ndulo materialista
los foros de nódulo
www.nodulo.org


Pío Moa y la Guerra Civil española II
Ir a pgina Anterior  1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10  Siguiente
 
Este foro est bloqueado: no se puede publicar, responder, ni editar mensajes en este tema.   El tema est bloqueado: no pueden editarse ni agregar mensajes.    ndice del Foro los foros de nódulo -> España
Ver tema anterior :: Ver siguiente tema  
Autor Mensaje
Antonio Sánchez Martínez



Registrado: 26 Oct 2003
Mensajes: 339
Ubicacin: Rivas Vaciamadrid (España)

MensajePublicado: Lun Oct 11, 2004 4:09 pm    Ttulo del mensaje: Las generaciones de Izquierda son abstractas Responder citando

En el fondo se sigue dando hoy la misma alternativa fundamental (respecto a España, no tanto respecto a otros países que no han sido imperio) entre las corrientes que buscan una política <<imperial>> (más aún si esta es generadora, que es mucho más costosa que la depredadora, a largo plazo) y los que huyen de ella, conformándose con Normas de tipo aislacionista o, a lo sumo, ejemplaristas. Y es que España se constituyó como Imperio (no debemos olvidarlo), no como una simple Nación canónica.
En los tiempos de la Reconquista los cristianos apelaron a dicha religión (a través de mitos que en apariencia eran exclusivamente religiosos, pero <<esclarecedores>> respecto al objetivo político propuesto) conformando una serie de deliremas ideológicos que permitieran hacer frente a la ideología política presente en el imperialismo islámico enemigo. No se trata, por tanto, de simples nematologías religiosas enfrentadas con sus respectivas <<locuras>>, sino de proyectos políticos con <<fulcros>> de verdad evidentes. Se trataba, en el fondo, de dejarse mandar (según unos proyectos determinados) o de tomar la <<iniciativa>> y la <<gestión>> de los propios proyectos (firmeza), enfrentándose a lo que se consideraba intolerable.
Fue esa constancia y firmeza en pos de un ortograma imperial generador lo que constituyó España frente al Islam, y frente a otros poderes <<europeos>> que muchas veces preferían <<pactar>> con los sarracenos (incluyendo a la misma Iglesia y sus papas), como se puso de manifiesto en tiempos de Carlos I y de su primo francés (que, siendo de la misma familia, se enfrentaron en la guerra: esto a cuento de los que hablan de que la guerra es un <<desgarro>> familiar imperdonable).
Al caer el Antiguo Régimen se vino abajo, a la vez, el delirema religioso católico, pero muchos piensan que también había que enterrar sus componentes políticos, los <<fulcros>> de verdad que en su día lo hicieron imprescindible. Más aún, en la progresiva debilitación del Antiguo Régimen fue fundamental el alejamiento del peligro musulmán (y aquí el papel de España –Lepanto…- es básico, aunque no se quiera reconocer por parte de afrancesados…), pues hacía menos necesaria la apelación a deliremas católicos religiosos para hacer frente a un enemigo mucho menos agresivo.
Por otra parte no hay que confundir lo que supuso el movimiento comunero efectivo con lo que luego algunos han querido ver en él, incluidos los liberales; más aún teniendo en cuenta que muchos de éstos no optaron por el régimen francés <<liberador>> de España ( del Antiguo Régimen), sino que prefirieron unirse, en ese momento, a los <<reaccionarios>> católicos -Altar- que no querían someterse a una identidad extraña, y, paradójicamente, apoyando a un rey –Trono- que no parecía el mejor baluarte de los intereses de España. Los comuneros se revelaban, ante todo, que yo sepa (que no es mucho) contra los supuestos perjuicios que iba a causar la Administración (que consideraban extranjera) que traía el nuevo <<rey>> (que parecía volcarse demasiado hacia Europa…). Pero ni Carlos I (como dice Menéndez Pidal) fue un rey extranjero, sino que prosiguió con el ortograma heredado de los RR. CC., ni perjudicó a los castellanos (al menos a largo plazo, y teniendo en cuenta los imperativos de la Historia Universal…). Además aspiraban a que Juana de Castilla asumiera la jefatura del estado, lo cual dice muy poco a favor de su lucha contra los privilegios de los hidalgos. De hecho, si no recuerdo mal, muchos de ellos lo eran. Otra cosa es que utilizasen tal <<propaganda>> para buscarse el apoyo de los campesinos, artesanos, y otras clases con menor poder de iniciativa y gestión.
Por eso muchos liberales optaron por asumir ideas holizadoras, pero sin cortar con la identidad de España como Imperio (incluso en los virreinatos no se renegó, en principio, de esta idea…). No creo haber dicho que <<todos los liberales>> optaran por el <<castellanismo>>. De hecho incluso muchos de los del bando populista optaron por mantener la Unidad (y parte de la identidad) de España frente a la URSS. Lo que les movió a solidarizarse con otros movimientos frentepopulistas fue, ante todo, la negatividad propiciada por la Leyenda Negra, por la asunción de una historia de España en que no se sabe interpretar el papel de España como Imperio Generador, más aún si rechazan el instrumental católico empleado en dicha empresa. Muchos de los liberales actuales del PP (al estilo de Gallardón) caen aún en el mismo error, y a pesar de que algunos son <<creyentes>>, incluso del OPUS DEI, pero que tienden a ver a España como Medio empleado por una Iglesia con proyectos suprarracionales (agustinismo político…), no al revés. Siguen pensando que lo que hubo fue un proyecto definido como <<por el Imperio hacia Dios>>, pero lo que de hecho se dio fue <<Por Dios hacia el Imperio>>.
Con esto creo que se pone de manifiesto que las generaciones de izquierda son muy confusas y oscuras (consideradas en abstracto) y en cada país se determinan de maneras muy distintas dependiendo de su historia y su política concreta. De ahí las divisiones que se producen en muchos partidos políticos (que a veces incluso encierran a varias corrientes de izquierda, como se pone de manifiesto con los tránsfugas que suelen ir de IU al PSOE, o incluso como Fernández Ordóñez que se pasó de la UCD al PSOE, etc.).


Con la caída del Antiguo Régimen, y el surgimiento de naciones políticas <<holizadas>> se sustituyeron los deliremas de tipo católico por otros de carácter <<democraticista>>, igualitaristas, proletaristas, etc. , que, supuestamente, eran mucho más <<racionales>> e <<ilustrados>> (según distintas corrientes de izquierdas), pero la política efectiva de los estados no podía olvidar los <<fulcros>> de verdad que les obligaba a dirigir o, por el contrario, plegarse a la dirección de otros poderes estatales (con el agravante de que dicha dirección podía ser mucho peor y más irracional, a la larga, que la marcada por uno mismo). Muchos estados apelaron a la <<Dictadura del Proletariado>>, o a <<la Democracia>> (a la que también apelaban los anteriores, pero sin <<parlamentos burgueses>>…), pero, en la <<política real>>, tenían que optar por una <<verdadera política>> (aunque fuese falsa, como hizo la URRS al centrarse en una plataforma idiográfica, dando de lado al supuesto <<proletariado internacional>> -que sólo se utilizaba propagandísticamente-) o por una <<falsa política>> (como hicieron los trotskistas, y hoy hacen muchos <<antiglobalizadores>>).
El Zapatero de nuestros días difunde propagandísticamente las bondades de esta <<falsa política>> democraticista, igualitarista, etc., pero en el fondo no quiere asumir los riesgos de tomar las riendas de la política de la manera más prudente posible, y se está dejando arrastrar por esa <<falsa>> política (respecto a España) en la que se pliega a los dictados de nuestros enemigos (estados islámicos, Francia y Alemania principalmente). Se apela al delirema de <<más democracia>> (siempre presente en las izquierdas de distinta generación) como sustituto del delirema del Proletariado internacional, pero sus fulcros de verdad son tan débiles como los de este. Son excusas para no coger al toro por los cuernos, para derivar las responsabilidades hacia otras manos, y luego echarle la culpa de todo los males del mundo (que siempre estarán presentes en alguna medida). El camino de la utopía (de las <<ansias infinitas de paz>>) es el más cómodo, es el camino de los cobardes y miserables.
En la guerra civil, como dije en la mesa redonda, se dieron corrientes <<liberales>> en ambos bandos, pero la diferencia fundamental (como hoy ocurre entre corrientes del PP, sobre todo) era que las del Frente popular optaron por proyectos que borraban con el pasado imperial de España. Y en el bando populista muchos de los que al principio se dejaron llevar por el delirema de la Dictadura del Proletariado acabaron viendo que la URSS aplicaba una política efectiva (imperial, desde plataformas idiográficas <<no internacionalistas>>) que distaba mucho de lo esperado, y por eso optaron por Franco, aunque no asumieran plenamente la identidad de España, pero al menos no querían verla sustituida por otra que parecía peor.
En el PP, como sugerí en el foro de El Quijote, está ocurriendo otro tanto. También se apela a <<más democracia>>, pero algunos lo hacen renunciando a <<lo que queda de España>>. Así le pasa a Gallardón desde hace tiempo (que de gallardo parece tener bien poco). Se parece mucho a Alcalá Zamora o Romanones (como nos cuenta Pío Moa), que se rilaban patas abajo en cuanto les tildaban de <<fascistas>> o <<reaccionarios>>. Y ya se sabe que, para un progre, no hay nada más fascista y reaccionario que España. La polémica entre Gallardón y Aguirre es un síntoma que demuestra que en el mismo PP hay corrientes más propensas a alinearse y entenderse con los Frente Populistas de nuestros días: los progres. Por repetir la metáfora familiar, se diría que no parecen valorar a sus padres, abuelos, bisabuelos… y prefieren darle la razón a los enemigos de España (de lo que queda de su ortograma imperial generador y su historia, como plataforma material desde la que construir proyectos de futuro). Por eso el tema de la guerra de Irak ha sido determinante para marcar las posturas. Y es que el apoyo de España a EE. UU. exigía volver a tomar, en gran medida, las riendas de la Historia Universal. Pero parece que algunos prefieren seguir a los Franciscos I de nuestros días. Y se piensan que <<con más democracia>> se solucionarían los problemas del mundo. Pero es pura y cínica propaganda. Se trata de proyectos cobardes y perniciosos, que no quieren cambiar el mundo, y prefieren que les dejen en paz (en su cómoda paz). Se trata de proyectos de Izquierdas Satisfechas que sólo piensan en mantener su nivel de vida, con muy <<buen rollito>>, mucho talante, y luego echarle la culpa de lo que pase a los <<reaccionarios>> (y <<fachas>>) de siempre. Por eso las izquierdas indefinidas de ahora son tan antiimperialistas, y coinciden en gran medida con los anarquistas de siempre. Y mientras tanto los Imperios seguirán actuando, y marcando, peor o mejor, la dirección de la historia.
Dicho de otra forma (y en esto creo que coincido con Gustavo Bueno cuando habla del Quijote), o España se define esencialmente como (parte de una) plataforma de tipo imperialista generador (en relación a la definición del Género Humano), o dejará de existir, aunque en dicho empeño le vaya la misma vida, como a Don Quijote. Los impulsos acomodaticios suelen ser mucho más comunes que los heroicos. Pero cuando esa heroicidad está definida en términos políticos, entonces la tarea que es menester desarrollar es doblemente valiosa, y difícil de mantener. Las locuras de D. Quijote eran demasiado sensatas, y demasiado conocidas. Pero a veces lo más evidente es lo más difícil de asumir. Acusar de <<leyendanegrismo>> a los <<enemigos de España>>, tanto de la derecha ecualizada como de las izquierdas, suena a tópico huidizo. Pero criticar la Leyenda Negra, a fondo –con todas sus consecuencias políticas-, es una tarea que pocos están dispuestos a realizar. Prefieren salidas utópicas y luego justificarse echando la culpa de los males presentes a los demás.
El error de Pío Moa no creo que sea bascular hacia el Antiguo Régimen (la derecha, le guste o no, no puede volver al trono y al altar, tal cual), sino su empeño en identificarse con un liberalismo abstracto que apela a <<la libertad>> , a <<la propiedad privada>> y a <<la democracia>> de manera muy oscura. Pero, en la práctica, como hace también Jiménez Losantos, se da cuenta de que esa libertad y propiedad está canalizada por un estado concreto, idiográfico. Más aún, dicho Estado lo siguen identificando (a pesar de la transformación holizadora de las Cortes de Cádiz) con un pasado imperial que tuvo un papel muy apreciable en la Historia Universal. Y su catolicismo no parece el de los agustinistas políticos (al estilo del OPUS DEI o de otras corrientes <<suprapolíticas>> y <<suprarracionales>>). Con todo, son bastante más materialistas que muchos agnósticos y ateos que presumen de progresistas.
Un cordial saludo. Antonio Sánchez.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Atilana Guerrero Sánchez



