázar sevillano (que data del XIV, con sus azulejos de estilo nazarí y su neomudéjar de tiempos de Isabel II); la invención de unos devaneos amorosos entre la princesa-reina Sibila y Balian de Ibelin que, por cierto, jamás fue herrero sino noble desde la cuna y señor de Nablus, o los supuestos perdones para los prisioneros que Saladino habría derramado generosamente por doquier, cuando la realidad histórica es que, tras la batalla de Hattin, todos los caballeros del Temple y el Hospital cautivos fueron pasados a cuchillo, o que después de la Toma de Jerusalén –¿Les suena la palabra a los detractores de la Toma de Granada?– tres cuartas partes de la población (quienes no pudieron pagar su rescate) fuesen vendidos como esclavos. Estos deslices carecen de trascendencia en un filme de aventuras, y si la ficción se quedara en esos dignos límites del entretenimiento visual y narrativo, estaríamos salvados, pues desde el momento de entrar al cine somos conscientes de estar participando de un guiño convencional entre guionista-director de un lado y espectadores de otro: sabemos que aquello no es ni fue nunca verdad. Y así lo aceptamos.

En alguna ocasión hemos señalado que las distorsiones de detalle en la novela o el cine históricos son pecado leve y fácil de detectar, si se trata de ropas, personas, edificios o alimentos y siempre constituyen campo socorrido para dar rienda suelta a la indignación de eruditos más o menos cascarrabias. No es eso lo peor. Lo más grave sucede cuando la película comienza y termina colando de rondón un trasfondo ideológico –a veces muy manifiesto– inimaginable en el momento y espacio aludidos (véanse los discursos del protagonista sobre libertad e igualdad). Porque lo habitual en estos despliegues de moralina es inocular al pasado, para que broten por todos los rincones, los mitos de nuestro tiempo y reforzar de tal guisa la ideología nada inocente que productor-director-guionista buscan endosarnos de matute. Así son. Y, del mismo modo que en el cine histórico español de los cuarenta y cincuenta, las virtudes –reales o exageradas– de Isabel la Católica se elevaban a la categoría de sublimes y trascendían y anidaban en los corazones de toda la Nación española en una mitificación huera cuyos verdaderos alcance y resultados ahora estamos disfrutando, las producciones americanas de idéntico género, o Western, buscaban la legitimación ideológica del poder, la fuerza –y por tanto la razón– de los anglosajones históricos y, sobre todo, contemporáneos.

Pero eso se acabó. En nuestros días lo que se lleva es la imposición del pensamiento único representado en lo políticamente correcto que, dicho sea de paso, nació –como tantas otras tontunas– en las universidades de Estados Unidos. A ver si se enteran nuestros progres, tan antiyanquis como son: ¿Y quién dijo que vestir jeans no transmite ideología? Ahora la moda es el multiculturalismo, la negación de los valores básicos de nuestra civilización, gracias a los cuales la vida en nuestros países es bastante aceptable, y la adoración boba por una sociedad ajena que desconocen y con la cual –desde luego– estos progresistas de canuto y fin de semana evitan mezclarse, con esmero y buen cuidado. Porque una cosa es evocar en la pantalla –y ganando buenos duros en el caso de Scott– el exotismo de parque temático de la tierna bondad natural del Buen Salvaje (por descontado, en choque abierto con la maldad intrínseca de nuestra religión y nuestra sociedad) y otra bien diferente quedarse sin cerveza, ver a las mujeres sólo metidas en un saco negro, o renunciar a la libertad individual para hacer lo que a uno le dé la real gana. Son cosas distintas, aunque de la confusión –y la ignorancia– de grandes extratégas (sic) nazcan ideas geniales como la Alianza de Civilizaciones.

Y aun nuestra ministra preferida –Dixie la Anglicana– en sus todavía cercanas andanzas como consejera de Cultura en Andalucía, se indignaba porque el obispado de Córdoba, con tanta razón como prudencia, no autorizó la conversión de la catedral-mezquita de la ciudad en plató desmadrado para estos peliculeros sin fe ni respeto por la lógica. Y más impresentable aun se nos hace el churro que perpetró el director de marras sobre el Descubrimiento de América en el 92 a petición de los socialistas de entonces, que son los mismos de ahora. Encargar tal película a tal director no se le ocurre ni al que asó la manteca. Pero se les ocurrió.
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