los foros de nódulo

[José Mª Rodríguez Vega]

¿Quién no ha tenido la fortuna en su juventud de ser embrujado por unos ojos y unos ademanes que de suaves parecen propio de un mimoso felino? Cuando esto sucede, la dependencia del hombre es siempre trágica, pues la satisfacción de los deseos de posesión total no es nunca realizable. Parece como si el “apetitus� tuviera que tener siempre a la insatisfacción por respuesta y que esto sea el imprescindible requisito para dar motivo al drama trágico, cuyo final no es nunca el deseado por el espectador. No es la posesión física el motivo final de la tragedia, sino su eterna insatisfacción afectiva, “espiritual�, si se me permite decirlo así, una satisfacción que se escapa en los gestos y actitudes de Carmen, en su descoco y en su crueldad para con el pobrecito José, que deambula por el mundo como un polichinela en permanente celo.

Vicente Aranda nos regala con su Carmen el hechizo, no sólo de la belleza de Paz Vega y su buena interpretación, sino el más irritante hechizo de aquella malicia propia de la tabacalera torturadora, un tanto arrabalera, hispánica y zalamera que lleva a la perdición al débil José, militar disciplinado que sucumbe al caos de las marrullerías de Carmen, a su vivir peligroso y delictivo, a su ser de eterna “calienta braguetas�. Aquí se dan los tópicos y los españolismos más clásicos, se dan, pero se dan bien tratados.
Ambientado el film en esa nuestra época tan desaprovechada para la epopeya cinematográfica como fuerón los tiempos goyescos posteriores a la guerra contra el francés, sierras de Ronda, José María el Tempranillo, atracos y contrabando, asaltos y navajas y puñales, que, junto con el buen vestuario propio del siglo XVIII, rural y aventurero, nos mete bastante bien en el mundo romántico de Prospero Merimée y del mito de Carmen.

Unas escenas a caballo por unos naranjales, me resultaron demasiado rápidas y se gozan mal. Ahí el color es una remembranza de la luz del españolísimo Sorolla y queda uno insatisfecho al no poder disfrutarlas con detenimiento. El film merece verse, y sin llegar a ser una película que marque un hito, creo, e incluso haciéndose a veces algo lento su ritmo (acaso provocado por la insatisfacción de la que he hablado), nos adentra cuando menos en el mundo irreal (falso, de apariencias manifiestas) que es propio del arte fílmico, y nos aleja de las pretensiones de verosimilitud de las películas de yupies con corbata y sonrisa amplia, y esto es de agradecer. Sobre todo, es de agradecer, cuando uno piensa aterrado en la posibilidad de que el mito de Carmen cayera en manos de un posmoderno y nos ofreciera generosamente una versión de la obra de Merimée ambientada en la España moderna, en la cual la tragedia, cuando la hay, es casi siempre irrisoria.