Registrado: 09 Oct 2003
Mensajes: 99
Ubicacin: Madrid

MensajePublicado: Lun Oct 11, 2004 8:41 pm    Ttulo del mensaje: Responder citando

Estimados amigos:
Siguiendo la discusión, parece que incluso sería prudente desconfiar del concepto de "Antiguo Régimen" en tanto que sintagma que aglutina todo aquello que precede a la Revolución francesa, en el caso de Francia, a la Guerra de Independencia, en el caso de España, etc. Es un concepto negativo: "antiguo", frente a "moderno", entendiendo por moderno a la nación política. Pasa con este concepto como con el de "Feudalismo", etc. que cuando se aplican a la historia de España no cuadran del todo, debido a que sólo rinden en tanto esquemas de homologación con el resto de Europa, por no decir directamente Francia. Diríamos que lo que precede a la nación política española es demasiado diferente a otros países, mejor dicho, único, como para que se pueda definir negativamente.
En este sentido, González Antón en "España y las Españas" señala un hecho aparentemente inaudito desde el modelo "normal" del Antiguo Régimen, como es el de que Carlos I niega en 1538 a la alta nobleza y los obispos su carácter de "brazos" de las Cortes, los despide y jamás volvió a convocarlos. "Nunca más -dice G.Antón- nobles y clérigos se integrarían en el parlamento castellano [...]Fue el único caso en Europa Occidental de una institución de este tipo integrada tan sólo por el "brazo real" o "popular", de las oligarquías urbanas, algo que valorarían mucho los revolucionarios de Cádiz en 1812 como signo de una tradición política más liberal que la de la propia Francia o, por supuesto, que la de los feudalizados reinos aragoneses. Lo que importa en este punto es que los grandes poderes sociales de la época quedaron en Castilla excluídos de las "instituciones del reino" y perdieron así un instrumento público de presión solidaria sobre la Corona".
Exagerando: con reyes así, no hizo falta la guillotina.
Un saludo,
Atilana Guerrero
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado Enviar correo
J.M. Rodríguez Pardo



Registrado: 10 Oct 2003
Mensajes: 1423
Ubicacin: Gijón (España)

MensajePublicado: Mar Oct 12, 2004 9:23 am    Ttulo del mensaje: Antiguo Régimen y España Responder citando

Estimados amigos:

Debo decir que la última intervención de Antonio Sánchez me parece más que correcta y clarificadora. Respecto a Atilana Guerrero también, aunque mi postura respecto a hablar del Antiguo Régimen se refiere más a los esquemas de identidad de la sociedad política que a postular un bloque homogéneo en todos los estados. Pienso que el Antiguo Régimen era una identidad esencial, en el sentido de que el Trono y el Altar eran los dos parámetros que marcaban, en todas partes, esa reiterada identidad. Pero eso no significa que sustancialmente sea idéntica en todas partes; el esquema material de identidad no es el mismo en Francia, donde hay centralismo pero también hay, paradójicamente, más privilegios medievales. En España el Real Patronato de Indias permitía que los religiosos fueran funcionarios sometidos a la Corona, como bien han señalado Pedro Insua y Atilana Guerrero en su artículo de El Catoblepas; y ello sin mencionar el enorme organigrama burocrático que convirtió a España en el primer estado moderno, a pesar de la apariencia de «estado no unificado» que ciertos historiadores le han dado.

Un cordial saludo,
José Manuel Rodríguez Pardo.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
J.M. Rodríguez Pardo



Registrado: 10 Oct 2003
Mensajes: 1423
Ubicacin: Gijón (España)

MensajePublicado: Mar Oct 12, 2004 12:04 pm    Ttulo del mensaje: Bono critica el antifranquismo el Día de la Hispanidad Responder citando

Estimados amigos:

En noticia extraída de elmundo.es, el Ministro de Defensa, José Bono, tan tibio e inconstante en sus declaraciones de los últimos tiempos, ha dado esta vez la de cal y ha defendido con gran habilidad y acierto la inclusión de los dos bandos de la guerra civil en el desfile del 12 de Octubre. Además Bono recuerda que todos los españoles «salvo cuatro» gloriaron alguna vez a Franco, con lo que se elimina ese componente de la memoria histórica que tanto se quería recuperar estos últimos tiempos. La crítica al nacionalismo como antiespañolismo es también algo que celebrar, y la realizada a Carrillo también. Por último, no podía faltar el elemento conciliador del presente, incluyendo no sólo la bandera de nuestros enemigos tradicionales, Francia, sino también la de Italia, en un guiño a la coalición que abandonamos en Iraq de forma bastante vergonzosa.

Un cordial saludo,
José Manuel Rodríguez Pardo.

Cita:
Martes, 12 de Octubre de 2004

RESPUESTA A LA POLÉMICA SUSCITADA EN TORNO AL DESFILE
Bono dice que en España 'se quedan cuatro' si se excluye a quienes alguna vez vitorearon a Franco

La presencia de un veterano de la División Azul en los actos del Día de la Fiesta Nacional abre el debate


MADRID.- El ministro de Defensa, José Bono, ha advertido de que en España "se quedan cuatro" como haya que excluir a quienes tengan familiares de pasado franquista o simplemente a quienes alguna vez dieron un viva a Franco.

En sendas declaraciones a la Cadena Ser y a TVE, Bono insistió en que su decisión de incluir a un veterano de la División Azul en los actos del Día de la Fiesta Nacional responde al deseo de escenificar un acto de reconciliación nacional por encima de las diferencias políticas del pasado.

Bono recordó que en la División Azul participaron, por ejemplo, el difunto general Saenz de Santamaría, que jugó un papel esencial en la consolidación de la democracia en España, o el cineasta Luis García Berlanga (que se alistó para conseguir un trato benevolente hacia su padre, encarcelado por haber pertenecido al Frente Popular).

"Si empezamos a echar fuera de España a los que estuvieron en la División Azul, a los que un día dijeron 'viva Franco', a los que tuvieron camisa azul, a los que sus padres fueron esto o lo otro... que se quedan cuatro", avisó el ministro.

Bono concluyó que "España es un país que, el día de la Fiesta Nacional, puede permitirse, tiene fuerza para permitirse, generosidad, concordia y aguantar también a los de la discordia".

Aseguró que, en su opinión, "no ha nacido un español que valga más que otro", y que eso es lo que garantiza la Constitución y la unidad de España.

Componente antiespañol

Para el ministro, quienes no quieran celebrar esta festividad porque crean en "mitos" que les hacen creerse únicos o distintos al resto de españoles "allá ellos con su Santo Grial".

El ministro aseguró que le sorprende "mucho" que "algunos que están dispuestos a hablar con asesinos de esta hora, sin embargo, se sorprendan de que hablen los que hacen 60 años lucharon en bandos diferentes".

A su juicio, "hay gentes a quienes les molesta la Fiesta Nacional y hay nacionalistas cuyo principal componente es ser antiespañoles", si bien admitió que "no se puede obligar a nadie a que quiera a este país, eso es un problema sentimental".

Asimismo, Bono respondió al ex secretario general del Partido Comunista de España Santiago Carrillo, que se preguntó si habrían invitado a Hitler al Desfile de la Fiesta Nacional en caso de estar vivo. "Ni a Hitler, ni a Stalin, ni a ninguno de los asesinos y genocidas que en el mundo han sido", contestó el ministro.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Atilana Guerrero Sánchez



Registrado: 09 Oct 2003
Mensajes: 99
Ubicacin: Madrid

MensajePublicado: Mar Oct 12, 2004 7:58 pm    Ttulo del mensaje: Responder citando

Estimados amigos:
Estoy de acuerdo con José Manuel en considerar acertado que en el desfile de las Fuerzas Armadas hubiera un símbolo de la reconciliación entre los españoles. En la entrevista que hoy le hacen en el periódico El Mundo, no obstante, se cuela su vena cristiana al hablar del "seno de la humanidad", y de que "los derechos de las personas están por delante de los derechos de los pueblos", pero sortea con habilidad, como dice José Manuel, el tema de los antiespañoles.
Si os parece, os emplazo a un nuevo tema abierto, para los comentarios sobre el día de la Hispanidad.
Saludos,
Atilana Guerrero.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado Enviar correo
Antonio Sánchez Martínez



Registrado: 26 Oct 2003
Mensajes: 339
Ubicacin: Rivas Vaciamadrid (España)

MensajePublicado: Dom Oct 17, 2004 11:17 am    Ttulo del mensaje: Companys como Carod o Maragall: separatistas traicioneros Responder citando

Gabriel Cardona (del que habamos en El Catoblepas 23, pág. 1) escribe en El Mundo del sábado 16 de octubre de 2004 un artículo propio de su Pacifismo Fundamentalista titulado <<El desconocido Companys>>. Pero seguirá siendo un desconocido con panegíricos como el que le dedica el funcionario historiográfico de la Universidad Autónoma de Barcelona. Pretende pintarnos a Companys como una especie de Zapatero de los años 30. Pero, sólo nos dice lo que le interesa. Entre las muchas mentiras y medias verdades de su artículo sigue utilizando a Dencás como chivo expiatorio del <<golpe de estado>> de 1934 (como se hizo en su día, tratando de salvar la mayor responsabilidad de Companys – ver, por ejemplo, la nueva obra de Moa <<1934: comienza la Guerra civil>>, cap. VII, pág. 143), y nos dice: <<a las 8 de la noche buscó una salida intermedia y proclamó el “Estado Catalán dentro de la República Federal Española”. Era una decisión ilegal, pero no separatista sino federalista. Como había hecho durante toda su vida, buscaba un pacto>>.
Y es que el cinismo de los funcionarios historiográficos actuales no tiene límites. Dicha declaración fue simplemente un acto de cobardía. La Esquerra buscaba romper con la II República en cuanto la CEDA ganó las elecciones del 33, y, entre otras cosas, crearon una milicia armada que debía romper definitivamente con la <<vieja España>>, esa que no le consentía sus aventuras separatistas (lo mismito que ocurre hoy día con Carod Rovira y Maragall). La prueba está en lo que sucedió no sólo en 1934, sino a partir de 1936, en que los catalanes intentaron negociar (también junto a vascos y gallegos) con varios países, como Italia o Gran Bretaña, para conseguir una separación plena de España. Sus proyectos se vieron truncados (en contra de lo que buscaban), entre otras razones, por el poder adquirido por anarquistas y comunistas (a través del PSUC y de Negrín) en Cataluña. Sus alianzas con todo aquel que (supuestamente) contribuiría a desarrollar sus propósitos independentistas no salieron como esperaban. Sus traiciones a los frentepopulistas le pasaron factura. Su traición a España le costó la vida. Hoy día no hay quien defienda la dignidad de España como es debido, para poner en su lugar a los nuevos frente-populistas.
Y, como no podía ser menos –hoy día-, Cardona remata la faena diciendo: <<Fue un demócrata en un mundo que sólo creía en la revolución o el fascismo>>. Con esta frase se resume perfectamente el cacao mental de nuestro funcionario <<federalista-independentista>>. Ni siquiera habla de <<reaccionarios>>, lo cual es de agradecer (¿Cómo meter en el mismo saco a monárquicos de distintas tendencias, liberales de la derecha y falangistas?). Pero sigue apelando a los <<demócratas>> <<reformistas>> (<<salida intermedia>> del Frente Popular como la única vía <<pacífica>> y valiosa de entonces. La claridad brilla por su ausencia.
Pío Moa, viendo los homenajes <<recuperadores de la memoria histórica>> de estos días, ha escrito el siguiente artículo:


