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vasos comunicantes

 
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Autor Mensaje
Iván Vélez Cipriano



Registrado: 10 Jul 2004
Mensajes: 20
Ubicación: Madrid

MensajePublicado: Sab Nov 26, 2005 9:28 pm    Título del mensaje: vasos comunicantes Responder citando

Por el interés que puede tener este brillante prólogo de Joaquín Robles, me permito darlo a conocer.
Saludos
Iván Vélez


Prólogo al libro “Vasos comunicantes “
Iván Vélez, (Ed. Dossoles. Burgos. 2005)


Las reticencias que la verdadera filosofía, la platónica, por ejemplo, mantiene frente a la poesía como instrumento de conocimiento, se justifican, plena y certeramente, por la distancia crítica que media entre ambas. Mientras que el saber filosófico no admite “cajas negrasâ€, ni supuestos conocimientos sapienciales escondidos en las palabras, la poesía, como grado ínfimo de conocimiento, parece que sustenta su “ser†en la evocación, sugestión, que puedan producir las palabras mismas, incluso, los sonidos de esas palabras al entrelazarse rítmicamente. Así, al poeta poco le importa la precisión, la claridad o la distinción –entre conceptos e Ideas, por ejemplo- ni, naturalmente, la fundamentación de su discurso. Las palabras, en el “discurso†poético, rara vez constituyen una filosofía verdadera y nunca una verdadera filosofía, porque su oscuro mecanismo está más cerca de la música o la pintura que de la filosofía. Sin embargo, a escala antropológica, el filósofo –todo hombre lo es- y el poeta, son condiciones que confluyen en una misma persona no pocas veces: tantas como poetas, porque si “todo hombre es filósofo†y “todo poeta es hombreâ€, la conclusión del silogismo es obvia: todo poeta es filósofo, aunque su filosofía lo sea en grado ínfimo, en el más cercano a los eikones, a las imágenes. Pero unas imágenes que, en el caso de Iván Vélez, ya no se le “aparecen†ingenuamente, sino co-determinándose entre sí en relaciones, muchas veces, contradictorias. Si el germen, el fermento, del método filosófico lo constituyen, precisamente, estas contradicciones, entonces, habremos de esperar que la poesía de Iván sea justamente un peldaño con la suficiente potencia para conducirnos, por modesto que pueda parecer este paso, por la áspera y escarpada salida al exterior de la caverna. Al menos, en tanto nos permite, por el medio de mostrar la contradicción, ser escépticos respecto del grado de conocimiento que podemos atribuir a la poesía y a los poetas:
El poeta,
habitante del castillo de naipes,
busca un trébol par,
Dejamos intencionadamente de lado aquellas “filosofías†de la poesía que pretenden encontrar la esencia del poetizar en su función apelativa. Cuando esa función, muy principalmente, se arroga la capacidad para conmover sentimentalmente a los sujetos que la leen, por medio de ciertos recursos líricos. Así, ignoramos esas burdas teorías, cimentadas en supuestos de naturaleza psicológica, que componen un espectro que oscila desde las teorías de la poesía como curación del alma, hasta las elaboradas filosofías de la poesía, de raigambre idealista y metafísica, que pretenden haber encontrado en la versificación un modo de conexión con el espíritu absoluto.
También dejamos fuera de estas consideraciones sobre la filosofía de la poesía de Iván Vélez, los análisis propios de los especialistas filólogos. Análisis, todo lo interesantes que se quiera, impertinentes por su inevitable carácter filológico, que, como el móvil perpetuo, les obliga a alimentarse de su propia sustancia. Análisis sobre escuelas, campos semánticos, modos y tipologías etc. que no podemos aplicar. Que no queremos aplicar. Las lentes que utilizamos en este prólogo quieren mantenerse en la inmanencia de los poemas aquí publicados. En los mismos conceptos e ideas que contienen y en el modo (triada) en el que estos conceptos e ideas se han ido estructurando en una arquitectura trimembre y no en otra. Presuponiendo, además, que esta arquitectura no obedece a un problema de forma sino asumiendo que los problemas de forma son, inevitablemente, problemas de la misma materia: partimos de que las formas nunca son formas separadas de la materia sino un modo particular de referirse a las materias mismas. Y en esa inmanencia, todo lo primaria y burda que se quiera, lo primero que encontramos es un título, vasos comunicantes, que nos lanza de inmediato a un fenómeno cuya estructura nos es conocida por la física (dinámica) de fluidos: en el ejemplo canónico del experimento de Torricelli, cuando se ponen en comunicación dos depósitos que contienen un mismo líquido que inicialmente está a distinta altura, el nivel de uno de los depósitos baja, sube el del otro hasta que ambos se igualan. Los conductores se comportan de modo análogo: cuando dos conductores que están a distinto potencial se conectan entre sí, la carga pasa de uno a otro conductor hasta que los potenciales en ambos conductores se igualan. Cuando el fenómeno consta de más de dos vasos –como sucede en las redes de abastecimiento de agua- nos encontramos ante un sistema regido por teoremas físicos bien conocidos. ¿Nuestros tres vasos comunicantes son El jardín de las delicias, Ambulatorio y Bestiario? ¿Y cual es el fluido? ¿En qué tipo de fluido deberían estar nivelados, o eventualmente nivelarse si nos referimos al proceso mismo, nuestros vasos? ¿Y en virtud de qué principios deberían nivelarse? ¿Y qué tipo de conexión es la que media entre nuestros vasos? Y, finalmente, ¿por qué tres y no dos, como en el experimento de Torricelli, o seis, o catorce, vasos? ¿Habremos de regresar aun más atrás y suponer que la analogía con los vasos comunicantes se produce a otra escala? ¿Entre la filosofía y la poesía, por ejemplo, entre el autor y su obra; acaso entre Iván Vélez y su mundo entorno? Iván Vélez ya mostró en su libro de relatos, Ruedas dentadas, su preferencia, a la hora de escoger título, por sintagmas de filiación mecánica. Esta preferencia, que sigue ejercitada en este nuevo título, por metáforas que nos ponen delante de procesos deterministas, de estructuras que se organizan de modo sistemático, no puede ser casual. Tampoco, pensamos sin negarlo del todo, obedece a la condición de arquitecto de Iván ni a la presunta fuerza expresiva de estos rótulos. Lo que constituye el máximo interés del título “Vasos comunicantes†procede de la misma esencia procesual de la metáfora, la nivelación, que, inmediatamente, podemos poner entre el autor y el lector: el autor posibilita la nivelación al hacernos ver a través de lo que él ve. “Ver†y empezar a inteligir que la esencia de lo que vemos no se reduce a lo visto. Esto sólo es posible en la codeterminación de los sujetos que ven y es este, nos parece, el tipo de conexión por el que Iván pretende que fluyan sus asociaciones de imágenes, su poesía. Y lo que, a través del autor, vemos son las imágenes de hombres, cosas y animales. Los vasos aparecen ahora como metáforas de ejes. De los ejes de un espacio habitado por humanos en sus relaciones ceremoniales con otros humanos, con cosas y con animales. El Espacio Antropológico: la imagen arquitectónica, geometría de planos inanes y de hombres mecánicos y máquinas (Eje radial). Imágenes de otros hombres, de sus cuerpos pensantes y de las operaciones quirúrgicas (quiros, mano) (Eje circular). Licántropos, individuos que acechan, perros que ladran (Eje angular). Estos tres ejes se reparten por las tres morfologías o partes del poemario de Iván Vélez (la ciudad, el ambulatorio, el bestiario) como un fluido que busca su equilibrio a base de contraponer unas imágenes de un eje con otras de otro: exhaustas farolas, irritados tacones, naipes desmemoriados, hueca memoria de los túneles, metralla de escamas, estrellas vegetales… Geométricos rasguños
grabados en una esquina
de nuestras sienes.
(¿Una alusión a Gustavo Bueno, nuestro maestro, constructor del Materialismo filosófico que contiene esta doctrina que traemos a colación del Espacio Antropológico, y sus rasguños de la revista digital El Catoblepas?)
Un ejemplo de esta nivelación, no confusión, a base de imágenes contrapuestas se advierte con claridad en el poema Lunática:
en los edificios de aliento eléctrico,
los hombres y las máquinas
entregan sus sueños
a las estrellas fugaces
que laten
dentro de los fluorescentes
La armonía de los contrarios es un recurso típicamente dialéctico, desde Heráclito, que sirve a la estructura de Iván Vélez como principio fundamental y razón suficiente. Un principio que, salvando la distancia, actúa, de modo metafórico, como el principio de Torricelli lo hace, en tanto que principio fundamental que explica el comportamiento de los fluidos, en su contexto de la dinámica (la velocidad de salida de un líquido por un orificio practicado en su fondo es la misma que la que adquiere un cuerpo que cayese libremente en el vacío desde una altura h, siendo h la altura de la columna de fluido, según la fórmula:

