Jesús González Maestro
Registrado: 20 May 2005 Mensajes: 31 Ubicación: Vigo
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Publicado: Sab Jun 11, 2005 10:33 pm Título del mensaje: Respuesta a JoaquÃn |
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Estimado JoaquÃn, disculpe la tardanza en la respuesta. He leÃdo el texto que amablemente me recomendó de Bueno sobre Mingote, y de veras que me ha sido de enorme utilidad.
Le hago un comentario y, si tiene paciencia para leerlo, concluyo con una interpretación de la idea de la risa.
1. Comentario: preparo un trabajo sobre la idea de la risa en Calderón frente a la idea de la risa en Cervantes. Según voy a sostener, Calderón es conservador y moralista, y usa la risa en un sentido moral para controlar aquéllo de lo que el espectador teatral se puede reÃr: serÃa una risa inocente (algo que para mà es contradictorio en sà mismo). La idea de la risa en Cervantes es lo contrario: tiene una intención crÃtica, astuta, inteligente. Ilumina las partes de la experiencia humana con las que disiente, a las que considera torpes, estropeadas, censurables, criticables, como la iglesia, el absolutismo, etc.
2. Interpretación: Ahà va (paciencia):
La parodia es el objetivo primordial de la poética del teatro cómico, y a su logro y consecución están subordinados todos los demás elementos estructurales (formales) y teleológicos (funcionales) del teatro cómico. Lo satÃrico, lo caricaturesco, lo chistoso, lo grotesco, lo carnavalesco, etc., no serán sino efectos de los distintos grados y matices que la retórica de la parodia, es decir, que los elementos formales y estructurantes de la parodia, pueden provocar en el público receptor, desde el punto de vista de las condiciones pragmáticas y sociales que definen a las personas que actúan como espectadores en un momento dado de la historia, socialmente tan variable. Está claro que hoy no tenemos en España el mismo concepto del honor que en 1643, por ejemplo, y sin embargo entremeses de Calderón como El desafÃo de Juan Rana continúan provocando risa en el espectador, lo que quiere decir que en ellos el público que se rÃe no percibe una parodia del honor, sino del tonto que ni sabe ni puede vivir con el honor que su época y su sociedad le exigen ostentar.
Cabe ahora determinar dos cuestiones fundamentales, que obligan a explicar, en primer lugar, qué es la risa, y qué papel desempeña funcionalmente en los entremeses calderonianos, y, en segundo lugar, qué tipo de relación mantiene la experiencia de la risa en el teatro breve de Calderón con la moral exigida por el Estado y la Iglesia de su tiempo, instituciones entonces profundamente identificadas.
Comencemos por delimitar el concepto de la risa en el que basamos nuestras interpretaciones.
La risa es no es más que una experiencia orgánica, corporal, más o menos instantánea y con frecuencia muy poco duradera. Desde un punto de vista actancial o pragmático no hay nada más inocente o inofensivo, pues no construye o destruye materialmente nada, y apenas se prolonga momentáneamente durante unos instantes. Materialmente hablando, no hay nada más inofensivo que la experiencia cómica. DÃgase lo que se quiera, la risa sólo afecta a los estados de ánimo, y muy momentáneamente: no cambia nada, los hechos, sociales y naturales, son por completo insensibles a la carcajada, y los seres humanos que se sienten suficientemente protegidos por determinados poderes o derechos son igualmente indolentes a la risa de los demás. La capacidad que tiene la tragedia para conmover y para discutir legitimidades no la tiene la experiencia cómica. Si el discurso crÃtico se tolera más a través de las burlas que a través de las veras es precisamente porque sus consecuencias cómicas son mucho más insignificantes que cualquiera de sus expresiones trágicas. Cuando la comedia es posible, la realidad es inevitable. Sólo tolera la risa quien está muy por encima de sus consecuencias. Quien, sin embargo, se siente herido por el humor, es decir, quien se toma en serio el juego, es porque tiene razones para sentirse vulnerable. Su debilidad le hace confundir la realidad con la ficción. No puede soportar una relación tan estrecha, tan próxima, entre su perso-na y la imagen que de su persona le ofrecen los burladores. La comedia es una imagen duplicada de la realidad, que insiste precisamente en la objetivación de determinados aspectos, hasta convertirlos en algo en sà mismo desproporcionado, pero siempre carac-terÃstico de un prototipo totalmente despersonalizado y aún asà perfectamente identificable. Esta despersonalización, este anonimato, de la persona en el arquetipo, hace socialmente tolerable la legalidad de la experiencia cómica, del mismo modo que la verosimilitud la hace estéticamente posible en la literatura, el teatro o la pintura.