Cita:
COMPANYS
Aun con sus errores y responsabilidades en la guerra civil, Azaña era, con diferencia, el más inteligente de los políticos republicanos de los años 30. Sus decepcionadas observaciones sobre sus correligionarios podrían sintetizarse en frases como éstas: “gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta”; o, más amargamente, “Muchas torpezas y mezquindad, y ningunos hombres con grandeza y capacidad suficientes… ¿Tendremos que resignarnos a que España caiga en una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta?”. En tales quejas incluía, desde luego, a Companys, a quien dedica expresiones no muy laudatorias: “un iluminado, seguro de su fuerza, del porvenir, engreído”, con la cabeza llena de tópicos insustanciales, de un “exaltado nacionalismo” de ocasión, etc.
En estas frases Azaña aludía al Companys de 1934, el que preparaba la guerra civil. Había surgido un conflicto entre los nacionalistas catalanes de la Esquerra y los de derecha, en torno a una ley de contratos de cultivo. Los catalanistas de derecha habían presionado para que la ley fuera sometida al Tribunal de Garantías Constitucionales. El débil gobierno de Madrid, de muy mala gana y sin oposición de la Esquerra, lo hizo, y el tribunal falló en contra de dicha ley. El gobierno indicó a la Generalidad que bastarían unas nimias correcciones de pura forma para que la ley se aprobara sin dar tiempo a nuevos recursos.
Pero Companys no quiso ni oír hablar de alterar una coma y se rebeló contra la decisión del tribunal, equivalente al Constitucional de ahora. Ante el Parlament declaró: “La política de conciliación nos está dando malos resultados…Me han llenado de estupor unas declaraciones del señor Samper lanzando la sugerencia de que tal vez, si se modificaran algunos aspectos (de la ley) podría haber un plano de avenencia, palabra que en este problema nos cubre por sí sola de vergüenza”. Aseguró que en otras ocasiones los catalanes habían sido injuriados y no habían replicado con la necesaria violencia, pero ahora sería diferente, pues de otro modo, “¡Oh amigos!, si eso sucediese y yo tuviera la desgracia de quedar con vida, me envolvería en mi desprecio y me retiraría a mi casa para ocultar mi vergüenza como hombre y el dolor de haber perdido la fe en los destinos de la Patria”. Y esto no fue más que el comienzo de una agitación belicosa e in crescendo contra las instituciones democráticas durante todo aquel verano.
Cuando todo acabó de forma no muy gloriosa el 6 de octubre, Companys pretendió ante el sorprendido fiscal que sus arengas del verano habían sido “muy moderadas”. El fiscal comentó: “Primero, ¿qué concepto tendrá el señor Companys de la falta de moderación? Segundo, si el fascismo, según nos dijo ayer, se caracteriza por discursos heroicos, por amenazas de violencia, ¿quién no diría que el Sr. Companys, cuando pronunciaba este discurso, era fascista? Tercero, con razón se dice que los hombres estamos más dispuestos a matar o a hacer matar que a morir por nuestros ideales”.
Companys no se había limitado a las palabras. Había utilizado dolosamente los instrumentos que la legalidad ponía en sus manos para organizar la insurrección, preparar y armar milicias, depurar las fuerzas de orden público (que por el estatuto dependían de él), infiltrar el ejército e impedir al gobierno la búsqueda de depósitos de armas socialistas en Cataluña ( pues el PSOE también preparaba, activa y textualmente, la guerra civil).
¿Cuál era la causa de estas reacciones en apariencia alucinadas a una sentencia de los tribunales? Lo explica honradamente Amadeu Hurtado, jurista cercano a la Esquerra y enlace entre la Generalidad y el gobierno: “Supe que a la sombra de aquella situación confusa, la Ley de Contratos de Cultivo era un simple pretexto para alzar un movimiento insurreccional contra la República, porque desde las elecciones de noviembre anterior no la gobernaban las izquierdas”.
Y ahí estaba, en efecto, el secreto de una agitación realmente salvaje. En noviembre de 1933 el centro derecha había ganado las elecciones por amplia mayoría, ante lo cual la Esquerra se declaró “en pie de guerra” contra el gobierno democrático, mientras el PSOE preparaba la insurrección armada para implantar un régimen de tipo soviético. Hoy estos hechos pueden considerarse firme y documentalmente probados, y decir que Companys fue uno de los principales responsables de la guerra civil corresponde estrictamente a la realidad histórica, no es hacer una frase demagógica o arbitraria.
También por entonces había explicado Companys a Azaña la teoría de la “democracia expeditiva”, que, señala el segundo, sólo podía traducirse al lenguaje normal como “despotismo demagógico”. Resalta aquí el fino olfato de Azaña tanto como su escaso sentido autocrítico. pues también él había reaccionado al triunfo de la derecha en 1933 con dos intentos de golpe de estado, y había estado más cerca de la rebelión de Companys de lo que admitirá a posteriori.
El testimonio de Azaña sobre Companys se vuelve aún más duro al referirse a la reanudación de la guerra en 1936, y la connivencia de la Esquerra con los anarquistas en el saqueo del estado: “Su deber (de Companys) más estricto, moral y legal, de lealtad política e incluso personal, era haber conservado para el Estado, desde julio acá, los servicios, instalaciones y bienes que le pertenecían en Cataluña. Se ha hecho lo contrario. Desde usurparme (y al Gobierno de la República, con quien lo comparto) el derecho de indulto, para abajo, no se han privado de ninguna invasión de funciones. Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuich, los cuarteles, el parque, la telefónica, la CAMPSA, el puerto, las minas de potasa… ¡Para qué enumerar! Crearon la Consejería de Defensa, se pusieron a dirigir la guerra, que fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Baleares para construir la Gran Cataluña…”.
Companys, en compañía y rivalidad simultánea con la CNT-FAI, presidió la época de mayores crímenes, expolios y desorden que haya conocido Cataluña en época contemporánea. Fue nula su lealtad al Frente Popular, como en 1934 a la república, y los diarios de Azaña, entre otros muchos documentos, dan de él un retrato que en nada coincide con el que quieren ahora presentarnos sus nostálgicos explotando la sentimentalidad por su trágico fin.
Su ejecución, que él afrontó con dignidad, como otros muchos en la derecha y la izquierda, fue un acto brutal, como todos los fusilamientos, máxime teniendo en cuenta que el franquismo debía agradecerle las deslealtades y divisiones introducidas por su partido en el Frente Popular. Pero debemos tener en cuenta las circunstancias: ¿Qué hubieran hecho con Franco sus enemigos de haberle capturado? ¿Qué hizo Companys por salvar a Goded? ¿O a tantas víctimas del terror en aquellos años? Las guerras desatan las pasiones, y no cabe dudar, insisto de la responsabilidad del líder de la Esquerra en su desencadenamiento.
Naturalmente, cada cual puede admirar a quien le dé la gana, pero no en nombre de lo que le dé la gana. Homenajear oficialmente a Companys en nombre de la democracia significa degradar profundamente la idea misma de ella, y quienes lo hacen, se retratan. Asistimos al intento de la llamada “Segunda Transición”. La primera nos trajo la democracia. La segunda, si triunfa, traerá otra cosa: quizá la “democracia expeditiva” tan del gusto del homenajeado.



Un cordial saludo. Antonio Sánchez
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
José Mª Rodríguez Vega



Registrado: 11 Oct 2003
Mensajes: 1429

MensajePublicado: Dom Oct 17, 2004 2:56 pm    Ttulo del mensaje: El martillo del cielo. Responder citando

Hola.
Aquí abajo meto una muestra progre como las de siempre, relacionada con el tema de Pío Moa...ese “militante de extrema izquierda”, que, seguro -según este hombre preclaro- ,pertenece también a “la guardia de hierro del aznarismo”.

Este Enric Juliana de ideas fijas -por eso él no es un “caragirat” ni un “voltagabanna”-, merecería ser arrojado junto con los cerdos de su grupito de traidores desde lo alto de la roca Tarpeya.

No es necesario demostrar aquí y ahora, que la “izquierda” española hace aquí en España la misma política que hace en Italia la derecha italiana. Estas paradojas de los recovecos e intríngulis de la política no son aptas para las ideas fijas como las de este gili de Enric Juliana que siempre se creerá, pobrecito, un hombre de “izquierdas”. Vean:


Cuaderno de Madrid. La Vanguardia.

Si naciste para martillo del cielo, te caen los dogmas

LA EXTREMA izquierda reborn, conversa al liberalismo, es la guardia de hierro del PP. Es la que ha arrollado a Ruiz-Gallardón.

ENRIC JULIANA. 17/10/2004

Hubo un tiempo, en las postrimerías del franquismo, que en Madrid la palabra liberal significaba tolerancia y apertura de miras, aunque dentro de un orden. Un liberal -había pocos- solía ser un señor bien educado, con amistades en Londres yWashington, elegante en el vestir, moderado en la conspiración y suscriptor, por supuesto, de la revista Cuadernos para el Diálogo. Hoy, un liberal autoproclamado en Madrid suele ser un tipo de armas tomar. Una mente airada. Un ideólogo en posición de combate.

La metamorfosis ha sido casi tan radical como la del oficinista Gregorio Sansa en el conocido relato de Franz Kafka. Es como si un Garrigues Walker, de los muy liberales Garrigues Walker, hubiese amanecido convertido en Pío Moa, fundador y responsable de propaganda de la organización terrorista Grapo y hoy aguerrido paladín de una peculiar relectura liberal de la historia de España, consistente en exculpar al general Francisco Franco de la grave responsabilidad de la guerra civil.

Aunque pintoresco, el fenómeno no es exclusivo de España. En Italia, la bandera liberal, bajo la que Indro Montanelli escribió sus mejores y más agudas páginas, también se ha convertido en emblema de una nueva uniformidad combatiente en la que militan algunos amigos de quienes en 1977 le dispararon a las piernas en nombre de las Brigadas Rojas.

Estamos hablando de un interesante cambio en el paisaje de los hombres, más que en el de las ideas: la conversión de antiguos militantes de extrema izquierda en eficientes propagandistas del denominado pensamiento neoconservador.

En Madrid, forman hoy uno de los grupos ideológicos más compactos, con notable incidencia en los medios de comunicación. Son la guardia de hierro del aznarismo, orlada por la divisa que el ex presidente del Gobierno esculpió en la sesión de clausura del reciente 15º congreso del Partido Popular: "Nosotros tenemos razón. Tenedlo siempre presente: somos nosotros los que tenemos razón".