Porque de modo análogo en el que, ordo essendi, apreciamos el principio de Torricelli como anterior al fenómeno mismo de la nivelación del fluido que contienen los vasos, advertimos en este poemario, que el principio tenía que estar dado de antemano en quien, como Iván Vélez, nos retrata una realidad que pide ajustarse a su principio. Y lo hace porque el autor conoce a ciencia cierta eso que en sus propias palabras llama:
la piedra de la sabiduría
hermana de la locura.
Una sabiduría que se ha de suponer al final de un proceso en el que habremos de dejar en la cuneta, ente otras cosas, a la poesía misma. Porque poetizar es un pensar especulativo en imágenes (Gustavo Bueno, Poetizar, en Arbor nº 96, 1953, págs. 379-387) que debe cesar para dar paso a otros tipos de conexión entre palabras, ahora términos, adscritos a los campos científicos y conexiones entre esos términos que ya no pueden expresarse en imágenes y por último, las Ideas, querido Glaucón.
Quien esto escribe, al leer los versos de estos vasos comunicantes, ha rememorado esas mismas imágenes y el modo de componerlas, como un eslabón necesario del devenir de su propio ascender por aquella áspera y escarpada subida, en la metáfora de Platón, del conocimiento. Imágenes, poemas, que bien podrían servir de refugio en el descenso, lo mismo que sirvieron de canto del gallo anunciando hierros de madera en el despertar del día. Más metáforas.
Joaquín Robles. Septiembre de 2005.
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