En alguno de los sentidos que estamos apuntando, podrÃamos decir incluso que la risa es una declaración o manifestación de impotencia: cuando no es posible cambiar lo que nos disgusta, nos burlamos de ello. Es una forma de hacer posible la convivencia frente aquello con lo que disentimos, y con lo que no estamos dispuestos a identificarnos. Cuando no es posible modificar, suprimir, desterrar lo que nos incomoda, prescin-dir de aquello con lo que no nos identificamos; cuando no es posible anular lo que nos resta posibilidades de ser nosotros mismos, entonces, lo contrarrestamos, y lo contrarrestamos mediante la burla, la parodia o la risa. La ironÃa adquiere un sentido trascendente cuando sus referentes son reales. Y fácilmente se convierte en ironÃa trágica, perdiendo todo posible sentido cómico, si sus referentes son fÃsicamente destructores del ser humano. La ironÃa, como la risa misma, prefiere siempre hechos reales, y a ser posible definitivamente consumados. ReÃrse de ficciones, ironizar sobre lo imaginario, es por un lado, una de las cualidades de la inocencia. Por otro lado, es también una forma alienante de evitar un encuentro con la realidad, es decir, de cumplir con las exigencias de un determinado código moral, que un estado, una corporación, una iglesia, un gremio académico incluso, pueden asumir como propios para monopolizar y organizar desde él su propio sentido de lo cómico, sin penetrar para nada en los problemas reales de una sociedad —que abatirÃan sus fundamentos como tal gremio—, sin abandonar nunca un moralismo acrÃtico con sus propias contradicciones, un moralismo feliz, estoico, fabulo-so. La risa puede penetrar en la realidad o evadirse de ella, puede criticar lo que se constata a nuestro alrededor, discutiendo sus fundamentos materiales, o puede burlarse de ficciones y prototipos intrascendentes, es decir, puede parodiar el concepto del honor y sus fundamentos sociales, denunciando un prejuicio que excluye del grupo al que es distinto (El retablo de las maravillas de Cervantes), o puede simplemente burlarse de un tonto vulgar y simpático que no es capaz de comportarse en público con el sentido del honor que la sociedad exige de él (El desafÃo de Juan Rana de Calderón). En el primer caso se parodia el honor aurisecular; en el segundo, el tonto que no lo sabe hacer valer. No conviene confundir el objeto de la parodia —el honor en el caso de Cervantes; Juan Rana, como bobo o simple, en el entremés de Calderón—, con el sujeto de la parodia —los personajes del entremés, tanto en la pieza de Cervantes como en la de Calderón—. En el calderoniano DesafÃo de Juan Rana el concepto de honor aurisecular es imprescindible para que la burla y la parodia del personaje surtan efecto cómico; en el cervantino Retablo de las maravillas el mismo concepto del honor es indispensable para que lo cómico se transforme en humor amargo, y para que la parodia se convierta en crÃtica social. La risa puede ser crÃtica si atenta contra la realidad material, fundamental para el desarrollo o la pervivencia de determinadas instituciones o formas de conducta, o meramente inocente si busca recrearse en la ficción o el imaginario intrascendentes. La risa de los entremeses calderonianos —a diferencia de la comicidad cervantina— discurre con gran fluidez por el último de estos caminos. La mejor forma de controlar un impulso moralmente tan inquietante como la risa no es suprimirlo, sino organizarlo desde lo imaginario intrascendente, desde una ficción socialmente acrÃtica, desde una fábula sin consecuencias, desde unos entremeses que hablan a la experiencia ya codifi-cada de lo risible, sin abrir ni sugerir grietas nuevas o posibles en el edificio moral del Estado (entonces casado con la Iglesia), a cambio eso sà de abrirlas, en todas sus posibilidades, en el anchuroso mundo de la retórica de la literatura y del espectáculo, algo en lo que Calderón, sin duda, fue uno de los mejores, sino el primero, de su tiempo. (Lo cual es, según mi interpretación, lo peor que se puede decir de alguien).
Gracias!, un saludo. |
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