"Si naciste para martillo, del cielo te caerán los clavos", cantaba Gato Pérez en las noches celestes de Barcelona. Podría ser el himno de los nuevos liberales de matriz izquierdista, que también afloran en Catalunya, aunque, como siempre, con matices.

El neoconservador de habla catalana padece un problema ontológico, hoy por hoy, difícil de resolver: ¿cómo coincidir con Aznar en lo general y ser soberanista en lo particular y no acabar loco o pactando el trasvase del Ebro?

Pero el secreto de la ruda agresividad de la nueva ola liberal quizás deba buscarse en el desprecio que en España siempre ha suscitado la figura del converso, aquel cristiano nuevo sospechoso de seguir siendo moro o judío.

En Italia, donde todo suele ser mucho más liviano, el cambio de bando es un auténtico arte. En las dos guerras mundiales, los italianos empezaron a luchar con unos y acabaron al lado de los otros. Allí el chaquetero o el caragirat adopta un nombre de gran plasticidad. Es casi una imagen poética. Es un voltagabanna.

Y la cultura protestante, influida por la doctrina de la predestinación de Calvino -el hombre se salva si éste es el destino que Dios le depara, no por sus buenas obras-, ha alumbrado la figura del cristiano renacido, el reborn, el hombre que vuelve a empezar en busca del destino divino. El actual presidente de Estados Unidos, George W. Bush, es uno de ellos.

Sobre los reborns se suele escribir en sentido despectivo. Pero, si nos fijamos bien, constituyen una figura ultramoderna. En una sociedad que alarga la esperanza de vida y acelera el contenido de los días, cada vez será más difícil mantener un único perfil biográfico. Es una de las paradojas que el sociólogo polaco Zygmund Bauman ha tenido el acierto de subrayar, con gran ironía: en un mundo en constante mutación, lo único seguro a medio plazo, si la salud y el tráfico no lo impiden, será seguir vivos.

Por lo tanto, haber sido de ex-trema izquierda y profesar hoy la teología de Dick Cheney y Paul Wolfowitz, quizá no sea otra cosa que un adelanto de los tiempos. El problema es que el converso español sigue siendo presa de un secreto remordimiento. Teme ser rechazado. Teme no ser auténtico. Por ello es tremendamente agresivo y muy poco empático. Por ello el PP tiene un serio problema. Y por ello, Alberto Ruiz-Gallardón, además de medir mal sus fuerzas, ha sido literalmente arrollado en Madrid. Escribe Valentí Puig, liberal auténtico, de los de antes, y buen poeta: "La teoria no és del tot / errada: deixes de cedir el pas a les dames / i al final ets capaç d´incendiar Varsòvia / o Roma" ("Molta més tardor").
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado Enviar correo MSN Messenger
J.M. Rodríguez Pardo



Registrado: 10 Oct 2003
Mensajes: 1423
Ubicacin: Gijón (España)

MensajePublicado: Sab Oct 30, 2004 9:40 pm    Ttulo del mensaje: Pío Moa asediado por el neofranquista PSOE Responder citando

Estimados amigos:

Me acaba de llegar a mi correo personal una carta de un miembro de la Universidad de Murcia, donde se glosa una intervención de Pío Moa en la ciudad de Murcia. En ella se dice que la policía actuó con Pío Moa como si nos encontrásemos en el franquismo tan detestado por nuestros dirigentes socialistas. Quizá sea que el Ministro Alonso ordenó perseguir las actividades subversivas de Pío Moa, entre las que destacan el hacer historiografía más veraz que la de sus oponentes. En todo caso la dejó aquí para que cada uno juzgue sobre ella.

Un cordial saludo,
José Manuel Rodríguez Pardo.

Cita:
EL GOBIERNO DEL TALANTE, PÍO MOA Y EL CASINO DE MURCIA

Tal vez la mentira, según escribió hace unos años Jean François Revel, sea una de la fuerzas máximas que mueven el mundo. Sin embargo, no hay que despreciar el papel que desempeñan los hombres que, en cualquier tiempo, se afanan en dar lustre a la verdad, incluso cuando esta no gusta, pues es rebeldía declarar que el rey está en pelota. A esta clase personas pertenecen todos aquellos que, en la medida de sus facultades e ingenio, se niegan a dar por buenas las verdades establecidas. Ciertamente, hay individuos que logran significarse de manera particular en esa empresa, bien por su veracidad, fundada en el respeto a la realidad, bien por un valor cívico inquebrantable. En el caso de los intelectuales y gentes académicas, a lo anterior ha de sumarse la honestidad y el rigor científicos. Cuando estas virtudes, después de una etapa de proscripción insoportable, convergen en una gavilla de historiadores, juristas, economistas o sociólogos coetáneos, se inaugura una etapa revisionista. El Revisionismo, particularmente el de naturaleza histórica política, es la actitud intelectual que desprecia las bastillas de intereses, pues estas no sirven a la nación, pongamos por caso, sino a quienes se aprovechan de las verdades a medias y las mentiras completas.
Pío Moa, como algunos otros intelectuales españoles en sus disciplinas particulares, es un escritor que, a sus propias expensas, ha abierto en España una de las polémicas históricas de más enjundia y alcance. Es notorio que su trilogía sobre la II República y la Guerra civil ha sido muy mal recibida por la secta izquierdista de establishment –no obstante, también la actitud de la derecha sería digna de estudio-. Ello, en todo caso, es fácil de entender, pues recordarle a los españoles que la Guerra civil comenzó en el año 1934 como parte de un programa de agitación revolucionaria encabezado por el Partido Socialista Obrero Español, o que la sublevación del 18 de julio tuvo un carácter meramente defensivo, deja al mencionado partido y a sus socios del gobierno actual en una comprometida posición.
Las supuestas razones alegadas por los mandarines de la historiografía española para desautorizar a Moa -siempre juicios ad personam, pues los hechos están ahí, donde siempre estuvieron, y son inatacables-, se reducen al insulto y al ostracismo universitario. En realidad, la consigna propalada por algunos historiadores profesionales (universitarios) sólo certifica la enfermedad de la más alta institución de cultura, la cual, ocupada por la izquierda, prefiere inhibirse en toda discusión científica y constructiva, sobre todo si ello puede poner en peligro su financiación con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.
Pero el sol no se puede ocultar con la mano. La España contemporánea, incluida la Transición y el actual régimen de libertades públicas en manos de un Gobierno sin talento, trae su causa de los durísimos años transcurridos entre 1934 y 1939, periodo en el que se dirime una guerra atroz, se liquida la vieja política española y se inaugura, en medio de enormes dificultades y sufrimientos, una España que el consenso, al parecer, ha condenado.
De todas estas cosas viene hablando Moa en sus libros y en las numerosas conferencias a la que se le suele invitar con frecuencia. La última de ellas fue profesada en el Casino de Murcia el pasado día 27 de octubre. Las circunstancias que la rodearon anuncian que la táctica para intimidar al disidente y a quienes le amparan o le ofrecen sus tribunas pueden haber empezado a cambiar desde que el gobierno del talante tomó el poder. En la oposición, la táctica del ninguneo parecía incluso discreta, casi como un trabajo artesanal: Tusell tocaba el pito en Madrid y sus secuaces de la Corte y las provincias respondían como un solo hombre: «Aquí no habla Moa». Ahora las cosas han cambiado, pues el poder no se ejerce en vano y muy pronto se descubren sus primas extraordinarias.
Ya no nos extraña el clamoroso silencio de la prensa y los medios audiovisuales de comunicación, que no anunciaron la conferencia murciana sobre «Las causas de la Guerra civil». Tampoco es raro que, en Murcia como en otros lugares, la presencia de Moa se haya saldado con salas abarrotadas de público y una polémica periodística que, generalmente, salta las barreras de una u otra región. Mas lo insólito de la presencia de Moa en Murcia, que apenas llegó a las veinte horas, fue el seguimiento policial de su subversiva actividad de conferenciante. Es preocupante que los peones de Tusell, los reventadores de conferencias o los silenciadores periodísticos dejen ahora actuar a los servidores del orden público.
¿Por qué se ha enviado a un policía al hotel en el que estuvo alojado en Murcia el señor Moa, con el encargo de informarse de las razones de su presencia en esta ciudad? ¿A quién aprovechan sus preguntas intimidatorias sobre las personas o entidades que han invitado a un historiador a dictar una conferencia en el Casino de Murcia? ¿A qué responde que el mismo agente se persone poco después en el Casino de Murcia para preguntar lo que es público y notorio, pues ha sido convenientemente divulgado en dípticos publicitarios? ¿Es tan extraño que el autor de libros como Los mitos de la guerra civil viaje a Murcia a encontrarse con sus lectores, a cenar con sus anfitriones y a desayunar con sus amigos? Por lo que se ha visto, el superior jerárquico o político del agente de policía ha debido entender que es atípica y comprometida conducta es indiciaria de peligrosidad política. Sólo eso justifica que se emplee a un agente en ese menester en una ciudad como Murcia, que no anda sobrada de efectivos policiales precisamente.
Aunque el asunto parezca chusco, pues el agente se declaró lector de su investigado, en realidad tiene una gran importancia simbólica. Y hay que denunciarlo.
El Delegado del Gobierno en Murcia debe explicar si los derechos y libertades públicas a los que se debe el gobierno que le ha nombrado también amparan a los historiadores desafectos y a los discrepantes de una historia falsaria.

Guillermo de Ujúe
Universidad de Murcia

Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Antonio Romero Ysern



Registrado: 12 Oct 2003
Mensajes: 386
Ubicacin: Aracena (España)

MensajePublicado: Mie Nov 03, 2004 6:08 pm    Ttulo del mensaje: "Memoria histórica" Responder citando

Estimados amigos:


Por tener alguna relación con este tema, me atrevo a reproducir a continuación una "Carta al director" de quien esto escribe, publicada ayer en la edición onubense del diario "El Mundo". Un saludo.


En los últimos años el concepto de “memoria histórica” se ha hecho tan corriente que a veces se hace ya un uso de él claramente ridículo. Pronto, cuando alguien se olvide un paraguas, dira que ha sido por falta de “memoria histórica”.
En realidad, aplicado a las investigaciones históricas, por ejemplo de la Guerra Civil española, el concepto de “memoria histórica” es una contradicción en los términos. La memoria, por definición, es algo subjetivo, mientras que la Historia, como ciencia, consiste en un conocimiento objetivo. Las memorias históricas (en plural, no existe LA memoria histórica) son un material para la investigación histórica, como lo son otro tipo de fuentes. Pero, para empezar, el historiador deberá contrastar las diversas memorias históricas, de forma crítica, es decir, analizando lo que de verdad o falsedad hay en ellas. Por otra parte, desde el materialismo histórico, tendremos que recordar que, como afirmaba Marx, no es la conciencia de los hombres de una época la que nos permite mejor entender esa época. Y, sin embargo, ese idealismo es el que subyace tras el concepto de “memoria histórica”.
Nos preguntamos si todo esto de la “memoria histórica” , aplicado a la Guerra Civil y la represión franquista, no será sino la forma de suplir, con condenas retrospectivas y simbolismos varios, la ausencia en España de auténticos programas y proyectos de izquierdas. De forma además poco eficaz, desde el momento que el “centro reformista” tampoco tiene demasido empacho en, por ejemplo, sumarse a la condena del “golpe de Estado” de 1936, como hizo el P.P. en el Congreso de los Diputados el año 2002.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Fernando Bellón Pérez



Registrado: 14 Oct 2003
Mensajes: 19
Ubicacin: Madrid

MensajePublicado: Vie Nov 05, 2004 1:28 pm    Ttulo del mensaje: Responder citando

En relación con la persecución de Pío Moa, voy a aportar una "anécdota" que he vivido muy cerca.
En cierta televisión pública de cierta comunidad autonómica gobernada por el PP (o sea, a efectos estereotipados, en una televisión del PP) se propuso el otro día la presencia de Pío Moa en uno de los programas. El argumento era que Pio Moa era un historiador superventas, cosa que justificaba su presencia en un programa de audiencia generalista.
El coordinador/ora del programa, un ignorante de tomo y lomo, pidió opinión en voz alta a parte del equipo. Alguien de ese equipo manifestó que Pío Moa era (literalmente) un "payaso", y que de superventas, nada. Ante la petición (amable) de explicaciones, el fustigador de Pío Moa reconoció que no había leído ninguno de sus libros, pero que las críticas que conocía de ellos le había conducido a considerar a "ese individuo" como un mistificador que se aprovechaba de los escándalos que él mismo provocaba.
Lo curioso es que ese que llamaba "payaso" a Moa sin haberse molestado en leerlo es un tipo que, profesionalmente, trabaja muy bien, y por lo demás es un compañero amable y eficaz.
Esto me hizo pensar en los terribles estragos que el pensamiento o lo que sea "Progre" causa en multitud de personas decentes, haciéndoles renunciar a su criterio propio y a dejarse arrastrar hacia precipicios. Porque, ¿qué haría ese hombre de comportamiento irreprochable pero de lengua de látigo si se encontrara ante una tesitura de tener que dar su opinión sobre Pío Moa ante un tribunal popular? Pobre Pío. Y pobres de los que no somos progres, aunque lo hayamos sido.
He leído en este mismo foro la acertada idea de que los progres son los frentepopulistas de nuestros días. Así que, o nos andamos con tiento, o nos vemos empujados un dia de estos a la caja de un camión para darnos un paseo.
Cordial (y preocupadamente) Fernando Bellón
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Antonio Romero Ysern



Registrado: 12 Oct 2003
Mensajes: 386
Ubicacin: Aracena (España)

MensajePublicado: Jue Nov 11, 2004 8:03 pm    Ttulo del mensaje: "Las cajas españolas" Responder citando

Estimados amigos:

En "La Vanguardia" de ayer, podíamos leer la información sobre un documental de Alberto Porlán que se estrenará este próximo viernes, titulado "Las cajas españolas". El artículo del periódico barcelonés lo dice todo: "Así se salvó el Museo del Prado".

"Una sucesión de azares, heroicidades y arrojo personal evitaron la destrucción o el robo de un patrimonio de valor incalculable", se dice en ese artículo. Después de leer el capítulo veintisiete de "Los mitos de la Guerra Civil" ("El salvamento de las obras del museo del Prado y otros salvamentos"), la frase resulta cómica. Pero la ironía del asunto no acaba aquí, porque el primer subtítulo del artículo es Un "falso" documental, donde la palabra entrecomillada alude a que el documental es un montaje de imágenes archivos y trucos y montajes actuales. Pero, sin duda, la lectura del capítulo del libro de Moa, permite prescindir sin problemas de las comillas.

En suma, todo parece indicar que estamos ante otro episodio más del aparato de propaganda progre, dispuesto siempre a enterrar la verdad histórica bajo mitos que cuelan mucho mejor en formato celuloide. Con "Los mitos..." ya a un asequible precio de libro de bolsillo (12 euros), conservando todas las fotos de la edición normal, sólo cabe recomendar la lectura del libro a todo aquel que prefiera la Historia a la propaganda.

Por la relación con todo este tema, aprovecho esta intervención para preguntar a los amigos del foro si han podido leer un artículo que Patricio Peñalver publica en el número treinta y uno de la revista "Daimon" titulado Una refutación de Azaña

Un saludo.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Antonio Sánchez Martínez



Registrado: 26 Oct 2003
Mensajes: 339
Ubicacin: Rivas Vaciamadrid (España)

MensajePublicado: Mar Dic 21, 2004 3:21 pm    Ttulo del mensaje: Reseña de Stanley G. Payne al libro de Moradiellos Responder citando

Facilito a los lectores de los foros el texto de la reseña de Stantey G. Payne dedicada al último libro de Moradiellos (en www.revistadelibros.com) . Como se puede comprobar, el profesor estadounidense es extremadamente correcto y exquisito en su crítica, aunque ello no evita que ponga el dedo en la llaga en casi todos los contenidos del libro (otros muchos no los trata). También hay que destacar que Payne hace su crítica desde posicionamientos historiográficos muy similares a los de Pío Moa (aparte de su común liberalismo <<democrático>>), por lo que se desprende una cierta reivindicación del historiador vigués en su artículo. Desaprueba la clasificación de las <<tres erres>> de Moradiellos, pero no profundiza en su crítica, limitándose a calificar las posiciones extremas (revolucionarios y reaccionarios) de <<moderadas>> o <<radicales>>, de manera que la <<moderaciones>> opuestas confluirían en un <<centro>>.

La Guerra Civil, ¿desmitificada?
03/12/2004
Stanley G. Payne
Desde finales del siglo XX, el interés por la Guerra Civil ha crecido muy aprisa y durante el último año aproximadamente ha suscitado una atención y unos análisis cada vez mayores. De hecho, debe recordarse que el interés historiográfico o de los lectores por la Guerra Civil no ha desaparecido en ningún momento. Lo que se ha producido en los últimos años es simplemente una intensificación de una atención que ha persistido desde hace décadas. Un modelo de este tipo no es tampoco un fenómeno meramente español. Ha pasado casi un siglo y medio desde la gran Guerra Civil estadounidense, pero a día de hoy cualquier persona que entre en una gran librería comercial de Estados Unidos encontrará el material sobre la historia estadounidense dividido virtualmente en dos secciones: los libros sobre la Guerra Civil, y todo lo demás. La gran diferencia, sin embargo, es que la mayoría de los libros se ocupan de los aspectos militares de la que fue proporcionalmente la guerra más costosa librada jamás por los estadounidenses, mientras que en España un alto porcentaje de los libros se centran en temas políticos y en otros aspectos no militares. Lo cierto es que una gran parte de la literatura sobre la guerra española tiene poco o nada que ver con el conflicto militar en sí mismo.
En Rusia que, junto con Finlandia, inauguró el funesto género de las guerras civiles revolucionarias-contrarrevolucionarias del siglo XX, se ha prestado también una atención nueva y considerable a la Guerra Civil rusa desde el derrumbamiento del comunismo. En Rusia, esto es un fenómeno equivalente a la gran oleada de interés y publicaciones que se produjo en España a finales de los años setenta, tras la muerte de Franco. Sin embargo, la sucesión de traumas padecidos por la sociedad rusa durante la primera mitad del siglo XX fue casi interminable. En su conjunto, la memoria rusa apenas puede afrontar todos estos traumas y, lo que no resulta sorprendente, se ha centrado fundamentalmente en la increíble epopeya soviética de la Segunda Guerra Mundial, la mayor de todas las tragedias y traumas, pero una más victoriosa.
En la situación española entran en juego otros factores. Uno es el hecho de que, a pesar del gigantesco volumen de publicaciones —hasta la fecha, más de 15.000 títulos—, existen importantes aspectos de la Guerra Civil que siguen estando investigados inadecuadamente. Además, a pesar de la gran oleada de publicaciones sobre la Guerra Civil que acompañaron a la transición, en aquel momento existía una auténtica preocupación por no llegar demasiado lejos a la hora de revivir la memoria del pasado, a pesar de que nunca existió un «pacto del olvido» sensu stricto. Otro factor es sencillamente la variante española de la reacción habitual en muchos países occidentales contra al carácter profundamente amnésico de la cultura occidental contemporánea y la pérdida generalizada de la memoria o la conciencia del pasado.
No obstante, otro factor, como Paloma Aguilar y otros han señalado, es que una buena parte del interés actual se da entre los nietos de la generación de la Guerra Civil. La generación original estaba traumatizada y sus hijos intentaron a menudo olvidar y crecieron bajo la camisa de fuerza de la dictadura. Los nietos son la primera generación que ha crecido en una democracia y no se ven condicionados o limitados por las experiencias de las dos generaciones anteriores.
El nuevo estudio de Enrique Moradiellos busca apelar a este interés no con una nueva narración de la Guerra Civil, sino con un estudio analítico de los grandes aspectos del conflicto. Aunque nunca se afirma tal intención, la sensación que se tiene es que está concebido en cierta medida como una respuesta a Los mitos de la Guerra Civil, el bestseller de Pío Moa. (De hecho, en la mayor parte de las copias del libro, el editor ha añadido un ribete que lo anuncia como una respuesta a las «mentiras de Moa».) Como autor de varios libros bien investigados sobre los aspectos internacionales del conflicto, Moradiellos se halla innegablemente bien capacitado para llevar a cabo un análisis general de la contienda. Sin embargo, sólo el primer y breve capítulo está dedicado a los «mitos» de la Guerra Civil, en el que analiza someramente algunos de los tópicos y conceptos maniqueos más extendidos.
Tras un segundo y corto capítulo sobre historiografía, que se ocupa sucintamente de la principal literatura especializada, Moradiellos dedica dos secciones más amplias a la cuestión de los orígenes y las causas. Siguen capítulos o ensayos individuales sobre las razones para la victoria y derrota absolutas, los aspectos militares, las dimensiones institucionales y económicas, así como las represiones, un breve ensayo sobre la moral en la retaguardia y otro sobre los aspectos internacionales. El libro concluye con retratos personales de los dos principales líderes de la guerra, Negrín y Franco.
Todo ello está ejecutado generalmente con precisión y destreza profesional, está clara y eficazmente escrito, y es fiable en el uso de las estadísticas. Su claridad y brevedad deberían asegurarle un público amplio, y el lector general puede leerlo con provecho.
La perspectiva con que se abre el libro es la de las «tres Españas», un concepto que fue difundido ampliamente en primer lugar por Salvador de Madariaga. En el sentido más estricto, es demasiado simple, ya que en el país intensamente fragmentado de la década de 1930 existían muchas Españas diferentes. Además, Moradiellos subraya el hecho evidente de que la izquierda y la derecha se dividían a su vez en una izquierda moderada y una izquierda revolucionaria, una derecha moderada y una derecha radical. Así, al objeto de un análisis político, la España de los años treinta ha de investigarse en términos de cinco, no tres, sectores políticos. En determinados aspectos clave, la izquierda moderada y la derecha moderada eran un reflejo una de otra, y lo mismo podría predicarse de los extremos de la izquierda y la derecha. Tanto la izquierda como la derecha moderadas prefirieron las tácticas legales y evitaron la violencia política. Ninguna, sin embargo, era enteramente democrática y aquí debemos cuestionarnos la categorización de Moradiellos de la izquierda moderada como simplemente «democrática», lisa y llanamente. La práctica de la democracia requiere seguir «reglas fijas» que permitan «resultados inciertos», una postura nunca aceptada plenamente por los republicanos de izquierda. Una vez que ambas se movilizaron completamente, ni la izquierda moderada ni la derecha moderada aceptaron plenamente la derrota electoral. La presión ejercida por los republicanos de izquierda y los socialistas para anular las elecciones de 1933 nada más perderlas, y para reescribir las reglas de cara a unas nuevas elecciones, tuvo en gran medida su equivalente en los esfuerzos de la derecha moderada después de que ésta perdiera las elecciones de 1936. Lo mismo podría decirse de la revisión de parte del resultado electoral por parte de la Comisión de Actas en marzo de 1936 y de la coerción utilizada en las elecciones parciales de mayo de 1936 en Cuenca y Granada. Tampoco puede afirmarse realmente que Azaña gobernó nunca durante mucho tiempo en términos estrictamente democráticos, sino que empleó frecuentemente la censura y la limitación de derechos constitucionales.
En España sólo el centro era verdaderamente democrático en el sentido de «reglas fijas y resultados inciertos», pero incluso en las mejores circunstancias nunca fue más de una pequeña minoría. A este respecto, prestar atención al papel fatídico de Alcalá Zamora, uno de los dos principales líderes del centro, habría resultado útil. Aunque defendió incondicionalmente la integridad del resultado de las elecciones democráticas de 1933, su posterior papel a la hora de estrangular el poder de las Cortes, de negar pleno acceso al mayor partido político, de ayudar a destruir a los radicales (el más destacado partido democrático de centro en España) y de contribuir a la polarización del país al convocar las totalmente innecesarias elecciones de febrero de 1936 (que desempeñaron un papel similar a las diversas elecciones anticipadas en Alemania entre 1930 y 1933) fue fundamental en el proceso de desestabilización política. Esto fue lo menos excusable a la vista del hecho de que ya resultaba evidente el desastroso efecto que habían tenido las elecciones innecesarias en Alemania.
Un análisis serio de la situación en la primavera y el comienzo del verano de 1936, y de las alternativas políticas disponibles, habría fortalecido el libro y ofrecido una perspectiva más completa. El Frente Popular español difería considerablemente en su textura política del más moderado Frente Popular en Francia, y probablemente no podría haber ofrecido nunca un gobierno verdaderamente democrático. Este último empezó a desintegrarse en poco más de un año y fue mucho lo que se especuló en España en las semanas inmediatamente anteriores a la Guerra Civil sobre cuánto tiempo podría resistir en España esta alianza contradictoria entre moderados y revolucionarios. La ruptura del Frente Popular fue probablemente el precio necesario para evitar la Guerra Civil, y el intento desesperado para la formación del gobierno de compromiso de Martínez Barrio en la noche del 18-19 de julio de 1936 —de haber tenido éxito— habría marcado probablemente el comienzo de esa ruptura, aunque fue vetado rápidamente por los caballeristas y el ala izquierda del partido de Azaña, que era menos moderada que el propio Azaña. Pero, por definición, una vez que ha empezado una guerra civil es ya demasiado tarde para evitarla.
La historia contrafáctica se ha puesto muy de moda recientemente, y Nigel Townson acaba de editar un interesante tratamiento contrafáctico de algunos de los grandes temas de la historia española contemporánea. No sería justo criticar al profesor Moradiellos por no emprender un ejercicio de este tipo —su propósito es examinar lo que sucedió y no lo que no sucedió—, pero una especulación contrafáctica seriamente informada sobre lo que habría sucedido posteriormente de no haberse rebelado parte del ejército el 18 de julio podría haber resultado ser un ejercicio útil.
La sección sobre los aspectos militares de la Guerra Civil es clara y generalmente precisa, pero muy breve. Como se ha observado previamente, esto es característico de muchos estudios del conflicto español, en los que predominan los temas políticos, domésticos e internacionales. Es también muy característico de las actitudes profesionales (o profesorales) de los departamentos de historia en la mayoría de los países occidentales en este momento, que generalmente ven con malos ojos la historia militar. Una vez sentado que las cuestiones de suministro, financiación y ayuda exterior fueron de gran importancia, resulta también vital prestar una mayor atención al modo en que se libró realmente la guerra.
Del mismo modo, la revolución en la zona republicana recibe sólo un tratamiento comparativamente breve. La revolución, y sus consecuencias, probablemente se merecen una mayor atención, por diversas razones. Antes que nada, como un fenómeno histórico singular, ya que los defensores y los líderes de la revolución estaban probablemente en lo cierto cuando afirmaron que se trataba proporcionalmente de la mayor y más directa revolución obrera de la historia europea, ya que la proporción de trabajadores implicados fue mayor que en la Rusia de 1917. Como proceso histórico único, la historia de la revolución española ha quedado siempre enterrada, quizás inevitablemente, bajo la historia más amplia de la Guerra Civil.
El segundo grupo de razones tiene que ver con los efectos de la revolución en la propia Guerra Civil. Aunque la revolución estimuló una mayor implicación política de los trabajadores en la zona republicana, sus efectos más amplios puede que fueran contraproducentes en términos de tres acontecimientos diferentes. Uno fue que la explosión revolucionaria parece haber animado a muchos indecisos, poco deseosos de refrendar una dictadura militar per se, a unirse a los insurgentes. Otro fue la impresión creada en el extranjero de una zona republicana dominada por lo que fue percibido erróneamente como «comunismo», lo que constituyó un factor importante en la posterior política de no intervención. Un tercero fue eliminar toda posibilidad de una respuesta militar a la insurrección inicialmente más coherente.
Moradiellos cuenta con una gran experiencia a la hora de abordar los aspectos internacionales de la guerra, por lo que no constituye ninguna sorpresa que describa con destreza los diversos papeles y políticas de las cuatro potencias europeas occidentales. El único aspecto que se echa aquí en falta es una cierta atención a la continuada ayuda indirecta a la República por parte del gobierno francés, lo que el primer ministro francés Léon Blum calificó más tarde de «la Non-Intervention rêlachée».
La decisión soviética de intervenir también se analiza claramente, aunque apenas se intenta abordar las dimensiones plenas y continuadas de la política soviética. Por ejemplo, la política soviética hacia la Alemania nazi no cambió en 1933, como afirma el profesor Moradiellos, sino que sólo asumió una forma nueva y diferenciada en 1935, después de que quedara claro que no era posible ningún acuerdo con Alemania. El papel y la política del Comintern también reciben muy escasa atención. El PCE sólo se trata dentro del contexto de un gobierno fuertemente centralizado y una acérrima resistencia militar. Estas prioridades se presentan correctamente, pero no se estudian la riqueza de matices y las implicaciones de la política del Comintern de la «República Popular», aunque el autor reconoce la «hegemonía» alcanzada posteriormente por los comunistas. Del mismo modo, habría resultado útil alguna referencia al «frente oriental» de los soviéticos, que se abrió con la invasión japonesa de China en julio de 1937, así como al deseo soviético de considerar algún tipo de estrategia de compromiso para salir de España en la primavera y el comienzo del verano de 1938.
El autor exagera probablemente el alcance del sentimiento democrático entre las fuerzas del Frente Popular durante la guerra. En fin de cuentas, fue el propio Stalin quien, en diciembre de 1936, hubo de resaltar a un reticente Largo Caballero la importancia de conceder al menos alguna atención formal al papel del parlamento, y quien a su vez intentó sin éxito promover nuevas elecciones —hay que reconocer que al estilo de una «república popular»— a comienzos de 1938. Una perspectiva más precisa aquí sería que el régimen republicano fue durante la guerra lo que los politólogos tildan de «semipluralista», esto es, un Estado izquierdista multipartidista, pero no realmente un sistema parlamentario (ya que fueron muchos los diputados de la oposición que habían sido ejecutados), y mucho menos una democracia liberal.
Esto crea a su vez un problema en relación con uno de los dos últimos capítulos como tales, sendos retratos de los dos principales líderes de la guerra. Negrín se presenta como un republicano paradigmático, pero esto resulta bastante dudoso debido a las políticas enormemente independientes y poco ortodoxas que siguió. La mayoría de los historiadores coincidirían actualmente con la afirmación de Moradiellos de que Negrín no fue una mera herramienta de los soviéticos, sino que seguía su propia política matizada, pero esa política era extremadamente individual y, como admite el autor, pasó a ser compartida por un número cada vez más reducido de republicanos.
Ni el profesor Moradiellos, ni ningún otro historiador, puede resolver lo que puede ser denominado el «enigma Negrín», en parte porque Negrín escribió muy poco y no dejó tras de sí documentos que expliquen sus propias creencias y objetivos personales. De hecho, Moradiellos resalta —muy correctamente, en mi opinión— el individualismo político de Negrín, así como que alardeara (de un modo algo exagerado, como casi siempre que se alardea) de que él era el único «no marxista» del Partido Socialista. Una historiadora como Helen Graham ha intentado presentarlo como un «liberal», toda una ocurrencia, pero ello no resulta en absoluto convincente; de ser así, habría pasado a formar parte sencillamente de un partido liberal. Tampoco fue un demócrata, ya que fue el emisario socialista que llevó a Alcalá Zamora la petición de cancelar los resultados de las elecciones de 1933.
El profesor Moradiellos no menciona la propuesta realizada por Negrín después de Múnich para formar un «partido único» republicano con vistas a garantizar una acérrima resistencia continuada. Incluso los comunistas, aunque garantizaban un papel destacado, se mostraron muy reticentes, ya que para el Comintern sonaba demasiado fascista, e incluso contraproductivo en el contexto español. Tampoco menciona la convicción de Negrín, transmitida al emisario soviético en diciembre de 1938, de que una república victoriosa en la posguerra sería fuertemente estatalista y no cometería el error de celebrar elecciones democráticas, por temor a que la derecha pudiera volver a ganar, como ya había sucedido en 1933. Un defensor de Negrín podría alegar que se trataba simplemente de una suerte de discurso político calculado para agradar a los soviéticos durante una época de crisis en la que su ayuda continuada resultaba vital, pero lo cierto es que la documentación existente para resolver el problema es inadecuada. Más que resolver el «enigma Negrín», Moradiellos ha vuelto a plantear simplemente la cuestión, aunque sin reconocer sus plenas dimensiones.
El «epílogo» que constituye la conclusión del libro presenta un espíritu conciliador, y sería compartido sin duda por la mayoría de los compatriotas del autor. Cita las palabras atribuidas a De Gaulle con motivo de la visita de éste a España en 1970: «Las guerras civiles, en las que en ambas trincheras hay hermanos, son imperdonables, porque la paz no nace cuando la guerra termina». Esto es ciertamente verdad. Puede que, para los franceses y los alemanes, resultara más fácil cooperar después de 1945 de lo que lo fue lograr la reconciliación en España después de 1939, pero esto depende también de la política posterior del régimen victorioso. Finlandia alcanzó rápidamente una reconciliación ejemplar, incluso hasta cierto punto con los comunistas, pocos años después de la breve pero acerba y sangrienta guerra civil finlandesa de 1918. Esto fue posible porque Finlandia se convirtió rápidamente en una democracia liberal, y contó también con la ayuda del reducido tamaño de su población y su fragmentación comparativamente limitada.
Existe obviamente un límite a lo que puede conseguirse por medio de un libro breve sobre un tema amplio y complejo, pero, por regla general, Moradiellos ha utilizado bien su espacio y ha evitado polémicas generales. Este libro no puede resolver todos los temas más espinosos de la Guerra Civil, pero sí consigue iluminar muchos de los aspectos cruciales, y será leído con provecho por aquellos que se acerquen a él.

Stanley G. Payne es Hilldale-Jaume Vicens Vives Professor of History en la Universidad de Wisconsi. Su último libro publicado en España se titula Unión Soviética, comunismo y revolución.

Traducción de Luis Gago.

ENRIQUE MORADIELLOS
1936: Los mitos de la Guerra Civil
Península, Barcelona
256 págs. 16,25 e

Revista de Libros, Diciembre 2004. Nº 96.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
J.M. Rodríguez Pardo



Registrado: 10 Oct 2003
Mensajes: 1423
Ubicacin: Gijón (España)

MensajePublicado: Sab Dic 25, 2004 1:19 am    Ttulo del mensaje: El talante de Payne Responder citando

Estimados amigos:

El mensaje de Antonio Sánchez me deja realmente boquiabierto. Esta reseña de Payne dice muy poco de quien quizás sea el historiador más serio de la actualidad. Y dice poco porque su actitud contemporizadora no encaja con quien ya criticó en su día a todos los inquisidores políticamente correctos que reniegan de la obra de Pío Moa, ensalzadas por Payne y totalmente contrapuestas a las erráticas doctrinas de Moradiellos que, sorprendentemente intenta salvar. Me parece sumamente sospechoso que Payne tenga tanto aprecio por una historiografía que es tan distinta respecto a la suya, cuyas conclusiones están muy cerca de las de Pío Moa. Por ejemplo, el tema de Negrín, que parece sumamente probado que fue el hombre de la URSS en España, Payne lo trata con gran relajo, cuando Moradiellos no dice nada realmente de él y lo sumerge en la mayor ambigüedad. La intervención soviética en España merecería otro tratamiento más crítico.

Y sobre todo, me llama la atención algo. Habiendo defendido a Pío Moa de los inquisidores que pretenden silenciarle, dijo también que no había obra con la que pudiera estarse de acuerdo en todo, y que él tenía críticas a las conclusiones del historiador vigués. Viendo lo que dice de Moradiellos, Payne no puede estar de acuerdo en muchas cosas de las que señala Pío Moa, pues no critica ni siquiera su visión de la revolución de octubre de 1934 (ni siquiera aparece nombrada), aunque sí habla de los prolegómenos de 1936 y de la nefasta intervención de Alcalá Zamora, sin profundizar en exceso en la versión de Moradiellos, que por lo que conocemos es bastante endeble. En definitiva, que Payne no necesita ser más ácido en sus comentarios, pero sí más explícito respecto a aquello en lo que no está de acuerdo, pues si no parece que intenta simplemente contemporizar y mostrar buen talante, como si Zapatero hubiera ganado las elecciones en Estados Unidos.

Un cordial saludo,
José Manuel Rodríguez Pardo.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Antonio Sánchez Martínez



Registrado: 26 Oct 2003
Mensajes: 339
Ubicacin: Rivas Vaciamadrid (España)

MensajePublicado: Mar Ene 04, 2005 12:40 am    Ttulo del mensaje: El Archivo de Salamanca como símbolo de la unidad de España Responder citando

Presento a los compañeros de los foros sendos artículos sobre la polémica de los papeles de la Generalidad depositados en Salamanca (consecuencia de la Guerra Civil). Se ve que los nacionalistas están que se salen (Zapatero mediante):

Los papeles de Salamanca
Rubén Osuna

El problema no son las golfadas en sí, y esto lo digo yo, sino que éstas pasen a cometerse a plena luz del día y a cacarearse a los cuatro vientos, con total descaro

José Álvarez Junco, catedrático de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense y actual director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales fue uno de los "expertos" que aconsejó al Gobierno "devolver" parte de los fondos documentales del Archivo de Salamanca a la Generalidad de Cataluña. Recientemente, el día 31 de diciembre, publicó en el diario El País un artículo titulado "Expertos y papeles", en el que se quejaba de «la inmensa distorsión con que puede presentarse ante la opinión pública un problema colectivo», lo que él achaca a «la ignorancia y superficialidad informativa, pero me temo que abundan también los ingredientes de irresponsabilidad y mala voluntad».

Lo que sigue a esa introducción es de todo punto increíble. Considera Álvarez Junco que «la justicia estaba de parte de los reclamantes (...)», pues «la incautación fue violenta y brutal, no respetó ni la menor norma de las que deben acompañar toda expropiación». Además «esos documentos no fueron nunca dados por sus dueños originales al archivo de Salamanca. Les fueron arrebatados a punta de pistola y trasladados allí en un ambiente de terror y enfrentamiento». Este señor no ha oído nombrar eso que llaman Guerra Civil española ¿No sabe cómo acabó? ¿Cómo va a "expropiar" el Estado español a una institución que ya no existía? ¿Sabe Álvarez Junco lo que significa "expropiar"?

Pero la cosa no queda ahí. El experto en cuestión deja caer que la Guerra Civil fue, en cierto sentido, producto de una pugna entre Castilla y Cataluña, de manera que «la Castilla ayer dominadora anda hoy, si no miserable ni envuelta en sus andrajos, sí relativamente deprimida y con un palpable sentimiento de humillación ante la "prepotente" Cataluña. La discusión sobre quién sea aquí de verdad el dominador y quién el explotado llevaría años y serviría de muy poco. Lo que importa es que así es como lo percibe la mayoría de la opinión castellana». Por tanto, una Castilla dominadora y explotadora se presenta como víctima gracias a una «manipulación».

Hay más. El autor defiende la naturaleza aséptica de la comisión, esencialmente «no política, formada por puros "expertos"», como el «experto en expolios culturales» Federico Mayor Zaragoza, pero donde había también «catalanes presentes», no sabemos si más catalanes que expertos o más expertos que catalanes, ni expertos en qué.

Estos papeles que "devuelven" los expertos deberían ser los últimos, pues «algunos hubiéramos preferido un blindaje más claro del resto del archivo ante futuras reclamaciones», es decir, a Cataluña sí, pero a otros no, aunque no haya «manera de justificarlo jurídicamente». Cuando menos curioso.

Y para acabar, una perla: «En España sigue pendiente de solución el problema de la distribución territorial del poder, cuestión nada fácil pero que, por suerte, afecta casi en exclusiva a las élites políticas», si dejamos a un lado a algún que otro muerto, miles y miles de desplazados o sometidos a extorsiones, amenazas y chantajes y despojados de sus derechos civiles, digo yo.

El problema no son las golfadas en sí, y esto lo digo yo, sino que éstas pasen a cometerse a plena luz del día y a cacarearse a los cuatro vientos, con total descaro. Mala cosa cuando se llega a ese punto. Deben ser muy poco conscientes de lo que hacen y dicen o bien se sienten muy protegidos. Gracias al señor Álvarez Junco tenemos negro sobre blanco un texto que nos librará de cualquier sospecha de ignorancia y superficialidad informativa, irresponsabilidad o mala voluntad cuando manifestemos nuestra "justa" indignación.

El artículo de José Álvarez Junco al que hace referencia Rubén Osuna es el siguiente:

Expertos y papeles
Por José Álvarez Junco
El País
31/12/04, 08.41 horas
Lo más asombroso de la trifulca política montada en torno a los llamados "papeles de Salamanca" ha sido la inmensa distorsión con que puede presentarse ante la opinión pública un problema colectivo. Supongo que en parte se debe a ignorancia y superficialidad informativa, pero me temo que abundan también los ingredientes de irresponsabilidad y mala voluntad.
He conocido el asunto de cerca porque he formado parte de la llamada "comisión de expertos", cuya función era asesorar al Gobierno sobre el destino de los fondos documentales de la Generalitat catalana incautados en 1939 y depositados en un archivo, de denominaciones cambiantes a lo largo del tiempo, situado en la ciudad de Salamanca.
En contra de lo que las autoridades castellano-leonesas ha declarado saber a ciencia cierta, la comisión no tenía una opinión predeterminada sobre el asunto ni ha estado en modo alguno "teledirigida" por nadie; por lo que a mí respecta, puedo dar fe de no haber recibido la menor indicación ni presión, aunque no me extrañaría, dado lo enconado del ambiente, que no se me creyera, ni aun por gentes a las que creo sensatas.
Lo único que me atreví a decir a un periodista que me interrogó al comienzo de la historia fue que era una cuestión "compleja", aunque tengo que confesar que, a medida que se fueron desarrollando nuestros debates y fui leyendo informes sobre el tema, cambié de parecer, como soy testigo de que les ocurrió a otros miembros de la comisión; y, caso verdaderamente excepcional en mi repertorio de opiniones, un asunto político fue dejando de parecerme complejo y acabó resultándome "sencillo". Intentaré explicarlo.

Primero, los hechos. Aunque se haya dicho y repetido lo contrario, nadie ha discutido ni se ha planteado nunca cuál habría de ser el destino de los "papeles de Salamanca" o del "archivo de la Guerra Civil", sino sólo el de los fondos documentales de la Generalitat de Catalunya anterior a 1939. Estos fondos consisten en 507 cajas bien identificadas, de las 20.000 aproximadas de las que consta el depósito documental hoy guardado en Salamanca; es decir, que la manzana de la discordia apenas sobrepasa el 2,5% del célebre archivo. Eso es lo que hemos recomendado devolver a la institución que ha heredado el nombre de la que los generó. Podrá discutirse si hacerlo es "justo y legítimo", como nos ha parecido a nosotros, pero lo que no puede discutirse de buena fe es que no se trata del "archivo de Salamanca", sino de una parte mínima del mismo.

En segundo lugar, la comisión ha recomendado que de esos fondos documentales se deje en Salamanca una copia microfilmada y digitalizada, que tendrá valor de documento auténtico; lo que significa que los interesados o historiadores futuros podrán ver exactamente lo mismo allí que en Barcelona, ya que los originales, en serio riesgo de ser destruidos por el uso, estarán en un futuro no lejano inaccesibles para el público. Es una disputa, por tanto, simbólica. En términos prácticos, nadie pierde ni gana nada con lo decidido. Al decir esto, no pretendo quitarle importancia, pues es bien sabido que las disputas simbólicas son las menos negociables para nuestros congéneres humanos; pero debemos saber, al menos, de qué estamos hablando.

Tercero (aunque, para quienes den prioridad a los principios, debería ser lo primero): la justicia estaba de parte de los reclamantes. Eso sí que lo barruntaba desde hace tiempo, pero lo vi confirmado de manera tajante por tres juristas de prestigio, de procedencia completamente diversa, que disolvieron mis dudas y las de otros cuantos miembros de la comisión con informes inapelables: la incautación fue violenta y brutal, no respetó ni la menor norma de las que deben acompañar toda expropiación, y el derecho a la reparación del hecho injusto no había prescrito, cualquiera que fuera el plazo que se aplicara, porque desde el momento mismo en que la Generalitat pudo reclamar sus papeles, nada más ser restablecida, lo hicieron (y, por cierto, en aquel momento el señor Fraga Iribarne les dio la razón; la repentina preocupación por la "unidad del archivo" vino más tarde).

Hasta aquí, de forma muy abreviada, los hechos y las consideraciones de derecho. Pero no basta con eso. Con el paso de los años se había creado un problema político. El archivo se formó en su día con fines exclusivamente represivos, para hacer a partir de él un enorme fichero de la "anti-España" y poder pedir cuentas a todo el que hubiera dado hasta una perra chica para un monumento a Ferrer Guardia. Pero, con el curso de los años, había cambiado sus funciones.
Durante la transición, sirvió para fundamentar las reclamaciones de derechos por parte de los represaliados por el franquismo y acabó por convertirse en el principal fondo documental sobre la Guerra Civil y la dictadura subsiguiente. Más importante aún era que la gran mayoría de la opinión castellana lo había interiorizado como símbolo de su memoria colectiva. Poco importa que esto último fuera producto de una manipulación. Todo lo relacionado con la "memoria colectiva" lo es.
Pero la Castilla ayer dominadora anda hoy, si no miserable ni envuelta en sus andrajos, sí relativamente deprimida y con un palpable sentimiento de humillación ante la "prepotente" Cataluña. La discusión sobre quién sea aquí de verdad el dominador y quién el explotado llevaría años y serviría de muy poco. Lo que importa es que así es como lo percibe la mayoría de la opinión castellana.

La comisión tuvo estos sentimientos en cuenta. Decidió recomendar al Gobierno que protegiera el resto del archivo ante futuras reclamaciones y, sobre todo, que hiciera de él, por medio de diversas medidas, un gran centro de investigación: para empezar, con la devolución -importante devolución, de la que no se habla- de los fondos extraídos del mismo para formar la Causa General o el llamado Archivo de la Guerra de Liberación; y con la concentración, además, de fondos militares, procedentes de los consejos de guerra por "rebelión militar" o "auxilio a la rebelión" (célebre eufemismo franquista para referirse a la lealtad a la República), que hoy están dispersos y mal cuidados, cuando constituyen una fuente de información de valor probablemente superior a todo lo que hoy contiene el archivo de Salamanca.
Para llevar a cabo este proyecto serán necesarios fondos, personal, edificios, y todo eso le recomendamos al Gobierno que lo proporcionara y lo situara en la ciudad del Tormes. En el último momento, y como gesto espontáneo de buena voluntad, los catalanes presentes en la comisión ofrecieron regalar a ese futuro gran centro de investigación salmantino copia de todos los documentos existentes en el Archivo Nacional de Catalunya sobre la Guerra Civil.

El dictamen era, por tanto, equilibrado y no perjudicaba a nadie. La Generalitat recibía lo que era suyo y Salamanca, aunque viera salir algunos originales, guardaba copia de todo, a la vez que volvía o era llevada allí por primera vez una cantidad de documentos muy superior a la que salía. No quiero concluir, con esto, que el resultado del arbitraje fuera perfecto.
Algunos hubiéramos preferido un blindaje más claro del resto del archivo ante futuras reclamaciones. Pero no había manera de justificarlo jurídicamente y, en todo caso, dadas las condiciones estrictas que hemos recomendado al Gobierno para toda devolución, el total afectado nunca superará el doble de lo que ahora se aconseja entregar (es decir, no pasará del 5%).

Una última consideración, al margen del problema central: recientemente se ha criticado mucho a la comisión del 11-M por estar formada por "políticos". Los mismos medios de comunicación que hicieron esas críticas han lanzado ahora sus dardos contra una comisión no política, formada por puros "expertos".
No creo que nadie encuentre fácil de definir en términos políticos al ex director de la Unesco Federico Mayor Zaragoza, presidente de la comisión, ni que niegue que es experto en expolios culturales; como no pertenece a ningún partido ni a ninguna región española Edward Malefakis, reputado historiador greco-estadounidense, especializado en la República y la Guerra Civil; ni son políticos los archiveros, catalanes y no catalanes, que han votado unánimemente a favor del acuerdo, sin una sola discrepancia ni abstención.
Todos ellos, y la inmensa mayoría de la comisión, hasta sumar catorce votos, hemos apoyado al final la misma solución. Sólo ha habido tres abstenciones; ni siquiera un voto en contra, porque no había argumentos. Tal resultado debería hacer reflexionar a quienes de manera tan visceral siguen pronunciándose contra esta resolución.
Según parece, son partidarios del "Santa Rita, Rita"; aunque aquella mezquina cantilena infantil seguía con "lo que se da, no se quita", y esos documentos no fueron nunca dados por sus dueños originales al archivo de Salamanca. Les fueron arrebatados a punta de pistola y trasladados allí en un ambiente de terror y enfrentamiento.

Ese ambiente es el que se superó, con notable éxito, en la transición a la democracia que siguió a la muerte de Franco. Y aquel clima de consenso de la transición es el que debe recuperarse hoy. En España sigue pendiente de solución el problema de la distribución territorial del poder, cuestión nada fácil pero que, por suerte, afecta casi en exclusiva a las élites políticas.
Lo que no ha ocurrido aquí nunca son enfrentamientos entre grupos de población, como entre las diversas minorías étnicas de la antigua Yugoslavia. No juguemos con fuego.
Atizar las pasiones colectivas de multitudes que jamás visitarán un archivo pero que por él se declaran dispuestas a morir -léase bien: a matar-, es una gravísima responsabilidad histórica.
Lo último que necesitamos aquí son caudillos locales o periodistas que emulen a Tudjman o a Milosevic.
_____
José Álvarez Junco es catedrático de Historia en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense. Actualmente dirige el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.



En relación al artículo de Álvarez Junco (al que se refiere D. Rubén Osuna en Libertad Digital del 3 de enero de 2005) queremos destacar algún detalle importante. Aparte de multitud de consideraciones sobre la ideología desde la que habla Álvarez Junco (de la que trato en El Catoblepas 35, pág. 1 - www.nodulo.org-) en su artículo de El País se aprecia una evidente incoherencia con lo que dijo en su capítulo dedicado a la guerra civil en la Historia de España de Menéndez Pidal. En ésta ocasión decía lo siguiente:

<<en su descrédito [de Franco, según Junco] arrastró consigo a la idea de “España”, que de manera tan excluyente había planteado, e hizo fracasar su esfuerzo nacionalizador. De aquellos polvos dictatoriales, al parecer, vinieron los lodos de la “España” con la que parecía que nadie, salvo los nostálgicos del régimen, se identificaba, y el nacionalismo laico y progresista de los republicanos, tan fuerte en 1936, habría naufragado de manera espectacular tras la descomunal ruptura histórica de las dos o tres décadas posteriores a la guerra. Y aquella identidad nacional de la que tanto se blasonaba por los dos lados en 1936-39, reapareció frágil y cuestionada como ningún otro mito político en 1975. Su reconstrucción sobre otras bases se convirtió en el problema político más complicado del último cuarto del siglo XX>> (pág. 677, ver nuestro análisis en el citado artículo de El Catoblepas).
Como podemos ver, en dicho artículo no parece pensar que la Transición supusiese una clara solución al <<problema de España>> que, según Álvarez Junco, Franco habría profundizado, exculpando –de manera implícita- a los nacionalistas y al resto de frentepopulistas.Sin embargo en su artículo de El País dice:
<<Según parece, son partidarios del "Santa Rita, Rita"; aunque aquella mezquina cantinela infantil seguía con "lo que se da, no se quita", y esos documentos no fueron nunca dados por sus dueños originales al archivo de Salamanca. Les fueron arrebatados a punta de pistola y trasladados allí en un ambiente de terror y enfrentamiento.

Ese ambiente es el que se superó, con notable éxito, en la transición a la democracia que siguió a la muerte de Franco. Y aquel clima de consenso de la transición es el que debe recuperarse hoy. En España sigue pendiente de solución el problema de la distribución territorial del poder, cuestión nada fácil pero que, por suerte, afecta casi en exclusiva a las élites políticas.
Lo que no ha ocurrido aquí nunca son enfrentamientos entre grupos de población, como entre las diversas minorías étnicas de la antigua Yugoslavia. No juguemos con fuego.
Atizar las pasiones colectivas de multitudes que jamás visitarán un archivo pero que por él se declaran dispuestas a morir -léase bien: a matar-, es una gravísima responsabilidad histórica.
Lo último que necesitamos aquí son caudillos locales o periodistas que emulen a Tudjman o a Milosevic>>.


Aquí don José parece sugerir que la Transición sirvió para algo (aunque en el fondo, como estamos comprobando hoy día, sólo sirvió para que los <<enemigos de España>> postergaran su venganza, que hoy parecen querer culminar). Si no nos equivocamos el Sr. Álvarez Junco sigue hoy la misma estrategia seguida por José Luis Abellán (también analizada en el citado artículo de El Catoblepas sobre <<La Antiespaña y las Izquierdas Satisfechas>>), es decir, pretende culpar de todo lo que pudiera pasar en el futuro a los <<españoles>>, a los que defiendan a España de sus enemigos (en este caso los nacionalistas fraccionarios). Y es que con <<intelectuales>> y <<expertos>> como éstos a España le quedan tres días. Desde su perspectiva sólo cabe dialogar (plegarse, en el fondo) con los enemigos de España, porque se presupone que en la II República la Autonomía Catalana era soberana (y distinta a la española), por lo que tendría <<derechos de propiedad>> sobre la documentación generada en la Generalidad (que hoy están en el Archivo de Salamanca). Hoy día, a pesar de lo que digan, siguen manteniendo la misma perspectiva. Además se desprecia el papel jugado por los <<nacionales>> para poner coto al proyecto secesionista de entonces. De un modo paralelo hoy se cuestiona a todo el que, asumiendo que sólo cabe la <<soberanía de la nación española>>, se niegue a admitir dicho proyecto separatista (que hoy es tan fuerte, al menos, como lo fue entonces).
El Archivo de Salamanca no es de Salamanca, ni de Castilla (como pretende Junco), sino de España (que es la que realmente está en las últimas frente a los separatistas que exigen <<sus>> propiedades –Catalanes, Vascos, etc.-). El problema de la Unidad del Archivo de Salamanca es un símbolo, otro más, de la Unidad de (la propiedad de) España, que hoy está siendo fraccionada en todos los ámbitos. No querer darse cuenta de esto es estar ciego y podrido (de antiespañolismo) hasta la médula.


Un cordial saludo Antonio Sánchez.
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Antonio Sánchez Martínez



Registrado: 26 Oct 2003
Mensajes: 339
Ubicacin: Rivas Vaciamadrid (España)

MensajePublicado: Mar Ene 04, 2005 1:13 am    Ttulo del mensaje: Expertos tibios del Archivo de Salamanca Responder citando

Perdón por no haber encuadrado como cita los artículos de Osuna y A. Junco (por su longitud).
Además quería añadir un dato más. Los <<expertos>> que supuestamente se abstuvieron en realidad parece que se <<retiraron>> de la discusión, como recoge la información dada por El Mundo del martes 18 de diciembre de 2004, pág. 15 (al menos según confiesan Eugenio García Zarza, Julio Valdeón y Antonio Morales):

<<Me abstuve entendiendo esa abstención como una retirada del asunto. Quizá habríamos tenido que levantarnos, dar un puñetazo en la mesa, retirarnos. Quizá fuimos demasiado ingenuos>>, se lamenta Valdeón. Zarza, al respecto, añade: <<Me parece que se aprovecharon de nuestra candidez>>.

Se entiende muy bien que casi nadie parece preocupado (al menos de momento) por lo que supone el fraccionamiento de <<lo que queda>> de la España peninsular. Si algunos <<expertos>> (los menos antiespañoles) se justifican apelando a su candidez, qué no harán tantos españoles que no se consideran tan <<expertos>>. Casi nadie quiere asumir responsabilidades al respecto. Nadie ve necesario resistir con más violencia a la violencia separatista (amparada en el terrorismo, en la indefinición política y el democraticismo más absurdo que, poco a poco, va comiendo el coco a los españoles). Nadie quiere dar golpes sobre la mesa, ni tomar medidas más drásticas para evitar que cuatro golfos se aprovechen del descuartizamiento de España. Pero algunos dirán que es una medida de <<izquierdas>>.

Un cordial saludo. Antonio Sánchez
Volver arriba
Ver perfil del usuario Enviar mensaje privado
Mostrar mensajes anteriores:   
Este foro est bloqueado: no se puede publicar, responder, ni editar mensajes en este tema.   El tema est bloqueado: no pueden editarse ni agregar mensajes.    ndice del Foro los foros de nódulo -> España Todas las horas estn en GMT + 1 Hora
Ir a pgina Anterior  1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10  Siguiente
Pgina 7 de 10

 
Saltar a:  
No puede crear mensajes
No puede responder temas
No puede editar sus mensajes
No puede borrar sus mensajes
No puede votar en encuestas




Canal rss servido por el trujamn de la comunicacin electrnica y digital © 2003 - 2007 Trujamn